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Jorge Guillén en el Paraninfo / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

Hace cuarenta años –el 23 de abril de 1977– el poeta Jorge Guillén finalizaba así su brevísimo discurso: «…que en la ardua transición política de nuestro país, este momento, este Paraninfo, signifique un acto de concordia, ya definitivamente superada la guerra más cruel. Y poesía es ahora –como ha sido siempre para este poeta– un símbolo de esperanza». A Jorge Guillén le acababan de conceder el Premio Cervantes en su primera edición. Sin embargo, en ceremonia tan escueta, pero mucho menos concisa que el breve discurso del poeta, a la Universidad de Alcalá en aquella primera ocasión decidieron no acudir los Reyes, ni siquiera Pío Cabanillas Gallas, por entonces ministro de Cultura. Fue Miguel Cruz Hernández, director general de Cultura Popular, el que tuvo que hacerle entrega de un diploma, con el que se pretendía significar la reconciliación con los escritores del exilio. «Al parecer –comentaría Guillén más tarde a un medio de comunicación– Miguel Cruz invitó a tres ministros: no fue ninguno porque yo era rojo. Me consideraban como rojo porque yo había escrito aquello de Guirnalda Civil». En octubre del mismo año, la academia sueca galardonaba a Vicente Aleixandre con el Premio Nobel de Literatura.

Jorge Guillen

Jorge Guillén en el Paraninfo de la Universidad. Alcalá, 23 de abril de 1977.

 

1977, del Cervantes al Nobel

Fue hace cuatro décadas cuando se concibió el Premio Cervantes. Mientras este país trataba remar hacia la orilla de la transición. Tal vez con un ilusionado afán por liberar mordazas de incultura y comenzar a tratar de elaborar el canon y los perfiles de una literatura que, en una misma lengua, se desbordaba por dos continentes. Se logró entonces reconocer a un poeta del exilio, pero aún entre lamentable silencio, casi vergonzoso, de miedo y resentimiento. Pocos meses después, la Academia sueca galardonaba a otro poeta de aquella generación que dramáticamente había quedado desgarrada por la diáspora, tanto exterior como interior, cuando no asesinada. Resultaba paradójico que un país extranjero premiara los versos de un poeta que había conseguido resistir en la España de Franco; concediéndole el Nobel a Vicente Aleixandre, que no lo pudo recoger en Estocolmo de manos del rey Gustavo de Suecia, debido a su precario estado de salud. Aquí –muerto ya el Dictador– se otorgaba un premio con vocación de futuro a un poeta recién regresado del exilio, pero no le fue entregado en Alcalá por el rey Juan Carlos, ni siquiera por el Ministro de Cultura, tal vez porque en este país la poesía no se había convertido aún, y tal vez nunca se convertirá, en ese símbolo de esperanza, al que aspiraba el autor de Cántico y Clamor.

Vendrán más años malos y nos harán más ciegos

Tal como auguraba Rafael Sánchez Ferlosio, vendrían más años malos, y si no nos hicieron más ciegos, al menos sí mucho más incultos. Desde aquella casi clandestina ceremonia de 1977 hasta hoy, se han galardonado con el Premio Cervantes a otros 41 escritores y escritoras de uno y otro lado del Atlántico. A partir de Alejo Carpentier, en el año 1978, el acto se fue cumpliendo además con toda pompa y ceremonia, y por supuesto con la presencia regia, siempre que al anterior Borbón su estado de salud se lo pudo permitir. A lo largo de estos años hemos escuchado brillantes discursos de casi todos los galardonados. Pero también hemos tenido que sufrir las floridas guirnaldas de tópicos que el ‘negro’ de turno elaboraba para los otros discursos, los de las fuerzas vivas que, seguramente, en su vida habrían leído un solo párrafo del premiado. Aparte de nominar el callejero local y pintar con sus nombres las paredes universitarias, los Premios Cervantes están conformando un recomendable canon de lecturas (Es posible que cada uno de nosotros prescinda de una media docena del listado de premiados, considerándolos equivocaciones gubernamentales). En cuanto al resto, si fuésemos capaces de trastear por las páginas de sus libros, nos encontraríamos con un sugerente mundo de clamores, pasos perdidos, hijos de la ira, alephs, manuales de espuma, juntacadáveres, monos gramáticos…

Un homenaje tardío

Después de cuarenta años, tal vez sea este un homenaje tardío a Jorge Guillén, aquel poeta generoso que en la última etapa de su vida, desde su retiro malagueño contestaba a todas las cartas recibidas. He recuperado una de las que me escribió. Yo le había preguntado su opinión sobre un recién premiado. Creo que su respuesta resulta bastante significativa.

Carta Jorge Guillén

Carta manuscrita de Jorge Guillén dirigida a Vicente Alberto Serrano. (1981).

 

La carta de Jorge Guillén

Málaga, 1º de Diciembre de 1981

Querido amigo: Me pide usted una opinión sobre Octavio Paz. Pues aquí está:

Me ha causado gran alegría que esta vez el Premio Cervantes haya sido para Octavio Paz. Es muy buen amigo mío, y por eso le conozco bien. Poeta de primer orden, crítico muy agudo, muy amplio de criterio, siempre liberal, y, por tanto, contra todas las dictaduras. Ha desenvuelto una gran actividad social en las varias revistas que ha dirigido. Era fatal que en él recayese el Premio Cervantes. Merece el Nobel…

¡Ah! Además, muy buen conocedor de la literatura española.

Voilá. En cuanto a nuestro Azaña… Ahora ya puede hablarse del escritor y del político en esta Península nuestra. Y ya es algo. Me alegro mucho de recibir noticias suyas.

Un abrazo de su amigo

Jorge Guillén.