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La frontera salvaje / Por Francisco Peña

La frontera salvaje / Por Francisco Peña

Por Francisco Peña

El próximo 26 de abril, a las 19 horas, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, se presentará La frontera salvaje, un libro inédito en español de Washington Irving, traducido por Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá, quien fuera alcalde de nuestra ciudad (1999-2003).

En abril de 1835 apareció en Filadelfia la edición americana de A Tour on the Prairies. En noviembre, se habían vendido ochenta mil ejemplares y el libro se convirtió en un clásico de la literatura norteamericana. La editorial Errata Naturae ha rescatado la edición original que, traducida por Manuel Peinado Lorca, y con el título de La frontera salvaje, ve la luz otro mes de abril, 183 años después de la publicación de la primera edición, dentro del programa del Festival de la Palabra 2018.

Irving era un autor de fama universal, especialmente desde la publicación de los Cuentos de la Alhambra, un superventas de la época. Después de haber pasado 17 años en Europa, a su regreso en 1832, el escritor encontró una nación muy diferente a la que había dejado. En aquel país sujeto a un intenso proceso de americanización, Irving quiso salir al paso de cualquier duda sobre su patriotismo y compensar en cierto modo sus obras de temática europea con una nueva producción de obras de tema «americano». Cumplió sobradamente con ello al publicar A Tour on the Prairies (1835), Astoria (1836), y The Adventures of Captain Bonneville (1837), tres libros de particular relevancia tanto por la aparición del nuevo modelo cultural estadounidense, como por narrar la expansión continental derivada de la victoria de los colonos en la Guerra de la Independencia. Ninguna de esas novelas, precursoras de la mítica conquista del Far West, ha sido traducida al castellano.

Recién estrenado el siglo XIX, James Kirke Paulding, quien popularizó al mítico David Crockett, clamaba a favor de la independencia artística y cultural de los Estados Unidos. Resultaba imperativo –argumentaba Paulding- independizarse de los modelos europeos y elaborar una literatura propia, autóctona, que reflejara la realidad de la recién nacida República. Y, efectivamente, en las primeras décadas de aquel siglo comenzaron a publicarse obras que, obviando el interés artístico, trataban de mostrar al mundo y a los propios americanos acomodados en la costa Este “cómo” eran los Estados Unidos. James Fenimore Cooper, autor de El último Mohicano (1826), dedicó a tal fin buena parte de su producción literaria.

El otro gran nombre de las letras norteamericanas de ese periodo fue Washington Irving, cuyos intereses literarios no estaban tan distantes de los mencionados respecto a Cooper como algunos han querido ver. Mientras residía en España y escribía sobre la conquista de Granada, escribió a su buen amigo Dolgorouki –con quien viajó a Andalucía-: «Me he estado aventurando en una especie de experimento literario y el éxito depende en buena parte de la suerte». Es en ese contexto donde se enmarcan los escritos de Cooper e Irving, los autores seminales de la narrativa específicamente norteamericana.

El profesor Manuel Peinado ofrece una excelente traducción, acompañada de unas notas aclaratorias y de un ensayo introductorio que por sí solo es un notable análisis contextual e histórico de A Tour on the Praries (que la editorial ha cambiado por el más comercial La frontera salvaje), título y obra no tan conocida como Rip Van Winkle, La leyenda de Sleepy Hollow o Los cuentos de La Alhambra, pero que se enmarca plenamente en la tradición que reclamara James Kirke Paulding, con quien mantuvo una estrecha amistad desde sus años de juventud cuando ambos formaban parte del alegre grupo de los Knickerbocker, como ellos mismos se bautizaron.

Como muchos otros acontecimientos en la vida de Irving, el destino, la casualidad, se encuentra en el origen mismo de la gestación de la obra. Acababa de regresar de Europa y planeaba un viaje por Kentucky y Tennessee, pero el nombramiento de su amigo el juez Henry L. Ellsworth como comisionado de asuntos nativos en los entonces denominados “Territorios Indios” en los estados del sur –en el actual territorio de Oklahoma- alteró los planes. Algo similar le había ocurrido años antes estando en España, pues el motivo por el que Irving vino a España poco tenía de literario: Alexander Everett, embajador de Estados Unidos en España, le ofreció un puesto de funcionario en la embajada para traducir la obra sobre Colón escrita por Fernández de Navarrete. Más allá de lo anecdótico de la narración de Irving sobre La Alhambra, lo que importa es la influencia que aquella tuvo en el relato del posterior “viaje por las praderas”. A fin de cuentas, Los cuentos de La Alhambra es un libro de viajes –muy en el estilo de los Cuentos de Canterbury de Chaucer-, probablemente el libro que inicia en Estados Unidos lo que se ha venido en conocer como “Road Narratives”.

Entendía Irving que el escritor debía poetizar la realidad sin alterarla, pero en sus primeras obras el espíritu romántico –la romantización de la realidad, si se prefiere- es tan poderoso que eclipsa cualquier otra consideración. En La frontera salvaje ya no encontramos apasionantes leyendas de tesoros escondidos o bellas damas raptadas y liberadas como en Los cuentos de La Alhambra; es la propia naturaleza, la evolución del viaje atravesando peligrosos ríos, la vida en medio de la naturaleza salvaje… el contacto con los indios, en definitiva, lo que confiere a la narración su carácter romántico.

La excelente traducción, como hemos comentado, permite una lectura amena y agradable de estas aventuras de Irving, pero les recomiendo que no dejen de leer las 147 notas que ocupan 26 páginas al final de la edición. En ellas, Manuel Peinado “casi” escribe un nuevo libro de historia, de botánica, de fauna, de antropología… Las explicaciones sobre la tribu “Osage”, o los indios “pawnies”; los comentarios que sitúan en su circunstancia concreta a cada personaje; las aclaraciones a todas las referencias bíblicas o literarias de Irving; la relación de plantas –se nota la especialidad del traductor-; la descripción geográfica de los lugares por los que pasan, o las informaciones de los acontecimientos históricos… se convierten en comentarios, si no imprescindibles, inexcusables para poder comprender este libro de Irving, y no solo para los lectores en español, sino también para los propios norteamericanos.