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La realidad supera la ficción / Por Anabel Poveda

Llevo un mes y medio que me siento como una actriz secundaria dentro esas series de médicos que tanto se llevan. Es como si cada semana hiciera un cameo en Urgencias, Hospital Central o tuviera cita con el Doctor House.

La cuestión es que mis problemillas de salud no terminan de remitir y voy subida en la montaña rusa del dolor y las molestias. Es como el Dragon Khan de Port Aventura, pero en chungo…
Ir al médico, presentarme en el Centro de Salud o en el Clínico de urgencias se ha convertido en una rutina bastante desagradable, pero lo que me pasó la última vez fue una situación digna de Almodóvar.
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Después de dos días sin dormir, rabiando de dolor y harta de pastillas, mi padre decidió venir a buscarme para llevarme a urgencias (por tercera vez en un mes) y no pude negarme.
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Llegamos al Clínico, donde ya me muevo como pez en el agua, ventanilla, triaje y sala de espera y un enfermero me dice que voy a tener que esperar un poquito porque el cirujano que me tiene que ver está operando… mal rollo, «esperar un poquito en urgencias» es sinónimo de tres horas… y tal cual. Al borde del ataque de nervios, cansada, dolorida y enfadada de tanto esperar mi nombre suena por megafonía… ¡Ya era hora!
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Me dirijo a la sala de curas, abro la puerta y pienso, ¡No, que no sea él el cirujano! De frente, un pedazo de pibón de metro ochenta y cinco, guapísimo esperando con mi historial en la mano dispuesto a regañarme por haber vuelto a urgencias… Me dice sin despeinarse que no puede hacer nada por mí (créeme que sí puedes hijo mío), porque no llego medio muerta o con una hemorragia incompatible con la vida y que tengo que tener paciencia (más que el Santo Job) y esperar la valoración del especialista.
Debería estar prohibido que médicos tan jóvenes y tan guapos tengan que atenderte cuando llegas en condiciones tan lamentables porque la palabra vergüencita se queda corta… me miró y me dijo, «sube a la camilla y ya sabes cómo colocarte que como no es la primera vez que vienes, eres experta».
Situación incómoda donde las haya… le hago caso y el medicazo afloja el tono mientras procede a la exploración, me explica cómo está el tema y recula de la bordería previa diciéndome, mucho más amable, que si estoy fatal y no puedo con la vida, me da permiso para vovlver a urgencias a que me ayuden…
Y yo pensando para mis adentros… si me garantizas que vas a estar tú vuelvo mañana, pero con los tacones, un vestido y el rimmel puesto… no con esta cara de acelga pocha, a pedirte matrimonio.
Me despido del guapérrimo con penita y cuando salgo, me pregunta mi padre:
-¿Ana, no te habrá atendido un médico altísimo y guapísimo con uniforme azul?
– Sí papá, sí, el mismo… ¿Te gusta de yerno?
– Es que le he visto pasar y he pensado, joer qué chaval más majete, como sea el de mi hija va a pasar vergüenza por lo delicado de la situación…
– Tal cual papi, eso sí, hemos adquirido tal nivel de confianza en cinco minutos que he estado a punto de pedirle una cita, una cena o similar, total ya, con semejante grado de intimidad… qué menos que invitarle a una cerveza…
– Sí, sí Anita, lo que tú digas, mira que eres fantasiosa hija mía… venga tira que nos vamos a casa y no me llames mañana diciendo que te tengo que traer otra vez que se te va a ver el plumero…
Y me tocó irme a casa, con la cabeza vuelta gritando al viento ¡adiós amor mío… volveré pronto!
PD: Tengo su nombre en el informe de urgencias pero me voy a cortar de investigarle que NO soy una loca psicópata 😉