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¡Sal de este cuerpo pereza! / Por Anabel Poveda

Hola, ¿hay alguien ahí? Me merecería que no me leyera ni Perry, por vaga… Me ha costado volver, lo reconozco, la pereza se había apoderado de mi cuerpo serrano y quería unas vacaciones veraniegas de tres meses, como los niños en el colegio, pero el otro día recibí amenazas y presiones de mis fans más radicales (mi madre y sus amigas), para que publicara urgentemente el blog y, como me debo a mi público, decidí ponerme las pilas y retomar el sano hábito de contar mi vida por fascículos.

La que se ha ganado por méritos propios el primer blog del otoño es Canela, la peludita que comparte vida conmigo desde hace un año. Adelantaros que mi gata me va a sacar de pobre porque ya me han llamado de Netflix para que sea la nueva protagonista de Narcos. ¿Motivo? Que este verano se ha drogado más que las víctimas de Pablo Escobar Gaviria.

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A Canela no le gusta el coche. Eso ya lo sabía hace tiempo. Sólo el viaje al veterinario, que está a 10 minutos de casa, consigue sacarla de sus casillas, así que, teniendo en cuenta que teníamos que hacer un trayecto de 5 horas, me recomendaron dormirla para que fuéramos tranquilas. Las dos.

Atendiendo las recomendaciones de Óscar, su veterinario, le di el medicamento hora y media antes de salir de viaje y cuál fue mi sorpresa al ver que pasaba el tiempo y la gata estaba más espabilada y despierta que yo. Así que decidí arriesgarme, la metí en su mochila y al coche del tirón.

La cosa no pintaba bien por el nivel de intranquilidad, maullidos y arañazos y la demostración fehaciente fue que consiguió reventar la cremallera de su mochila y en un momento me vi conduciendo con una mano en el volante y la otra sujetando la cabeza de la gata para que no campara a sus anchas por el coche.

Paré en cuanto pude en una gasolinera y decidí cambiar de estrategia y ponerla en el asiento trasero anclada al cinturón con un arnés especial. Preocupada por su nivel de desconcierto intuí que el viaje iba a ser duro y largo. Y así fue. Seis horas de maullidos, paradas tranquilizadoras, ojos de gata loca y una sorpresa final. A media hora de llegar a mi destino, en plena noche y pensando, ilusa de mí, que se había dormido, sentí dos patitas en mi hombro y segundos después una gata subida en mi cabeza y bajando a mis piernas mientras yo intentaba superar la taquicardia y no matarme por una autopista con coches pasándome a 150 km/h. Paré como pude en el arcén, la volví a encerrar y llegué tan estresada que los siguientes días los pasé pachucha… recuperándome del trauma.

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Las dos semanas siguientes, pensando en el viaje de vuelta con estupor, probé varias combinaciones de medicamentos recomendadas por Óscar, sin demasiado éxito. Cuando la desesperación se adueñaba de mí, pensando que no podría volver a viajar con Canela nunca más, encontré la dosis perfecta del cóctel molotov. Y así, metida en un trasportín nuevo, tipo búnker anti gata escapista, y con Canela amodorrada, que no dormida… inicié el viaje de vuelta con más miedo que vergüenza. Afortunadamente se portó bien y no dio nada de guerra.

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Después del viaje ha tenido depresión postvacacional la pobre, nostálgica de esa casa grande y con terrazas con vistas al mar donde corría por los pasillos a sus anchas. Ha estado melancólica y espachurrada en el sillón unos días pero ya vuelve a ser la gata que choca los cinco, trepa por las mosquiteras buscando un escape o me salta encima a las siete de la mañana…

Así es ella y así la adoro…