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Los cerezos de Libreros / Por Manuel Peinado

Los cerezos de Libreros / Por Manuel Peinado

Cuenta una leyenda que alrededor de 1150, finalizada la segunda cruzada, que terminó como el rosario de la aurora, los cruzados franceses trajeron desde Damasco unos pies de ciruelos con cuya fruta se habían deleitado en el fallido asedio a la ciudad. Cuando informaron al rey Luis VII, el monarca, fuera de sí, exclamó: «Ne me dites pas que vous êtes allés là-bas uniquement pour des prunes!» (¡No me digáis que sólo habéis ido por ciruelas!), o sea, «para nada». En francés, ir a por ciruelas significa los que en España “salir por uvas”, es decir, hacer algo sin mayor provecho.

Entra dentro de lo posible que, como hicieron con las especias, los cruzados introdujeran en Europa frutales de Oriente Medio o de Asia menor, entre otros los ciruelos comestibles más comunes (Prunus domestica), pero lo que sí es seguro, porque está perfectamente documentado, que hubo que esperar siete siglos para que un jardinero francés apellidado Pisard introdujera en Europa unos arbolitos rojizos de origen persa que llevan en su honor el nombre de pisardi, una variedad del cerezo (Prunus cerasifera), que hoy adorna y da sombra en las ciudades de todo el mundo, entre otras la calle Libreros de nuestra ciudad.

Empezaré por ofrecer algunas nociones botánicas y luego les contaré la historia de cómo el ciruelo rojo o pisardi viajó desde Persia para acabar formando parte del paisaje urbano occidental.

Los pisardi, además de su resistencia a la contaminación, lo que los convierte en idóneos para ambientes urbanos, son muy apreciados como ornamentales por el original color rojizo de sus hojas, flores y frutos. Son pequeños árboles o arbustos caducifolios de hasta ocho metros de altura, muy ramificados y de copa compacta. Las hojas, de color rojizo-granate, tienen forma ovado-aguda con el borde dentado y caen del árbol con los primeros fríos invernales. Las flores son de color rosa y aparecen desde finales de invierno a inicios de primavera, antes de que surjan las hojas, lo que favorece la polinización sin la interferencia del denso follaje.

El género Prunus, de la familia Rosáceas, la misma a la que pertenecen las rosas, las zarzamoras, las manzanas, las fresas y un sinfín de frutales, está integrado por unas doscientas especies de árboles y arbustos originarios, en su mayoría, de las zonas templadas del hemisferio Norte. Entre sus muchas especies de interés comercial, además del mencionado cerezo, se cuentan P. domestica (ciruelo común), P. mahaleb (cerezo de Santa Lucía), P. lauroceresus (laurel cerezo), P. spinosa (endrino), P. persica (melocotonero), P. dulcis (almendro), P. armeniaca(albaricoquero), P. cerasus (guindo) y, P.avium (cerezo silvestre).

Y ahora vamos con la historia del viaje de los pisardis a los jardines europeos.Las flores son pentámeras: tienen cinco sépalos, cinco pétalos, entre diez y veinte estambres y un solo carpelo central que contiene un único óvulo. Fecundada la flor gracias a los insectos polinizadores, el óvulo se transforma en semilla y el carpelo en un fruto del tamaño de una cereza, comestible, aunque algo ácido, con el que en Francia elaboran jaleas dulces. Técnicamente es una drupa, un nombre que alude a todas las frutas que tienen “hueso” como las que aparecen en la figura adjunta: cerezas (1), ciruelas (2), aceitunas (3), platerinas (4), albaricoques (5), mangos (6), dátiles (7) y nectarinas (8). No es el momento de extenderme más con las originales características de las drupas. A los lectores interesados les remito a unos posts en las que me ocupé de ellas (12).

Entre 1785 y 1925 reinó en Persia la dinastía Kayar, de origen turco. En 1925 la sustituyó la dinastía Pahlaví que reinó poco más de medio siglo antes de que en 1979 los ayatolás de Jomeini derrocaran al corrupto shah Mohammad Reza Pahlaví, un títere de británicos y americanos. Nasser-al-Din Shah Qajar (1831/1896) fue el penúltimo shah de la dinastía Kayar desde 1848 hasta su muerte, que debió ser muy llorada porque dejó ochenta y cuatro viudas. Su estilo de gobierno era dictatorial, aunque de ciertas tendencias reformistas de corte europeizante. Fue el primer monarca persa en visitar Europa en 1871, luego en 1873 (donde revistó una flota de la Royal Navy, así como una maniobra militar a gran escala en Rusia, lo que le llevó a fundar una brigada cosaca), y más tarde en 1878 y 1889.

Durante sus viajes quedó impresionado por la tecnología que había visto en Europa. Fue mecenas de la fotografía y, además de ser el primer iraní en ser fotografiado, el invento le entusiasmó y se fotografió miles de veces. Introdujo muchas innovaciones occidentales en Irán, incluyendo un moderno sistema de correos, el transporte ferroviario, un sistema bancario y permitió e impulsó los primeros periódicos.

Cuando llegó a París en 1878 para visitar la Exposición Universal, además de quedarse estupefacto con la torre Eiffel, se sorprendió por la belleza de los jardines de París y Versalles. Quiso tener un jardinero francés. Le recomendaron a monsieur Pissard. Lo contrató por una fortuna y lo llevó con él a Teherán, donde le encargó transformar los jardines de su palacio.

Ernest François Pissard, Oficial del Mérito Agrícola, Caballero de Cristo de Portugal y de la Real Orden de Villaviciosa, nació en 1850 en Sallanches. Era hijo de un famoso jardinero y horticultor, Claude-Marin Pissard, del que heredó su primorosa afición a las plantas. El 1866 se graduó en la Escuela de Agricultura de Igny, desde donde pasó a trabajar en el prestigioso Jardin des Plantes de Paris hasta 1878, cuando lo contrató el shah. En 1887 fue contratado como jardinero jefe del lisboeta Jardim da Estrela, donde se mantuvo hasta 1907. Luego regresó a Francia y se instaló en Arcachón en un chalet situado en el bulevar de la playa, que pronto se hizo famoso por sus cuidados jardines.

Desde Persia, Pissard trajo semillas y esquejes de muchas plantas nativas, entre otras las de una nueva planta, enesguida llamada el «cerezo de Pissard». En los Anales del año 1881 de la revista de la Sociedad de Horticultura de Nantes, Élie-Abel Carrière, el gran botánico y horticultor francés, jefe de los jardineros del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, escribió un encendido elogio del arbolito recién incorporado a la flora ornamental francesa: «La planta más notable que se ha introducido durante mucho tiempo es, sin duda, Prunus pissardi. Además de su novedad y de sus muchos méritos desde dos puntos de vista muy interesantes -como árbol frutal y como ornamental- constituye una sección particular del género Prunus. De hecho, no sólo es notable por la coloración de sus hojas que son de un rojo intenso, con reflejos matizados; sus frutos, desde su formación, también son de un color rojo muy oscuro, absolutamente nuevo. Prunus pissardi crece poco y se ramifica considerablemente; resulta siempre es muy agradable a la vista por sus hojas, sus flores, sus frutos y por el color de su corteza que, siempre roja, negra y lustrosa, constituye una decoración vegetal perpetua».

Pissard murió en 1934. Su amigo Albert Chaudhari, miembro del Parlamento de Burdeos, escribió en su obituario: «Con toda razón, Brillt-Sàvarin escribió que el descubrimiento de un nuevo manjar hace más por la felicidad de la humanidad que el descubrimiento de una estrella. Se puede añadir que el hallazgo de una nueva planta es más útil que el descubrimiento de un cometa. Por tanto, es necesario agradecer a aquellos que, como el botánico Pissard, han enriquecido la flora francesa y contribuido al embellecimiento de nuestros paisajes».

Ernest François Pissard descansa en el camposanto de Tallence, la ciudad hermana de Alcalá de Henares.

© Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca