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El Tsunami huérfano y el bosque fantasma / Por Manuel Peinado

El Tsunami huérfano y el bosque fantasma / Por Manuel Peinado

Una vez, cuenta una leyenda de los nativos de la costa noroeste del Pacífico, sus antepasados asistieron espantados a una terrible lucha entre dioses y monstruos que acabó con árboles gigantescos a cuya sombra se resguardaban sus aldeas.

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Tocones emergentes durante la marea baja en Neskowin Beach. Al fondo, Proposal Rock.

Al pie de Proposal Rock, en Neskowin Beach, en la costa norte de Oregón, las raíces de los árboles se extienden por la arena como los tentáculos de los calamares gigantes, de esos que destruyen las ciudades en las viejas películas de serie B. Las potentes olas de invierno van y vienen, pero los tocones permanecen allí desde hace dos milenios. Los vi por primera vez hace casi veinticinco años, cuando remonté la costa del Pacífico por la carretera 101 hasta las Montañas Olímpicas, en el noroeste de Washington. Cuando uno lo contempla por primera vez, ve un bosque fantasma que emerge del océano al que no le encuentra más explicación que considerarlo la consecuencia de un terrible encuentro de fuerzas telúricas.

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El bosque fantasma de Neskowin es el remanente de un bosque de piceas (Picea sitchensis). Muchos de los tocones tienen más de 2.000 años y fueron desenterrados cuando unas tormentas inusuales barrieron la arena durante el invierno de 1997-1998. Ese verano yo pasé por allí. Mientras vivían, los árboles que forman el bosque fantasma de Neskowin eran similares a los bosques tropicales costeros actuales. Tenían unos cincuenta metros de alto y al menos 200 años de edad cuando algo los destruyó sumergiéndolos en un infierno de agua y arena. Sin embargo, es difícil determinar cuándo o cómo murieron los árboles, porque ocurrió antes de la historia escrita en la región. Cuando comencé a leer sobre el tema, se pensaba que estos árboles habían muerto lentamente, debido a cambios en los niveles del mar. Poco a poco, la investigación geológica fue revelando que el bosque resultó enterrado abruptamente por un terremoto repentino y dramático.

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Bosque fantasma de Picea sitchensis en Copalis, Oregón.

Los cuentos de todas las tribus nativas de la costa noroccidental de Norteamérica, desde British Columbia hasta el norte de California, hablan de una batalla entre Thunderbird, un espíritu sobrenatural, y una gigantesca ballena asesina, que, alrededor del año 1700, estaba castigando a varias tribus de pescadores. Aunque la historia tiene múltiples versiones ligeramente diferentes, el hilo general tiende a ser el mismo: finalmente, después de una terrible lucha que atronó el cielo, agitó el mar y levantó olas gigantescas que arrasaron aldeas enteras, talaron bosques milenarios en un abrir y cerrar de ojos, y penetraron tierra adentro asolando los caminos ancestrales indios, Thunderbird venció, sacó a la ballena del mar y la dejó morir en tierra.

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Retrato de Tokugawa Tsunayoshi (Tokugawa Art Museum). Dominio público.

Corría el año 1700. Costas del Japón, un país que con frecuencia estaba en guerra consigo mismo, disfrutaba de casi un siglo de paz después de quinientos años de conflicto. El jefe del ejército, el sogún Tokugawa Tsunayoshi, que era un hombre pacífico, algo falto y poco militarista, controló el ansia guerrera de los samuráis y les encomendó realizar tareas burocráticas para las clases dominantes residentes en Edo, que ahora es Tokio.

Su mandato de paz saltó por los aires cuando Edo fue devastado por el furioso mar entre el 27 y el 28 de enero de 1700. Los burócratas del Emperador Higashiyama Tennō tardaron semanas en redactar sus minuciosos informes. Comenzando por la costa centro-oriental, los escribanos hablan de un muro de agua de varios metros de altura que apareció la noche del 27 y barrió rápidamente casas y barcos amarrados. Los aldeanos que pudieron huyeron a las tierras más altas mientras el desbocado oleaje destruía todo a su paso.

Hasta el cuartel general del sogún Tokugawa llegaron informes de inundaciones y daños desde el noreste de Kuwagasaki hasta el suroeste de Tanabe. Aunque con diferentes nombres: tsunami, olas altas, pleamar, mareas infernales, los efectos del fenómeno se informaron sistemáticamente desde todo el país. Los agrimensores imperiales hicieron sus cálculos: el tsunami, cuyo origen era desconocido, había sembrado el caos y la destrucción en un tramo de mil kilómetros a lo largo del país.

Los tsunamis no eran raros para los japoneses. Habían sucedido desde tiempos inmemoriales, se habían registrado durante siglos y su origen se había relacionado siempre a terremotos espantosos. En la etapa del sogún Tokugawa Tsunayoshi ya se habían promulgado, reglamentado y hasta ensayado los procedimientos de evacuación de las costas. Sin embargo, ese tsunami era peculiar: el cuaderno de un comerciante que data de ese año habla de un tsunami que golpeó los litorales del este y del sur del país, pero agrega «jishin nite mo tsukamatsurazu», lo que significa que no hubo un terremoto.

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En términos sencillos, para que se forme un tsunami, necesitas algo para empujar una gran cantidad de agua de forma un tanto lineal, de modo que cuando esta ola se deslice y golpee una costa poco profunda, se acumule sobre sí misma y llegue a la orilla. Ese algo es una placa tectónica subductora en la que un material geológico más denso, situado bajo el agua, desciende como una palanca cortante debajo de otro menos denso (Figura adjunta. Vea el proceso completo en este vídeo).

La fricción a lo largo del margen de subducción menos profundo, más frío y más frágil entre las dos placas impide una transición suave hacia el manto caliente de abajo, y esto comprime y deforma la placa menos densa. El estrés se acumula y, finalmente, se libera; la placa se rompe violentamente y se relaja durante un proceso conocido como rebote elástico. Cuando lo hace, impulsa una gran cantidad de agua de mar hacia arriba y hacia afuera, desencadenando una serie de tsunamis. Allí donde se encuentran, esas gigantescas bestias rocosas en guerra son perfectamente capaces de producir tanto terremotos poderosos como tsunamis devastadores.

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Memorias y plegarias sobre las ruinas en Natori, destruida por el tsunami de 2011. Foto.

El caso de Japón es paradigmático. A lo largo de la Fosa de Japón, la enorme Placa del Pacífico se sumerge (subduce) a lo largo de la pequeña Placa de Okhotsk; el 11 de marzo de 2011, una repentina liberación del estrés reprimido generó un terremoto increíblemente poderoso, que se registró como de magnitud de momento 9.0-9.1, la máxima posible (recuerde que la conocida escala de Richter se queda en los 7 puntos). También desencadenó un tsunami que provocó la muerte de unas 20.000 personas y un desastre nuclear que tuvo como consecuencia una catástrofe sin precedentes. En total, de las 51 centrales nucleares del país, se pararon 11 después del seísmo.

Para que se formen tsunamis se requiere, pues, que haya terremotos potentes. Dicho de forma más coloquial, un tsunami es hijo de un terremoto. El tsunami japonés de 1700 no vino precedido de ningún terremoto, así que, durante casi trescientos años, ese llamado «tsunami huérfano» desconcertó a historiadores y científicos hasta que los geólogos comenzaron a hacer su trabajo: buscar pistas en todo el Pacífico.

A lo largo de la costa de Washington, Oregón y el norte de California, los geólogos del USGS habían identificado la zona de subducción Cascadian (CSZ, por sus siglas en inglés). Tiene cerca de mil kilómetros de largo y delinea la placa de subducción del estrecho de Juan de Fuca (entre el norte de Washington y la isla de Vancouver) que se introduce debajo de América del Norte. A lo largo de esa línea de choque aparecen las hileras semi sumergidas de los bosques fantasmas.

A mediados de la década de 1990, los científicos comenzaron a desenmarañar el hilo conductor que unía a las luchas mitológicas de los nativos americanos con los exactos informes de los samuráis del sogún Tokugawa. Al referirse a las versiones japonesas históricas del misterioso tsunami huérfano, un equipo de investigadores publicó en 1996 un artículo en Nature en el que explicaban cómo recorrieron las páginas de historia geológica del Pacífico tratando de encontrar una fuente. Finalmente, no encontraron evidencia alguna de un terremoto de escala de momento 9 en el año 1700 ni en Sudamérica, ni en Alaska, ni Kamchatka. Eso, concluían, dejaba a la Cascadian como la fuente más probable del tsunami.

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Tocones emergentes durante la marea baja en Neskowin Beach. Al fondo, Proposal Rock.

Los autores del estudio de Nature agregaban, como el que no quiere la cosa, que esa hipótesis es «consistente con las leyendas de los nativos americanos que narran que un terremoto ocurrió en una noche de invierno» en esas fechas. Un informe científico elaborado por el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS) acabó por desentrañar el misterio. De un solo golpe, todo encajó: un terremoto en la CSZ produjo un gran tsunami, que no solo llegó a las costas de América del Norte, y probablemente inspiró la leyenda del Thunderbird y la ballena, sino que, diez horas después, también se estrelló contra Japón, creando el tsunami huérfano. Finamente, el huérfano se reencontró con sus padres geológicos.

Antes de ese catastrófico acontecimiento, la placa de América del Norte, a lo largo de la zona de subducción de la placa de Juan de Fuca, se comprimía y empujaba hacia arriba levemente, como es habitual durante esos procesos. En el momento en que desató el infierno geológico de 1700, la placa aplastada avanzó y, haciéndolo no solo provocó un terremoto y un tsunami, sino que hizo que el borde de ataque de dicha placa se hundiera rápidamente en el Pacífico. Los bosques más cercanos a la costa se sumergieron repentinamente bajo las olas saladas, que los aniquilaron en cuestión de horas. Sin embargo, este no es el final de la historia.

A pesar de la liberación masiva de energía, las placas continuaron avanzando inexorablemente. La placa descendente obligó una vez más a que la placa superior se comprimiera, forzando su margen hacia arriba a lo largo del tiempo. En algún momento y en algunos lugares, los restos de la línea de árboles muertos emergieron del océano, creando un bosque fantasma. Un análisis de 1997 de los anillos de crecimiento de los árboles de la zona mostró una interrupción clara y abrupta en su crecimiento ligada al tsunami huérfano. Eso redujo la fecha del cataclismo a una ventana de 10 meses desde agosto de 1699 a mayo de 1700, coincidiendo de nuevo con el tsunami japonés.

Tsunamis y bosques fantasmas. La leyenda india, pasada de en boca y de generación en generación en unas tribus carentes de lenguaje escrito, encajó finalmente con los precisos y preciosos informes de los escribanos japoneses. La ciencia reconstruyó la trama tres siglos después.

© Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca