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Estoy hasta el kiwi… / Por Anabel Poveda

Queridos lectores, esta semana escribo con un poquito de mala leche, lo reconozco… entre otras cosas porque aún me encuentro convaleciente de una cirugía delicada y tengo el carácter un poquito revenío.

No sé si os acordaréis de la afición que le cogí a visitar el servicio de urgencias del Clínico la pasada primavera. Como soy así, os conté con todo lujo de detalles lo bien que se me daba enseñarle el culillo a cualquiera que apareciera diciendo que era cirujano. Pues bien, tanto paseo terminó con mi inclusión en la lista de espera quirúrgica de la Comunidad de Madrid. Vamos que no me libraba del quirófano ni la virgen de Lourdes.

Me metieron en la lista de Schindler en junio, con carácter «Preferente» (como ‘pa’ unas prisas vamos), pasó julio, agosto y en septiembre me llamaron para comprobar en el preoperatorio que estoy como una rosa de Alejandría. Tengo un electro, una analítica y una placa de tórax de libro, soy la paciente que todo cirujano querría contemplar en su mesa de quirófano ¡Y sí tengo abuela!

Concienciada para seguir esperando como Penélope a Ulises, cuál fue mi sorpresa cuando en apenas una semana suena el teléfono un martes y me dicen que ingreso al día siguiente. Así, a bocajarro. me puse tan ‘atacá’ que llegué al hospital con el intestino como un jaspe sin necesidad de laxantes.

Yo antes muerta que sencilla antes de entrar en quirófano.

Yo antes muerta que sencilla antes de entrar en quirófano.

-¡Ay maíta que el cirujano tenga un día fino por amor de Dior!- pensaba yo ‘pa’ mis adentros.

Como soy así, antes muerta que sencilla, el día X me despedí dramáticamente de mis seres queridos, me alisé el pelo antes de ir al hospital por si me tocaba un cirujano guapo (que me tocó), y preparé una lista de difusión en Whatsapp con mis 80 mejores amigos para informar de mi situación en tiempo real… A falta de un directo en Instagram desde el quirófano que ya me pareció excesivo. Soy así de comunicativa, qué le voy a hacer.

Sólo recuerdo que el anestesista me dijo piensa en algo bonito, visualicé la sonrisa de mi sobrina, pestañeé ¡Et voilà! Ya me habían operado. ¡Viva la anestesia oiga!, que además ahora te despiertas como si nada.

¿Media hora en quirófano? Que digo yo que si tenían previsto estar hora y media conmigo, me podían haber hecho una liposucción o una remodelación de glúteos, ya que estaba la zona a mano.

Y así, estaba yo tan feliz, efecto de la analgesia, cuando me dicen los responsables de arreglar mi traserillo maltrecho que los cinco cirujanos que me han visto han errado en el diagnóstico porque lo que tenía era un pólipo, no unas hemorroides.

Como diría Trillo: ¡Manda huevos! Que llevo yo diciendo seis meses que una persona tan glamurosa como yo no podía tener algo tan feo como una almorrana y los médicos mirándome raruno. Pues señores, tenía yo razón y mis conocimientos se reducen a las dos asignaturas de libre configuración que hice en Enfermería.

Tan contenta con mi alta en la mano

Tan contenta con mi alta en la mano

Pero la cosa no termina ahí. Que como ahora todo lo mandan analizar, los resultados de anatomía patológica han definido mi pólipo como «centinela» (no sé qué leches tiene que vigilar la bolita de carne ahí dentro) y crucemos los dedos para que no sea síntoma de otra lesión interna que no han visto en quirófano, porque la cosa pinta regular.

Os voy a pedir un favorcillo… alzad vuestros ojos y manos al cielo y pedid a quien consideréis que la cosa no se tuerza porque como se confirme un nuevo error médico en el caso #PovedaCuloPocho (me he creado este hashtag tan kuki), quemo el hospital, el centro de salud y me prendo yo a lo bonzo en la puerta del Ministerio de Sanidad en protesta por todo este despropósito.

Si no tenéis noticias mías en quince días es que los bomberos no llegaron a tiempo de apagarme.

Los bomberos intentando apagar mi fuego

Los bomberos intentando apagar mi fuego