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Primarias / Por Antonio Campuzano

La versatilidad semántica del lenguaje político es ya un hecho incontestable. Hasta hace un minuto de reloj la experiencia de las elecciones primarias aplicadas a los grandes partidos se presentaba como éxito sin precedentes que sacaba del oscurantismo y la manipulación, de la ceguera y del procedimiento de la trampa, las decisiones de la maquinaria electoral de los partidos.

Se concebían sin primarias como monstruos destinados a la corrupción y el alejamiento de los militantes de las decisiones más amparadas por la democracia. Un militante un voto suponía un intachable formato que concedía al afiliado o simpatizante la mejor de las distinciones, con su voto podía directísimamente convertir a un candidato en otro candidato con proyecciones más amplias y así sucesivamente.

El Psoe celebra en estos momentos primarias y sus tres contendientes participan en actos para obtener el voto de quienes pueden votar el 21 de mayo próximo y en medio de la contienda se dan cada vez más opiniones contra esta modalidad de inclusión de los mílites en la contienda armados de papeletas. Y lo que es más sorprendente, entre quienesatesoran pasado en el partido socialista se distribuye la opinión en contra de este sistema de elección.

El ex ministro de Interior, José Luis Corcuera, convertido en látigo de las nuevas generaciones, en especial del candidato Pedro Sánchez, con quien apenas compartía nada en lo estratégico e ideológico cuando fue secretario general y candidato dos veces a la Presidencia del Gobierno, solo ve imponderables en el sistema de primarias, sin aportar más sustento basal que el decir que las primarias fracturan la unidad de la organización política que es un partido.

No parece que responda esta argumentación simple a las explicaciones de Rafael Sánchez Ferlosio cuando en su Campo de retamasque “la amistad relaciona a los hombres en su condición de hombres; la unidad los junta y mantiene juntos como cosas. La unidad destruye la amistad porque la desplaza y la reemplaza, usurpando su lugar”. Razones de mucho peso que quizá no sepa administrar debidamente el apólogo de la patada como recurso más al alcance del pie. Mas, francamente, no se adivinan razones solventes para renegar de la participación de los propios socialistas en la elección de los socialistas que habrán de gobernar en su propio partido.

Cosa distinta son los temores que puedan abonar quienes entiendan que el poder que dan los números de sus propis organizaciones, números triunfadores, y reticentes a la idea de tener que ratificar con elecciones primarias para el gobierno de un partido en el todo el territorio nacional.

El miedo, “hermano mayor del sobresalto”, según apreciación de Joseph Roth, tiene muchas formas de combate, y en el asunto que ocupa no cabe sin el componente de lanzarse a la plaza pública de una elección parcial, la de un partido, que, dentro de un sistema democrático, tiene un acomodo muy confortable. Nadie entiende las dificultades objetivas que aconsejen una desaparición de elecciones primarias. Salvo las de José Luis Corcuera.