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¿Elecciones? / Por Antonio Campuzano

Las maldades de pensamiento, aún no las de palabra u omisión, se encuentran ya sobre la mesa. Desde el 3 de mayo, con la primavera desencadenada, el presidente Rajoy estaría en condiciones de convocar nuevas elecciones, según el texto constitucional. Las reflexiones del presidente suelen ser motivo de una hermenéutica especial, máxime cuando se presume del primer mandatario un galleguismo misterioso sobre todo cuando se aplica al manejo de las tareas públicas.

El manoseado manejo de los tiempos, la sombra untuosa de las estadísticas electorales que atosigan a los partidos y candidatos con sus cifras y sus tendencias. Los sondeos mensuales de medición de inclinaciones de voto, la intención directa de voto, todo ello proyecta sobre el mundo de la responsabilidad pública una inestabilidad permanente.

La situación de gobierno y oposición, en este momento, refleja una imagen de cierta consistencia con un gobierno con apoyo en lo fundamental de Ciudadanos y PSOE, y frontal oposición de Podemos y minoría parlamentaria catalana.

Recordado sea el momento en que parecía imposible la investidura de Rajoy, a consecuencia de lo cual el propio PP se mostraba mucho menos intranquilo que el resto de partidos, en la convicción de contar con un plus añadido de comprensión y apoyo electoral a media que avanzasen hacia adelante los días del calendario, en esa proyección de la derecha sociológica en virtud de la cual la razón económica impone su lógica mecánica que inclina las voluntades electorales con mano invisible hacia la urna de la cordura.

Existe, al parecer, en el marco habitacional del presidente lo que Álvaro Pombo, en ‘La cuadratura del círculo’, llama «una interioridad bien negociada». Rajoy es un convicto de las bondades del bipartidismo porque, en este momento, repudia íntimamente a Podemos por su forma y fondo, por ideología y visceralidad. Y de Ciudadanos y de su líder Rivera no espera más que control y bochornos porque, en realidad, sólo puede activar sus alertas para captar al mismo electorado que el PP. Y la química de Rajoy y Rivera no funcionan en idéntica dirección.

Y se llega en el mecanismo del líder de Pontevedra a la estación más fundamental, que no es otra que la situación que experimenta el PSOE como gran partido. Dependerá muy mucho de lo que suceda en el partido socialista en junio lo que ocurra en materia electoral. Si se impone en el PSOE una opción más cercana a la actual gestora, la actual legislatura tendrá una duración más prolongada.

Si quien obtenga el poder del partido socialista se aleja del status de afinidad al PP en cuestiones establecidas como fundamentales (presupuestos, política territorial), el riesgo de elecciones cobra más sentido sin duda alguna. Si bien, las seguridades nunca son tales, que las tendencias se quiebran. Lo define magistralmente José María Ridao, en su ‘Filosofía accidental‘, «la implacable distorsión a la que el tiempo somete al éxito, cebándolo como arrojándolo al olvido». Y Rajoy lo sabe.