la Luna del Henares: 24 horas de información

Los atributos y el artículo 155 / Por Antonio Campuzano

Mariano Rajoy lleva en la dimensión pública de la vida, o sea la política,  36 años. A lo largo de esta prolongada biografía muchas han sido las críticas que se han cruzado contra su carácter para concluir que era una persona pública prudente, sabedor de las dificultades añadidas que suponen la precipitación y la proximidad a los problemas sin estudio y detenimiento. El desparpajo no es palabra que defina su manera de hacer y decir, si bien las prosodias que acompañan su verbo tienen adeptos que elevan a grandes niveles de sentido del humor el potencial gracioso del presidente de gobierno.

Uno de sus más escasos defensores, Federico Jiménez Losantos, hace de sus complejos un paradigma de su gobierno. Pues bien, El hombre sin atributos, no se sabe si su libro de cabecera, de Robert Musil, ha cambiado esa percepción en una soleada mañana del 21 de octubre, desde la sala de prensa del palacio de la Moncloa. Determinación, arrojo, osadía, topetón racial contra la oposición, así se ha manifestado Rajoy. Quizá el libro de Musil es incompatible con las tareas de gobierno con sus más de 1500 páginas, pero quizá sí  las afirmaciones de Juan Gil Albert, cuando decía que «España no existe, antes de los  Reyes católicos, como tal unidad y ni siquiera como proyecto, es un amasijo de pasiones movidas por el viento de las circunstancias y de la fatalidad».

El extraño sabor de lo territorial ha operado en el presidente de gobierno de España esa voltereta en su carácter para violentar una decisión quizá para siempre inesperada incluso para el dueño de la misma. El acontecimiento político más acentuadamente extraordinario desde el golpe del 23-F de momento se salda con exposición de hegemonía del gobierno central, pero a costa de aplicar un volantazo a un coche nunca exigido de tal manera, habituado a su manejabilidad sin mácula. Eso sí, en la maniobra ha dejado por delante alrededor de cinco generaciones de catalanes con un regusto a almendra inmadura machacada entre los dientes y un relato histórico futuro lleno de atajos y abismos didácticos muy difíciles de digerir.

La disponibilidad inmediata, como dice el currículum vitae, la minoría catalana al socorro de los gobierno de los 90, PP y PSOE, esa, naturalmente, pertenece al estudio de la historia contemporánea y como usos fuera de lo común. Geográficamente, el NE de España está perfectamente delimitado en el Google Maps, pero el emocional tiene un desgarro tan acre a cualquier sentido que la distancia entre muchos catalanes y el resto de españoles se podrá medir por categorías mucho más generosamente cuantitativas que el kilómetro. Las visitas del Barcelona a determinados estadios dejarán el fútbol mucho más atrás que el denuesto y el salivazo. Porque la grosería ideológica de la exhibición patriótica a balconazo plástico limpio ha tenido una ocasión magnífica para airear la habitación llena de rencor no ya histórico, que hace menos daño, sino el fáctico, el que impide visibilidad por incompatibilidad con este presente político.

Claro que se avecinan realidades probablemente tormentosas, pero ahora toca al gobierno de la nación española. Y llega la hora del control, de las emociones y de los decretos, de los ministros ahora convertidos en consellers y también de los fiscales, cuyas peticiones de prisión están muy al alcance de la firma.

Se acabó , como diría Hans Magnus Enzensberger, «aquella agradable sensación de ser ingenuo».