la Luna del Henares: 24 horas de información

TIA en Clásicos en Alcalá

Por Carmen Montero Herrero

La oscura ingravidez de la noche del 1 de julio, sostenida por el encanto luminoso de la luna llena, un profundo silencio y la quietud eterna de la heráldica cisneriana en piedra del patio de Santo Tomás de Villanueva, hicieron un hueco en la decimoctava edición de Clásicos a lo más nuestro, a lo más complutense, cuando se representaron, en tan insigne lugar, muchas de las célebres inquietudes acerca de la mujer en el pensamiento del escritor Miguel de Cervantes.

Teatro Independiente Alcalaíno desplegó en escena una pintura teatral propia del ser femenino durante los siglos XVI y XVII a la luz de testimonios literarios y resuelta en un ingenioso díptico: La casada, entremesillo de Luis Alonso a imagen de obras breves barrocas, y La pastora Marcela, de Miguel de Cervantes, de igual modo versión del mencionado autor.

Ambas piezas dramáticas están protagonizadas por la misma actriz, Mónika Salazar; como si se tratara de una misma mujer que aportara dos soluciones a dos problemáticas distintas, la del sometimiento hacia el marido anciano y celoso, la primera (Blanca, en La casada ) y la asunción de estrechos e injustos cánones sociales impuestos como rol femenino, asunto de la segunda, Marcela, en La pastora)

Luis Alonso respeta y amplifica la visión multifocal cervantina de manera que cada personaje aporta su punto de vista particular que matiza u opone con los restantes protagonistas exponiendo sus distintos argumentarios.

En La casada, la dialéctica se establece entre el Viejo (Luis Alonso) la joven Blanca, la víctima, y Brígida (Marisa Jiménez) la alcahueta, maestra de artimañas amorosas que resuelve el conflicto sin alterar, en apariencia, el conflicto matrimonial.

En La pastora Marcela, los cabreros (Luis San José, Carlos Ávila, Juan Antonio Borrell) nos hicieron reflexionar al hilo de sus discusiones, tímidos, ignorantes y curiosos, acerca de la posible inmoralidad cometida por Marcela, al mostrar su desdén amoroso hacia el joven bardo Grisóstomo (Javier Blasco) enamorado de amor caballeresco y cortés rayano en la enfermedad y la muerte pero, aun así, modelo y ejemplo de exacerbada actitud romántica para cabreros y pastores y gran parte de la juventud de la época.

La Tía (Marisa Jiménez), personaje creado por Luis Alonso, sorprendió por su saber mantenerse expectante, mostrando la cautela del que se debe al cariño a su sobrina Marcela haciendo uso de sabios consejos; Ambrosio (Jesús del Valle), llevado inicialmente de un dolor más fraternal que amistoso hacia el pastor que yacía muerto ante su presencia, consigue sembrar la duda en su interior sobre si justificar o no el suicidio amoroso de este último.

Será Marcela quien, mediante el poder de su elocuencia, conteniendo en todo momento el preciado don de la palabra de Cervantes, que habla a través de ella, dé un giro a las conductas de sus detractores, mueva corazones y disuada a sus interlocutores de ser la causante de semejante locura.

Y, a partir de aquí, todo fue paroxismo paródico, burlesco y condenatorio de las odas y canciones del pastor Grisóstomo -los cabreros abuchean la longitud de sus poemas amorosos y su dificultad de comprensión- así como de la doctrina a que estaba dando lugar, la mitificación absoluta de la mujer, elevándola a categoría de inaccesibilidad debido a su supuesta perfección formal.

También ridiculizó Quevedo cuando sugirió en un soneto cocinar un escabeche con la corteza del laurel del famoso mito de Dafne y Apolo. Y es que ¿ hacia dónde puede conducir denostar o vituperar a la mujer tanto como elevarla a la categoría de lo sublime que no sea hacia lo pernicioso?

Luis Alonso, como hiciera anteriormente Cervantes, devuelve a la mujer la mirada igualitaria de tú a tú respecto del hombre. Y la actualiza para fundirla en contextos y entornos naturales y coherentes. Así, las deportivas celestes con que caracteriza a Marcela contribuyen a crear nuevos caminos hacia la liberación femenina, los que también abriera el autor de Don Quijote, llevando a su personaje, Marcela, a vivir en soledad platónica cerca de las profundidades del bosque. Hoy en día, la independencia femenina se torna también ecológica, celeste; como el firmamento.