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Galdós, cultura y libertad / Por Francisco Peña

Galdós, cultura y libertad  /  Por Francisco Peña

En el centenario de su muerte

Este año se cumple el centenario de la muerte de don Benito Pérez Galdós. Si hay un escritor que haya sabido profundizar en la realidad española y humana, ese es Galdós. Para conocer España y sus gentes y poder plasmarlo en sus Episodios Nacionales, Galdós recorrió la geografía española en todo tipo de medios de locomoción y se alojó en los lugares más inverosímiles. Solo eso le permitió poder describir casi palmo a palmo los lugares de España. En La batalla de los Arapiles se puede dibujar el plano de la batalla con todo detalle: los ejércitos aliado y francés repartidos entre Calvarrasa de Arriba y de Abajo, los montes Arapil grande y Chico, el movimiento de los ejércitos, y en medio, y este es su gran hallazgo, el hombre, los seres humanos. La inglesa miss Fly es un nuevo Quijote. No importa que sea mujer e inglesa. Busca a los caballeros, se emociona, adivina gigantes y aventuras, inventa castillos…

Porque si alguien conoce a Cervantes ese es Galdós. Los personajes cervantinos pululan entre las páginas de Galdós, desde sus primeras novelas a las últimas, jalonando muchos de los Episodios Nacionales. Como Cervantes, Galdós es un hombre del pueblo que conoce a fondo la realidad española para pintarnos al hombre y su circunstancia con una calidad excepcional.

Retrato de Benito Pérez Galdós.

Retrato de Benito Pérez Galdós.

Fortunata y Jacinta surgen con la fuerza y entereza de su protagonismo femenino. Acostumbrados, como estamos, a las películas norteamericanas en las que los personajes planos, el bueno y el malo, se descubren en el primer fotograma, las figuras de estas dos mujeres son el ejemplo vivo de la vida: la una en el nivel más bajo de la sociedad, la otra en el más alto, pero ambas entregadas con pasión a sus sueños. Son personajes redondos, modelados hasta el más mínimo detalle. Seres humanos. En medio, como una especie de cuchillo que saja la existencia, el señorito, siempre el señorito, el que manda, el que mira desde la superioridad del dinero a los demás y que no tiene ningún reparo en mofarse del pueblo, al que utiliza, como siempre, para sus propios egoísmos.

Recién casado con Jacinta, se ve obligado a confesarle sus devaneos con Fortunata. Galdós entra en el cinismo del prepotente para mostrarnos el desprecio al humilde. No me resisto a copiar un fragmento de esa “confesión” en la que Galdós muestra toda la crueldad de la opresión sobre el pobre:

Yo la perdí, la engañé, le dije mil mentiras, le hice creer que me iba a casar con ella. ¿Has visto?… ¡Si seré pillín!… Déjame que me ría un poco… Sí, todas las papas que yo le decía, se las tragaba… El pueblo es muy inocente, es tonto de remate, todo se lo cree con tal que se lo digan con palabras finas… La engañé, le garfiñé su honor, y tan tranquilo. Los hombres, digo, los señoritos, somos unos miserables; creemos que el honor de las hijas del pueblo es cosa de juego… No me pongas esa cara, vida mía. Comprendo que tienes razón; soy un infame, merezco tu desprecio; porque… lo que tú dirás, una mujer es siempre una criatura de Dios, ¿verdad?… y yo, después que me divertí con ella, la dejé abandonada en medio de las calles… justo… su destino es el destino de las perras… Di que sí».

“El pueblo es inocente, es tonto de remate…” y caen como una losa las palabras de la más dura verdad que, por desgracia, se mantiene viva.

Y estas mujeres viven en un Madrid descrito con tanta precisión que todavía hoy en día se pueden seguir sus pasos por las calles actuales. Ahí está, por ejemplo, Benina, la protagonista de Misericordia, siempre a la puerta de la iglesia de San Sebastián, en la calle de Atocha, pidiendo limosna para alimentar a su señora, que ha caído en desgracia. Doña Paca, la señora, no tiene dinero, pero como es noble, no puede ponerse a trabajar. Una vez recuperada la hacienda, echa como un perro a Benina porque esta no tiene la fuerza ni el aspecto necesario para ser su criada. Y Benina, con una espiritualidad quijotesca, acepta su destino y la perdona.

Benito Pérez Galdós.

Benito Pérez Galdós.

Galdós es el escritor de la tolerancia, del respeto, de la comprensión. Lo único que no admite es, precisamente, la intransigencia, la postura del que no solo se cree en posesión de la verdad sino que tiene que imponérsela a los otros. Cuando escribe y estrena Electra, su gran obra de teatro, en 1901, Galdós clama contra la imposición de las normas de la iglesia como obligatorias. Cada uno puede creer lo que quiera pero nadie tiene derecho a imponer a nadie sus creencias a la fuerza. Este es el mensaje que sale de una de las obras que tuvieron más éxito en los comienzos del siglo XX y que le acarreó la enemistad de toda la jerarquía eclesiástica. Cuando en 1912 se le propuso para el premio Nobel, fue tal la presión de la Iglesia que acabaron retirando su candidatura. Una venganza cristiana. En varios de los Episodios Nacionales de la primera época cuenta la terrible situación que está viviendo el pueblo de Madrid: gente muriendo de hambre tirada por las calles. Solo comen “los franceses y los frailes”. Eso es lo que denuncia Galdós, la hipocresía del pregón del “amor al prójimo” y la avaricia de tantas riquezas, oros, platas, piedras preciosas… como atesora la iglesia mientras miles de personas se mueren de hambre.

No es antirreligioso, todo lo contario. Benina es un ejemplo del cristianismo más puro; pero la novela donde se experimenta y se intenta plasmar en la práctica la idea del cristianismo es Nazarín, magníficamente llevada al cine por Luis Buñuel. En ella, Nazario, un sacerdote, intenta aplicar al pie de la letra las doctrinas del Evangelio. Acaba apaleado, encarcelado, enfermo y muerto en la cárcel… como Jesucristo. Es la Iglesia y sus riquezas, no la religión.

Galdós vive el dolor del pueblo y lo trasmite para concienciar. Este es el mensaje fundamental de su obra. Pero en su vida lo aplicó casi como Nazario. Según cuenta su coetáneo y amigo Pérez de Ayala en sus Divagaciones literarias, Galdós murió pobre por un exceso de generosidad con sus amantes y con todos los que le pedían dinero.

A principios de mes acudían a casa de don Benito, o bien le acechaban en las acostumbradas calles, atajándole al paso, copiosa y pintoresca colección de pobres gentes, dejadas de la mano de Dios; pertenecían a ambos sexos y las más diversas edades, muchos de ellos de semblante y guisa asaz sospechosos; todos, de vida calamitosa, ya en lo físico, ya en lo moral, personajes cuyas cuitas no dejaba de escuchar evangélicamente (…) Don Benito se llevaba sin cesar la mano izquierda al bolsillo interno de la chaqueta, sacaba esos papelitos mágicos denominados billetes de banco, que para él no tenían valor ninguno sino para ese único fin, y los iba aventando.

Ramón Pérez de Ayala (1958)

Como don Quijote, Galdós va mostrando una realidad que choca con el deseo, con el sueño. La conciencia de esa realidad es el único camino para su transformación y superación. El problema de España es la intolerancia… y esto lo repitió muchas veces mientras se chapuzaba en el dolor del pueblo, en la intrahistoria, para conocer a fondo los problemas reales. Mirar desde el parlamento, desde el púlpito o desde la cátedra al pueblo es siempre observarlo de arriba abajo, en un picado preocupante, porque desde esa esfera surgen las palabras que utiliza Juanito Santa Cruz: “el pueblo todo se lo cree mientras se lo digan con palabras finas”, las mismas palabras dichas por los mismos de siempre.

En su última etapa, Galdós expresó todo su lamento frente a la opresión del pueblo denunciando la injusticia, cada vez con más fuerza. En el Episodio Nacional Narváez, escrito en 1902, Galdós lanza su amargura y su protesta:

Quien dice labranza dice palos, hambre, contribución, apremios, multas, papel sellado, embargo, pobreza y deshonra..[…]  la cuestión del tuyo y el mío, o del averiguar si siendo mío el sudor, mía, verbigracia, la idea, y míos los miedos del ábrego y del pedrisco, han de ser tuyos los terrones abiertos y la planta y el fruto…[…] el amo de la tierra, el amo del agua, el amo del aire, el amo de la respiración y tantos amos del infierno, que no puede uno moverse, pues de añadidura viene el sacerdote con sus condenaciones, y delante de todos el guardia civil, que se echa el fusil a la cara y si uno chista, cátate muerto.

Galdós defiende al pueblo desde el reconocimiento a todos los ideales. A pesar de que en la última etapa de su vida se afilió por convicción al partido republicano, nunca fue un revolucionario. Su idea de España se asienta en la búsqueda de la igualdad y la justicia social. Galdós conoce absolutamente a todo el mundo, a los poderosos y a los humildes, porque toda su vida se ha dedicado a observar. Nadie como él comprende mejor la vida con todas sus contradicciones. En toda su obra se respira un envidiable anhelo de libertad. A pesar del profundo pesimismo que parece extraerse de alguna de sus novelas, siempre acaba surgiendo un hálito de optimismo que va más allá de la ramplona realidad. Benina perdona doña Paca, a pesar de todo… porque solo desde la tolerancia y el respeto se puede progresar.

Leed a Galdós, seréis más cultos, seréis más libres.