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Lo barato sale caro / por Anabel Poveda

Cada día estoy más de acuerdo con mi madre en que tengo cierta tendencia a la cutrez… voy por rachas pero, de repente, me entra la neura y lo hago todo en plan casero y chapucilla.

Hace ya tiempo, preocupada por mi precaria situación económica, decidí que era momento de empezar a recortar gastos y me hice una lista mental de cosas prescindibles… en los primeros puestos de la lista apareció «ir a la peluquería», con el riesgo que conlleva para alguien con el pelo teñido y que empieza a peinar canas.

A primeros de octubre, con unas raíces negras de las que Shakira pone de moda, pero que a ti te dan aspecto de vagabunda, mi madre muy sutilmente me invitó a solucionar el problema con un tinte de esos que encuentras por cientos en las estanterías de los supermercados… novata en eso de elegir color, me aventuré con un rubio extra claro de una marca televisiva… mi señora madre puso mucho empeño con el pincel y le quedó muy apañao. Hubo suerte…

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Pero claro, el tiempo pasa, el pelo crece y alarmada por la proliferación de canas, hace unos días decidí repetir el proceso para seguir con mi plan de ahorro.

Esta vez me envalentoné, cogí otro tono, otra marca y me presenté en casa de mi madre con los achiperris dispuesta a pasar por el salón «De la Güida» para quedar requetemona. Tengo que decir que cuando abres la caja te surgen más dudas que al hacer la declaración de la renta. De pronto te encuentras cuatro botes, unos guantes, un recipiente, un pincel y como eres universitaria, tú para qué te vas a leer las instrucciones… para adelantarle trabajo a mi madre abrí los tubos al tuntún, los mezclé en un bol y le di el mejunje para que ella hiciera el resto.

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Cuando llevaba veinte minutos tiñendo raíces, empecé a escuchar unos resoplidos que me hicieron sospechar que algo no iba bien… así que le pregunté a mi madre qué estaba pasando por ahí arriba, y me contestó que la mezcla se espesaba por momentos, que no cambiaba de color al oxidarse y que no iba a tener para todo el pelo… me extrañó pero pensé que, como va creciendo, igual está llegando la hora de comprar dos botes, en lugar de uno. Así que, cuando se acabó el ungüento, me lo dejé veinte minutos en la cabeza y, sin ver resultado alguno, mi madre, que es lista la jodía, se leyó las instrucciones y se dio cuenta de que, en lugar de mezclar la crema reveladora con el tinte, la había juntado con la crema suavizante. Me cercioré del desaguisado, me puse el abrigo y me acerqué al súper más cercano para comprar una segunda caja de tinte.

Esta vez, venida arriba, cogí otro número y decidí mezclarlo con el que no había usado, porque me creo Ruphert en sus buenos tiempos. Comenzamos el proceso desde cero y a los cinco minutos me empezó a picar la cabeza como si tuviera una legión de piojos atacándome el cuero cabelludo. Esperé el tiempo reglamentario sin arrancarme la piel a tiras y me lavé el pelo con agua fría para calmar la irritación.

Cuando me sequé el pelo descubrimos las raíces rojizas, una franja rubio ceniza y las puntas amarillo pollo… parece que la doble exposición a decoloración o agua oxigenada me ha dejado la cabeza como una gata tricolor.

Amigas, no ahorren ustedes en peluquería, que lo barato sale caro. Que esos profesionales que nos embellecen saben lo que hacen y eso tiene un precio.

Cuando me vea Laura, mi peluquera, me querrá matar porque le tocará solucionar el desastre cromático de esta listilla. Hasta ese momento, disfrutaré de mi pelo de colorinchis digno de cualquier teenager que se precie.