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La inutilidad de pensar en España / Por Antonio Campuzano

La inutilidad de pensar en España  /  Por Antonio Campuzano

 

La desescalada está aquí y ojalá haya venido para quedarse. Las modificaciones supondrían una aportación que alimentaría la corrosión destructiva de la oposición conservadora de PP y Vox. Solo los observadores de la prensa extranjera, mejor o peor traídos por los epígonos de la derecha, serán capaces de discernir las diferencias entre las críticas de la oposición antes de la declaración del estado de alarma y durante el mismo.

Pablo Casado se refiere habitualmente al gobierno como “gobierno mentiroso”, la portavoz Cayetana Álvarez de Toledo dice con frecuencia que el ejecutivo es “responsable de miles de muertes”, Santiago Abascal atruena con repetición que el gobierno es “comunista y bolivariano”. Con la salvedad de la segunda de las agresiones, que trae causa de la pandemia, el resto de las acusaciones es moneda común, es decir, ya existían antes del mal vírico.

Dos días después de las elecciones de noviembre pasado, cuando se hizo público el acuerdo para formar gobierno del vencedor de las elecciones, PSOE, y la cuarta fuerza, Podemos, se desencadenó la ferocidad de la oposición montaraz, deslegitimadora de un acuerdo que se celebraba entre “los enemigos de España”. Meses antes, tanto la Comunidad de Madrid como el Ayuntamiento de la capital empezaron a ser gobernados por el resultado de tres fuerzas perdedoras de las elecciones de mayo, sin que se resquebrajase cimiento constitucional alguno. Es más, en este preciso momento político excepcional, el alcalde Martínez Almeida ha ofertado voluntad de comprensión por la mala suerte de ser primer edil con la maldad bacteriológica y su mano tendida ha sido aceptada por la oposición de Más Madrid.

El valor del ejemplo no es suficiente para nutrir la virtud de la complacencia con la situación verdaderamente dramática del presente. El único recurso que produce la movilización de PP y Vox es la necesidad de gobernar. El olvido flagrante de la necesidad de ganar unas elecciones o, al menos, la posibilidad de formar gobierno, no es fórmula capaz de atemperar su voluntad de la detentación del poder.

Antes, mucho antes de la aparición del virus, había quedado meridiano el rechazo de los resultados democráticos. El líder del PP se muestra más pastueño a la hora de la producción de la alternativa: es partidario de la ruptura de PSOE con Podemos con la sana intención de formar gobierno con PP, y probablemente con la segunda tentación de imponer su propio programa. El mascarón de proa de Vox prefiere un gobierno de “reconstrucción nacional”, con figuras independientes que defiendan la nación y su Estado, algo como decir que ahora defienden los intereses dictados por las cancillerías de Corea del Norte y los think tanks de Caracas. Unamuno, de nuevo acomodado al siglo XXI merced a Alejandro Amenábar, saltaría de su brasero salmantino para decir que resulta “inútil que penséis en España”, como dijo a los amigos de Millán Astray y Pemán en aquel octubre de 1936, rememorado por el biógrafo excelente que es Luciano G. Egido.

Los discípulos de la catástrofe que anidan en las capitanías de la oposición carecen de la delicadeza del disimulo, de la transposición de afanes y deseos, no se apropian de la finura, de la elegancia. Se agarran a la trompetería, a la percusión. De Abascal se podría decir como lo hace Caballero Bonald de Jorge Oteyza, en Examen de ingenios, “entre sus competencias vascas no figuraba la mesura”.

Roberto Saviano, en La banda de los niños, define muy bien a un personaje que bien pudiera asemejarse con Pablo Casado, “parecía lamerse las encías para pronunciar aquellas sílabas, duras, profesionales”. Lo peor es la construcción de un escenario irreal con elementos de realidad. La situación mezcla muerte, desgracia, con gobierno, con política.

La necesidad demanda unidad, solidaridad, pero obtiene división y egotismo. Y sin remordimiento, que tiene más mérito en la instrospección humana.

Ricardo Piglia, arrebatado por la ELA, dejó muchas reflexiones. Una de ellas: “la derecha no sufre la quiebra entre palabras y actos que la izquierda se reprocha a sí misma reiteradamente”.

Antonio Campuzano.