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Entre el Belén y la Epifanía / Por Antonio Campuzano

Entre el Belén y la Epifanía / Por Antonio Campuzano

Con El Niño  en el pesebre y los Reyes camino de la Epifanía del Señor, los acuerdos para la investidura de Pedro Sánchez están pendientes de la elección de una estilográfica suficientemente representativa.

Incluso este detalle para el que está preparado Pablo Iglesias está siendo escrutado por la oposición de incidencia profundamente española, como se gusta decir a sí misma, para echar en cara que «no le pertenece», del mismo modo que nada pertenece de bienestar y sosiego económicos «porque no lo han mamado» y «porque no les nace».

Bien pudiera ser que hubiese investidura la víspera de Reyes, un día antes de la Pascua Militar, jornada que se celebra en el Salón del Trono, en el Palacio Real de Madrid, con el Rey como anfitrión del Presidente del Gobierno, la ministra de  Defensa, los jefes de Estado mayor de la Defensa,  de los tres ejércitos, de la Guardia Civil y de la Hermandad de Veteranos. Es decir, que en dos días tan solo, «obcecados de fatalidad»,  como dice Umbral en «Mortal y Rosa», se pueden ventilar dos maneras de entender España, es como encargar a una empresa organizadora de eventos la instalación de un tubo de ensayo gigante a ver qué sale. Pero como si hubiera prisas.

La celebración de un acuerdo para formar un gobierno, previa investidura, debería ser una ceremonia normal dentro de una procedimiento también normal. Dos partidos de signo distinto, PSOE y Podemos, necesitan de un abstención de otra fuerza política con la que se está en desacuerdo en determinados asuntos, lo que brinda la posibilidad de abrir negociaciones.

Es decir, nada distinto de lo sucedido en otras latitudes. El principal líder de esa formación, aquí está la singularidad, se encuentra en prisión por sentencia del principal tribunal de España, por delitos graves. Este partido , a su vez, ocupa la vicepresidencia del gobierno catalán. Así es que existen tales imbricaciones en el juego político de las distintas administraciones que quizá lo más razonable sea hablar para actuar en lugar de actuar sin lo primero.

Sin existir aún acuerdo público, se está sirviendo un plato alternativo de solución impuesta por la plana mayor de los partidos de la oposición, PP y Ciudadanos, en el que las condiciones del ganador de las elecciones, PSOE, debe acatar las instrucciones de la oposición para desbancar al socio potencial, Podemos, y por supuesto para alejar de cualquier contacto a ERC. Esta borrachera de despropósitos invalidaría las elecciones cuya necesidad desaparecería de inmediato y haría superflua la participación  de los electores.

Los valedores de torcer el brazo a un posible gobierno  de coalición de la izquierda empiezan a ver con normalidad cualquier destello de acción . Por ejemplo, el general Coll, ahora afectado por la cosmética civil de su paso por la  política, sugiere una iniciativa parlamentaria para acusar de traición al presidente Sánchez si continúa con sus propósitos de ser investido.

Que un general más o menos victorioso se trasmute en concejal de Palma de Mallorca por el partido Vox hace pensar que pudiera hablar de presupuestos, de servicios municipales, de red de alcantarillado, pero se ha producido lo inesperado. Hace de su voz el instrumento para recomendar actos de más calado que el estrictamente municipal. El PP podría abstenerse sin depender de nadie más a cambio de nada y así reconocer patrióticamente su condición de perdedor de las elecciones, pero de buen perdedor, al igual que exigió de Sánchez reconocimiento de perdedor en la investidura de Rajoy, en 2016. Sánchez se marchó por no gustarle aquella propuesta y cedió el paso a otros de su partido.

Pero Pablo Casado no acepta ninguna de las posibilidades. Ello supondría el fin de la flagelación histórica para España de mantenerse en el poder  Sánchez. Las contradicciones no paran de crecer en la consideración imperfecta de la democracia del principal partido de la oposición, muy preocupado por el aliento percibido en el cogote de la acreditada marca VOX, cuyo máximo exponente, Santiago Abascal, parece crecer en la misma longitud de onda que decía Mussolini de Hitler, «no es él quien grita sus discursos.  Se los sopla el huracán». Pertenecían al mismo eje de coordenadas pero tenían sus diferencias de percepción.