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La seducción del Val / Por Emilio Sánchez

La seducción del Val / Por Emilio Sánchez

Por Emilio Sánchez (*)

Pides un tercio, te sientas en la única banqueta libre de la barra y alzas la mirada. Y ahí está ella. No es más guapa que su amiga, su sonrisa no es más bonita que la de tu vecina y sus ojos no ocultan ningún secreto. Pero te vuelve loco. No se puede explicar, pero quieres acariciar su mano y susurrarle al oído. Así es el amor, una maravilla sin explicación. Esa chica es El Val.

El barrio que abraza al Henares tiene algo especial. Los que hemos nacido y crecido en Alcalá lo sabemos. Aún sin habernos reproducido. La primera y única medalla que he recibido en mi vida, cuando no levantaba dos palmos del suelo, me la dieron en el parque de la Juve. Creo recordar que fue por un dibujo de un concurso de Medio Ambiente y no tengo ni idea de quién me la entregó. Lo que no se ha esfumado de mi memoria es el lugar en el que me sentí el rey del mundo.

Subiendo contra la corriente del río, en la ciudad deportiva, disfruté como un enano mientras mi padre se helaba el culo cada mañana de sábado. Yo gocé con un balón en la mano; otros lo hacían con la pelota en el pie o empuñando la raqueta. Creces y sigues ascendiendo el cauce del Henares, sin más remedio que llorar la terrible y veraniega noche del Hércules en el Municipal del Val.

Lo superas, te plantas en el instituto, una chica te hace ‘tilín’ y pocas dudas caben sobre dónde quedar. No vas a gastar un euro de más en coger el autobús para ir a los cines del Alcampo, así que te plantas en las salas del Centro Comercial El Val. Tantos besos y ‘cobras’ han bailado en esos extintos cines como en la sala de conciertos más presumida al norte del río, la EGO.

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Todo ello lo vi con ojos tan vagos como el sastre de Tarzán. Mi madre, con todo su amor, me llevaba cada poco al centro de especialidades del Val para revisar a los perezosos. El único atractivo de ese trámite era el innegociable cruasán a la plancha que servían frente al oftalmólogo. Allí también vivían el dermatólogo, el traumatólogo, el otorrinolaringólogo y otros tantos ‘ólogos’ cazadores de enfermedades. Todos ellos se mudaron al Ensanche hace nueve años, para desgracia del Val. Entonces se aludió al terrible estado del edificio.

Solo ha hecho falta que el nuevo gobierno pregunte a la propietaria, la Seguridad Social, para descubrir que el edifico no está enfermo, deseoso de, quizá, volver a acoger tantos ‘ólogos’ como sea posible. Mientras se aclara por qué echó el cierre en 2007, solo puedo sonreír. El Val podría recuperar uno de sus múltiples corazones, ese enorme edificio que bombeaba la sangre del barrio, al igual que la Juve, el río, el pabellón, la ciudad deportiva, las piscinas, el centro comercial… Ojalá reabra sus puertas. La chica más seductora del bar esbozará una sonrisa.

(*) Emilio Sánchez es periodista de Ser Henares