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La mascarilla y la calle Navarro y Ledesma / Por Antonio Campuzano

La mascarilla y la calle Navarro y Ledesma / Por Antonio Campuzano

Los anuncios de la llegada de la primavera al Corte Inglés antes que a calles y avenidas faltan este año a su cita con grave daño a la tan agradable rutina y a la costumbre de cantinelas y rumores musicales. Ni pase de modelos ni adelanto de primavera verano, ni frufrús de telas vaporosas. Esta primavera se ha instalado, ojalá que no para quedarse, la moda de la mascarilla.

Dentro del aislamiento social, no hay más remedio que salir de la madriguera en excepcionales ocasiones. Y en ese momento, sin esfuerzo alguno, se produce ya con naturalidad el choque estético con el universo de la mascarilla. Combinadas con vestidos de raigambre primaveral o con indumentaria más recia, falda o pantalón, para el niño o la niña, las hay de toda elaboración, procedencia, origen, textura y corte, incluso artesanal, de costurera de ocasión.

En la esquina de la calle de las Flores con Navarro y Ledesma, hace unos días, se abrió paso una figura entre las esquinas y las personas salidas de su confinamiento para ganar el espacio de la brillantez más rutilante con el lucimiento de una mascarilla única, poderosa, hegemónica. Su descripción no solo es difícil para el común de los mortales, incluso lo es para los diseñadores, los sanitarios, los epidemiólogos y lo secretarios de Estado. El portador parecía señor, pero podía ser señora. La máscara a veces parecía obra terminada, en otro momento parecía boceto aún en fase muy inicial, daba tiempo a la investigación y la contemplación porque el modelo sabía de su imantación y poder de atracción. Parecía una aproximación a la mascarilla sanitaria, eso sí, cruzaba mejillas y mandíbulas, frontal y esfenoides. Pendiente la tela de ambas orejas, extendida por toda la superficie de cara y añadidos, denotaba gran calidad en la tela, estampada y tersa, con ofrecimiento de seguridad sanitaria en grado sumo, por lo menos triple malla hipoalergénica, absorbente y permeable.

Como debe ser, con todas y cada una de las condiciones de prevención y esterilización que han de ser aprendidas en centros y facultades de medicina. La mascarilla no cruzaba sola las calles de Alcalá, iba acompañada de las partes integrantes del kit. Sus acompañantes por arriba eran las gafas cerradas de cara completa, diseñadas contra el polvo añadido o la salpicadura ocasional, sin decir nada por obviedad del estornudo. La calidad del plástico y el remate de sus ángulos y tangentes resultaban absolutamente irreprochables. Los guantes, para completar el cuadro, componían un equilibrio muy cercano a la perfección estética, con un látex de marcada adaptación a los pliegues de dedos y muñecas, como segunda epidermis para tan magnífica ocasión como históricamente presenta el Covid 19.

La calle Navarro y Ledesma nunca estuvo tan lejos ser una calle y tan cerca de parecer un quirófano, quizá un laboratorio. Esperanza Carmona, habitual del barrio, y un amigo, intercambiaron miradas de admiración y estupor al mismo tiempo y se preguntaron si todo eso tendría continuidad después de la crisis sanitaria, exactamente cuando el mundo recobre la normalidad de su frecuencia cardiaca. La vieja historia del hábito y el monje y quién o qué prevalece sobre el otro.

Galdós, en uno de sus primeros Episodios Nacionales, dice de alguien que “la buena ropa que vestía no era adorno de su cuerpo, pues él no estaba vestido con ella, sino ella puesta en él”.