la Luna del Henares: 24 horas de información

No puedo respirar / Por Jesús Antonio Fernández Olmedo

Cuando quienes nos gobiernan son descerebrados y cuando lamentablemente quienes nos representan en el parlamento –o cámara de legislación para regir la vida socio-económica de la población- hacen política partidista y ruin de una  triste y seria situación de emergencia sanitaria que ya ha causado 27.133 muertes en España hasta la fecha según fuentes oficiales (y todavía los muertos siguen contabilizándose) el desconfinamiento paulatino, lejos de constituir una coyuntura de unidad política para resolver los problemas generados por esta pandemia y lejos de ser un motivo de unión de toda la ciudadanía para ser responsables de su propia vida y de cooperación para respetar la vida ajena, se ha convertido en una eclosión masiva de desorden y de irresponsabilidad social.

Con lo que las fases “progresivas” de superación del coronavirus están mostrando comportamientos indisciplinados e inmaduros tanto de adultos y de jóvenes, todos ellos reaccionando como si de botellas de cava fuesen, las que al ser descorchadas sale por la fuerza de las burbujas el líquido al exterior; o sea, en el caso de las personas encerradas obligatoriamente salen irreflexivamente a las calles, a las playas, a los parques y demás lugares de uso público.

Lo que queremos decir con esto es que los problemas se multiplicarán y se agravarán por el descerebramiento de políticos y ciudadanos.

Sin embargo, si la propuesta de estos representantes políticos y dirigentes, para afrontar y solventar las consecuencias del coronavirus, consiste en repartir palos a diestro y siniestro,  y castigando a los “insurrectos” malos ciudadanos, mostrando al resto de la ciudadanía que “la ley con sangre entra”, como en tiempos del Caudillo Generalísimo de los Ejércitos, entonces nos encontramos ante otro problema añadido: se aviva todavía más la llama de la violencia en las personas, las cuales pueden desinhibirse tanto que se atrevan a llevar a cabo pillajes en las calles, asaltos en locales comerciales, además de los destrozos de mobiliario urbano o vehículos que normalmente ocurren en las protestas masivas en las vías públicas.

Y la pregunta ahora que cabe hacerse individualmente es: ¿cómo hemos podido elegir a semejantes fantoches políticos?

Veamos, por ejemplo, la revuelta multitudinaria ciudadana  en distintas ciudades importantes de EEUU, ocasionada por la muerte de George Floyd, ciudadano de raza negra que vivía en una ciudad del sur, Minneapolis. Incluso ha habido revueltas antirracistas, como dicen los telediarios, en Washington DC, en New York… Este lamentable hecho ha dado a conocer al mundo dos evidencias: la primera es que el supuesto “imperio” ha quedado desnudo en lo que se oculta socialmente –o se quiere ocultar-, la relación de los ciudadanos norteamericanos con las fuerzas del orden; y la segunda evidencia es que esta muerte brutal e injusta en un país que presume de estatua de la Libertad y de democracia liberal ha puesto en evidencia el malestar general de la gente ante los problemas cotidianos y reales. Están siendo pisoteados en sus derechos civiles básicos: trabajo, salud y educación carente de valores cívicos y humanos.

Así que esta explosión de violencia masiva en la que la gente es capaz de perder el control individual y caer en el pillaje y en la agresión física interracial. Es decir, no va a ser en vano, porque las cicatrices del racismo en EEUU se han vuelto a abrir con más virulencia que nunca. Y hablando de coronavirus, esta virulencia será muy letal de una sociedad que ya no es la que fue. Está en decadencia. Hollywood no es el pueblo norteamericano, y sus estrellas nada tienen que ver con los planetas y las estrellas del inmenso universo. La muerte, entonces, del Sr. Floyd ha sido el detonante, no más, que ha hecho estallar la violencia social que estaba contenida en la sociedad norteamericana.

En cuanto al panorama político en España –la España del aplauso contra el coronavirus-, nos decían durante dos meses y medio sólo “quédate en casa”, dando a entender que así nos comportábamos como buenos ciudadanos; pero ahora, en periodo de fases de salida progresiva del confinamiento -¿o quizás arresto domiciliario?- han cambiado la cantinela a la de “no te reúnas ni te manifiestes” de modo subliminal a través de la advertencia de que el bicho aún está aquí y la mascarilla es obligatoria incluso para hacer deporte o tomar un café. Y los medios de comunicación “se prestan solidariamente” a difundir esta recomendación de buena ciudadana/buen ciudadano.

Pero los estómagos no obedecen a recomendaciones dogmáticas hipócritas cuando el hambre acucia a todos esos miles de personas que han perdido su trabajo por mor de esta pandemia, y no lo van a recuperar. Y los miles que todavía están por llegar, por ejemplo empleados de la multinacional norteamericana de aluminio en Galicia, o el conflicto laboral en las tres fábricas de la multinacional Nissan.

En fin, el desempleo, que siempre hemos acarreado como un lastre muy pesado en lo social y en lo económico, se ha agravado y también ha aumentado en nuestra maltrecha población ya empobrecida. La falta de oportunidades para los universitarios y las personas de formación profesional de nivel académico alto es otra vergüenza que ha resurgido con patética violencia. Por otro lado, en este país las mujeres de color trabajan por las mitad del salario de las mujeres blancas; es decir, la discriminación racial sigue creciendo en nuestra democracia ¿cómo se explica esto en el siglo XXI?

Ni que decir tiene que el epicentro de este sistema social globalizado, cuyo valor central es aún el dinero, se extiende ya a muchos lugares del mundo, no sólo en Europa. Las dificultades para alimentarse y no morirse de hambre son enormes y alarmantes. Por ejemplo, en la República Democrática del Congo, los niños extraen el cobalto que los gigantes chinos y norteamericano de la industria de dispositivos de comunicación utilizan para fabricar los teléfonos móviles y tabletas con las que nos entretenemos aquí en Europa y en los países desarrollados. La consecuencia es que estos niños están muriendo al estar en contacto con la toxicidad letal de este material, ya que no pueden ir a la escuela y trabajan en estas condiciones de esclavitud para poder comer y no morir de hambre, aunque al final mueren por contaminación de este producto. ¿Qué les parece?

Ya es hora de quitarnos la máscara que nos impide ver lo que pasa alrededor y de respirar hondamente para ser capaces.