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Pessoa, Portugal y Vicente Soto / por Vicente Alberto Serrano

Pessoa, Portugal y Vicente Soto  /  por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Fue en aquellos años lejanos, cuando estalló la Revolución de los Claveles y acercarse hasta Portugal suponía algo más que un viaje iniciático. Con tan solo cruzar el Guadiana por Ayamonte –todavía sobre un descuajeringado transbordador– al aparecer en Vila Real de Santo Antonio ya se imaginaba uno que, tras esa atrevida zancada, saltaba hacia la libertad. Después, apostado en las cunetas, con la práctica del auto-stop (afición legendaria) y el dedo dirigido hacia el norte –tarareando estrofas de aquella Grándola Vila Morena con la que José Afonso consiguió levantar a un pueblo– confiábamos que en esta nueva terra de fraternidade la generosidad de alguno de esos liberados ciudadanos nos acercase hasta Lisboa. Quizás llegué algo tarde a la capital lusitana. Ya no encontré claveles rojos enraizados en las bocachas apagallamas de los fusiles. Al parecer los soldados se habían retirado a sus cuarteles, satisfechos de los logros conseguidos. Sin embargo mereció la pena descubrir la ciudad blanca, ahora abierta y eufórica por recibirnos. Creo recordar que lo que más me impresionó de aquella primera visita fue descubrir los escritos revolucionarios de Marx, Lenin, el Che, Kropotkin, Gramsci, Rosa Luxemburgo… esparcidos por el suelo, como si las teselas del pavimento sirviesen de escaparate improvisado a cantidad de puestos callejeros, empeñados en vender todos aquellos textos hasta entonces prohibidos que, traducidos de inmediato al portugués, amontonaban sus cubiertas por calles y plazas ante una curiosidad tantos años amordazada.

La Revolución de los Claveles. Lisboa, 25 de abril de 1974.

La Revolución de los Claveles. Lisboa, 25 de abril de 1974.

Caleidoscópico poeta

Nuestra educación sentimental, sin embargo, había estado alimentada bajo la siniestra sombra de otra dictadura –por entonces aún inacabada– y nos habíamos formado con textos muy diferentes, más literarios que políticos. Tal vez por eso me empeñé entonces por escudriñar las huellas imposibles de algunos escritores que permanecían agazapados en mi memoria, entre cierto bagaje de lecturas desordenadas. Portugal lo asociaba sobre todo a las novelas de Eça de Queirós. Quise descubrir las calles lisboetas que reflejaba en sus páginas. Busqué la Rua de São Bento para evocar Alves & Cía (Ed. Salvat), aquella novela suya que me había dejado una profunda huella. Del mismo modo me hubiese gustado encontrar el estanco que tras la ventana de su habitación observaba Alvaro de Campos en Tabacaria, extenso y magnífico poema que desde su inicio –a través de un monólogo– trata de clarificar los límites de la realidad. «No soy nada / Nunca seré nada / No puedo querer ser nada. / Esto aparte, tengo en mí todos los sueños del mundo». Todos los sueños del mundo parecen recogerse y descomponerse en la caleidoscópica y enigmática figura de Fernando Pessoa, volcado sobre cada uno de sus heterónimos: Alvaro de Campos, Bernardo Soares, Ricardo Reis, Alberto Caeiro… Enigmático creador y autor de múltiples existencias poéticas, del que conservo, a modo de fetiche, un retrato suyo ante el mostrador de una taberna, sucursal de la mítica Sociedad Vinícola Abel Pereira da Fonseca, empinando el codo, teniendo como telón de fondo una generosa biblioteca del alcohol. Pero en esos primeros tiempos de claveles rojos y revolución, el poeta –bastante olvidado ya de por sí– también fue cuestionado por su tibieza, ya que la saudade pasó a entenderse como contrarevolucionaria.

Fernando Pessoa empinando el codo en la taberna Abel Pereira da Fonseca, 1929.

Fernando Pessoa empinando el codo en la taberna Abel Pereira da Fonseca, 1929.

Iberia y el iberismo

Al acometer el tema de Iberia y el iberismo, Pessoa dejó escrito: «De los odios que la historia siembra, el odio del portugués al español imperialista es el único que ha quedado». Incluso arremete contra uno de los escritores españoles más interesados por la cultura del país vecino: «Unamuno planteó la cuestión: ¿por qué no escribir en castellano? Si así fuera, prefiero escribir en inglés, que me dará un público más vasto que el castellano. Y soy tan castellano como inglés por la sangre y mucho más inglés que castellano pues mi educación es inglesa. […] ¿Porqué he de escribir en castellano? ¿Para que Unamuno pueda entenderme? Es pedir demasiado por tan poco».

Vicente Soto / Pessoa Flamenco

El poeta Pedro Atienza le supo mostrar al cantaor Vicente Soto Sordera el camino por el que las Quadras ao gosto popular pessoanas acababan por encontrarse con la más pura esencia del flamenco. Avalados por el sello discográfico de Radio Nacional de España, editaron un elepé titulado Pessoa Flamenco. Un homenaje donde algunos de los poemas de Pessoa, encontraron eco bajo casi todos los palos del flamenco: Alegrías, soleá, fandangos, tientos, tangos, bulerías, malagueñas, martinete… con la voz rotunda del cantaor jerezano, acompañado por la guitarras de Enrique de Melchor y Tomatito. De este modo se adelantaron dos años a los fastos conmemorativos del centenario del nacimiento de Pessoa, que trataron de reivindicar para su tierra –por fin– la figura del poeta plural, aunque según las palabras del escritor Robert Bréchon se realizaron: «…con un fervor que rayó en la idolatría y el fetichismo». Antes de eso, a primeros de junio de 1986, Fernando G. Delgado, por entonces director de RNE, organizó un viaje a Lisboa con algunos intelectuales españoles para homenajear –por adelantado– a Fernando Pessoa. Se leyó el poema Tabacaria en portugués y español, ante el decorado modernista de la sala del Animatógrafo do Rossio. En los salones del emblemático café Marthino de Arcada bajo los soportales de la Plaza del Comercio, se celebró una comida de hermanamiento entre escritores de los dos países (cuando aún los salones de aquel café no se habían convertido en la capilla ardiente que es hoy. Algo de desasosiego causa ver estampado al poeta en los azulejos de un esquinazo de la barra y multiplicada su figura por todo el restaurante). Aquella Jornadas se cerraron la noche del 2 de junio con un recital de Vicente Soto en el Teatro Municipal de São Luiz. Se trajo consigo desde Jerez a toda la casa de Los Sordera, presididos por el patriarca Manuel Soto. Acompañado por las guitarras de Enrique de Melchor, Pepe Habichuela y José Soto. El homenaje flamenco a Fernando Pessoa acabó con una fiesta gitana por bulerías sobre el escenario, protagonizada por todos los miembros de la dinastía.

Cubiertas del disco “Pessoa Flamenco” y del programa de mano del recital en Lisboa, 1986. (Diseño V.A.S.)

Cubiertas del disco “Pessoa Flamenco” y del programa de mano del recital en Lisboa, 1986. (Diseño V.A.S.)

El tiempo muere y renace

Aquella noche, en la voz desgarrada y profunda de Vicente Soto, hicieron vibrar al público versos como estos: «Se vive como se nace, / sin querer y sin saber. / En esa ilusión de ser, / el tiempo muere y renace / sin que se sienta correr». Pessoa volcado al castellano y enredado entre los compases del cante jondo, nos obligó a revisitar después otros poemas suyos y de sus heterónimos, con los que llevábamos tiempo familiarizados gracias a las traducciones de Rafael Santos Torroella, José Antonio Llardent o Ángel Campos. Nos reafirmarnos, una vez más, que no hizo falta que Pessoa tuviese que escribir en la lengua de Unamuno. El Sordera supo mezclar con sabia maestría la expresividad desbordada de su andaluz jerezano con la serenidad de la lengua portuguesa, no solo en algunos cortes de aquel disco emblemático, sino en el concierto del Teatro São Luiz, cuando se atrevió a enlazar en portugués algunos de los estribillos de los tangos. Pessoa afirmaba: «La quadra es un jarro de flores que pone el pueblo en la ventana de su alma».

Diez años antes

En 1976, Carlos Puebla y sus tradicionales visitaron Portugal, para disfrutar de tanta euforia revolucionaria. Agradecidos por el recibimiento recibido, publicaron después un elepé titulado Adelante Portugal. En el último corte del disco se despedían en portugués entonando un pegadizo himno: «…muito obrigado por os cravos vermelhos da liberdade…» La fragancia del jarro de flores que el pueblo había puesto en la ventana de su alma, supieron captarla con la fuerza de su cante y su música, tanto Carlos Puebla como Vicente Soto.