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En veinte días, elecciones generales / Por Antonio Campuzano

En veinte días, elecciones generales  /  Por Antonio Campuzano

Veinte días escasos para la cita electoral general sobrevenida desde el pulso territorial más sostenido desde la guerra civil, el de septiembre y octubre de 2017, con Catalunya y España como testigos de esa confrontación. La primera con intención centrífuga, la segunda con vocación defensiva e integradora. Pedro Sánchez lleva la sobrepelliz del presidente de gobierno con ejecutoria de solo diez meses, pero parece caminar con la seguridad que proporciona el terno hecho a medida, con la sisa bien medida y ajustada. Un aumento de cuarenta escaños supone una renta de casi el cincuenta por ciento de crecimiento, lo que debería llevar al sector «encanecido» del PSOE, según acepción de Jordi Gracia, a pedir el ingreso voluntario y obligado en el lazareto al mismo tiempo a sus connotados miembros. Léase Alfonso Guerra, Corcuera, Rubalcaba, Felipe González, porque la infección de sus palabras en los últimos años provocó más daño que ventura en su partido más que centenario. Si de la elección del 28 de abril sale un gobierno presidido por el actual presidente comenzaría una etapa socialista continuadora de la de Zapatero y enterradora del sector encanecido, cuya resistencia a los paseos matinales y la partida de petanca ya empieza a ser una objeción de gran consideración. Quizá lo mejor sea dejar hacer con alguna recomendación senatorial. Lo contrario es lo de Borges, traído a colación por Leila Guerriero, en Plano americano (Anagrama, 2018), «la vejez, caca y llanto».

Pablo Casado, con menos tiempo aún  al frente de los destinos del PP que el de Sánchez en Moncloa, mantiene intacta su esperanza en el recurso del exabrupto como mejor vehículo de captación de apoyo electoral. La caricatura en sus manos resulta un arma de gran utilidad para construir un todo a partir de cosas muy distintas y desiguales. Así, empieza con la catalogación de socialista, sigue por la de separatista, se detiene en la de comunista bolivariano, y termina moviendo la coctelera para obtener un frente anti-España. Mucho mejor que una revolera de Morante de la Puebla, ausente éste de la cita electoral de Vox, pero inclinado a hacer tareas logísticas de carga y descarga de «conciencia» con su furgoneta de combustión diésel junto a la fuente de calor nuclear de su amigo Abascal. Casado se mueve en una triple desconfianza, pues. La natural de Sánchez y las otras dos, de inclinación más perversa, hacia Rivera y Abascal, con estos dos es una lucha de lindes, por hacer visible su territorio de derechas tan desfigurado por la foto de Colón, todos iguales frente al común adversario. Casado, entre tanto, se mantiene fiel a la marca definitoria, la sonrisa en estado permanente. Versión Witold Gombrowizc , «la sonrisa, uno de los fenómenos más nobles que conozco». O la del novelista francés Jean Echenoz, en «Enviada especial», «un cuarto de sonrisa perpetua tan tranquilizante como lo contrario».

Pablo Iglesias ha sido presentado en su regreso tal y como si lo hubiera hecho De Gaulle, en 1958, llegado a París desde Colombey-les-Deux-Églises. Pese a la polémica de su residencia serrana y su destino de la chocarrería ibérica por su contribución demográfica, parece taponada la vía de agua de las encuestas. Lo que provoca que a Sánchez le sienten mejor los trajes de entre tiempo, temporada primavera verano.  Lo del chalet de La Navata sigue conservando su gracia. A modo de la negación de la distancia en la aporía de Zenón, el camino sin salida del pensamiento griego clásico. La vivienda de Irene y Pablo es grande, pero si fuese reducida siempre lo sería en menor medida que otra habitada por un instalado en la condición más miserable. Y así hasta el infinito, donde se halla la negación del movimiento. La opción de la derecha más rancia siempre verá a Pablo iglesias en una situación inmerecida de una porción de agua y pan, porque solo el frío, el hambre y la tiniebla casan con los merecimientos del líder de Podemos. Javier Marías dice, en Negra espalda del tiempo, del padre de un personaje de la novela que «no era pobre, pero menos aún rico «. Esto cuadra con Pablo Iglesias, condenado a la miseria por definición . Pues aún asi, la tendencia electoral parece haber cambiado a favor del ingresado en la clase de la sierra madrileña, curiosamente aborrecido por la clase mejor instalada, que no por la habitual de la infravivienda.

Albert Rivera, por su parte, sigue y persigue la estela catalana que le dio una victoria imposible de convertir en la tabla de medidas del aprovechamiento electoral. Pero con olvido de la clave nacional, lo que quiere decir que su mensaje puede calar en Granollers, pero no de igual modo en Alcolea del Pinar. La persona que le tiene más ojeriza es Iván Redondo, y eso no es una buena noticia para el partido emergente de la nueva derecha.

Santiago Abascal  deambula en las encuestas del 10 al 13 por ciento, muy lejos del sorpasso que le vaticinan tertulianos, taxistas y otros menestrales. Está seguro de poseer lenguaje distinto al resto de la clase política. Hace distinción entre Bergoglio y Francisco, uno seguidor del San Lorenzo de Almagro y el otro portador de las sandalias del pescador. Con buenas ganas se queda de insultar en la misma longitud de onda. Andrés Trapiello, en su diario de Salón de pasos perdidos, en concreto El fanal hialino, pone en boca de Thomas Mann que «la ambición tiene cara de águila enferma». Algún recuerdo le traerá al prohombre de Vox.