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El Pasajero de Cristóbal Suárez de Figueroa

Alcalá Paraíso Literario

Cristóbal Suárez de Figueroa fue un escritor y enciclopedista español del Siglo de Oro, contemporáneo de Miguel de Cervantes. Nacido en Valladolid el año 1571, con 17 años, movido por los celos hacía su hermano enfermo y las atenciones que el padre de ambos le dispensaba, marcha a Italia, pasando por Barcelona, Génova, Lombardía, Bolonia, donde estudio derecho civil y canónico, hasta terminar doctorándose en derecho en la ciudad de Pavía. A la muerte de su padre y su hermano en el año 1604, volvió a Valladolid para hacerse cargo de la herencia, pero problemas con la justicia le obligaron a abandonar la ciudad estableciéndose en distintos lugares del sur de España hasta llegar a Madrid en el año 1606, buscando un hueco en el difícil mundo de las letras. En esta ciudad desarrolló su carrera entre 1609 y 1620, haciéndose famoso por sus escritos, compilaciones y traducción de distintas obras, así como por su reputación de mordaz crítico, granjeándose un amplio número de enemigos. Tras su estancia madrileña, en 1623, vuelve a Italia acompañando al Duque de Alba, donde Estuvo perseguido por la Inquisición, muriendo hacia el año 1644.

En algún momento se llegó a especular con la posibilidad de que Cristóbal Suárez de Figueroa, se escondiera detrás del nombre de Alonso Fernández de Avellaneda, autor del Quijote de Avellaneda (publicado en 1614), hipótesis hoy descartada si comparamos el léxico de ambos, el de Figueroa potente y claro, en contraposición  al débil y sombrío de Avellaneda.

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Entre sus obras: la novela pastoril La constante Amarilis, el poema heroico España defendida, Plaza universal de todas las ciencias y artes (en gran parte traducción de La Piazza universale di tutte le professioni del mondo de Tommaso Garzoni), Pusilipo, Varias noticias importantes de la humana comunicación y, destacando sobre todas ellas, El Pasajero, escrita en el año 1617. Y es concretamente en esta obra, en la que Suárez de Figueroa nos aporta importantes informaciones sobre las costumbres de la España de su tiempo y en la que aparece la ciudad de Alcalá de Henares.

La obra, escrita en forma de diálogos, nos narra el viaje de cuatro viajeros que salen de Madrid para Barcelona, de camino a Italia. Cada uno de ellos tiene una profesión: un maestro en Artes y Teología, un militar, un orifíce[1] y un doctor, el propio Figueroa, que quejoso del poco éxito obtenido en su país natal lo abandona para siempre. El calor aprieta y los viajeros deciden romper la monotonía del viaje y hablar de distintos asuntos, dándonos su visión de la vida y costumbres de la España de comienzos del siglo XVII. En el trayecto hablaran de las mujeres, del gobierno, de la sociedad de entonces, de las profesiones y oficios, de las comedias y de los comediantes y de la vida estudiantil en la Universidad de Alcalá. El autor muestra su desprecio hacia las costumbres corrompidas del momento  y también tendrá tiempo, como era habitual en la época, de arremeter contra algunos de sus contemporáneos: Lope de Vega, Quevedo, Juan Ruíz de Alarcón y, como ya veremos de nuestro paisano Cervantes.

Pero vayamos a la obra, en la que uno de los personajes, concretamente el Doctor, nos habla de sus estudios:

…Con esta cortapisilla anticipada, que entiendo no será superflua para lo que adelante pienso decir, acabada la Gramática, quiso mi padre que, siguiendo sus pisadas, atendiese en Alcalá a los cursos de Artes y Filosofía, fundamentos principales de aquella facultad. Para ésta ordenó se acudiese con puntualidad a todo lo necesario, por saber procedía de su penuria la rémora del bajel que más velozmente corriese por el océano de las ciencias. Mi madre, de quien yo fui con grande estremo querido, rota la hucha de largos días, partió conmigo lo encerrado en ella, que sería hasta cuatrocientos reales, causa eficiente de mi perdición, como se verá presto. Hubo para la partida grande apercebimiento de ropa blanca, de vestido negro lucido y de otro de camino, galán, de buen paño, que me estaba de perlas. (Suárez de Figueroa 1945, 212-213)

Un poco más adelante nos contará como era la vida de estudiante en Alcalá:

“Sabed (dijo) viene a ser Alcalá lugar de grande provocación, como albergue de hijos de tantas madres. Allí la ley del duelo se halla con más vigor que antiguamente en la provincia que más se profesó honra. Cuanto a lo primero, las burlas que padecen los novatos no sólo son esquisitas, sino de mucho pesar, en cuyo sufrimiento suele quebrarse la correa del más fino redomado. Para remedio desta perturbación conviene proceder de manera que en cosa os diferenciéis de los que ha mucho tiempo que cursan. El habla sea despejada, libre, y por ningún caso encogida y modesta. Procurad en los generales tener con ligera ocasión alguna pesadumbre, llevándola meditada antes con los amigos. Será bien desnudar la daga a las palabras primeras, en que (si es posible) pondréis cuidado de quedar superior; porque si bien, como tan vanas, se las lleva todas el viento, es cordura cobrar opinión no sólo de pronto de mano, sino también de injurias; que no es poca maestría saberlas arrojar briosamente en tiempo y ocasión. Con esta rencillosa entrada obligaréis a que todos os miren con recato de resentido, procurando cualquiera apartaros de entre los pies los estorbos, temeroso de que no tropecéis a su costa. En los estudios entraréis blandamente; que con menos riesgo de salud se consigue lo que se va adquiriendo con medios proporcionados y suaves. Paréceme bastará al día una hora de libros; las demás consagraréis al solaz, a la conversación. Es forzoso jugar un poquito; porque de ninguna forma os tendrán por hombre esparcido si evitáredes del todo este rato de buen tiempo, aunque sea interponiendo tal vez el precio de volúmenes superfluos; que con facilidad se restaura después cualquier pérdida, hallándolos también de lance. Las tardes se entretienen paseando por el lugar, o visitando el río, según lo pidiere la estación de los tiempos. Debéis acudir antes de anochecer al parador, para inquirir novedades y ver lo que desembarca de carros y coches. No es posible escusar las rondas, porque, fuera de ser las horas de la noche dispuestas para gozar las galas que se prohiben en las de día, se ofrecen varias ocasiones de recreo y delectación. Conviene en estas salidas ir sobremanera bien puesto; porque en los vivos aires se traban obstinadas pendencias, de quien resultan nocturnos hurgonazos, que en un punto envían a cenar con Cristo al más orgulloso. Son comunes las resistencias que se hacen a las justicias, y así, en este particular, en diciendo “Aquí de los nuestros”, no hay sino acudir como un águila, cum armis et fustibus, venga lo que viniere. No me detengo en advertiros otras menudencias que suelen intervenir en la peregrinación escolástica, porque el mismo tiempo que os las pondrá delante os abrirá también los ojos para desembarazaros dellas discretamente. En las oposiciones de cátredas, haceos, si podéis, solícito movedor (a usanza de Cortes), por ser el más derecho camino para que los interesados, maestros que han de ser vuestros, os estimen y honren. Yo fui los años que cursé el calificador más sagaz y el más acérrimo fautor que jamás vieron universidades; ni puedo negar haberme valido mucho semejantes inteligencias. El cómo entendiérades mejor si hubieran llegado a vuestra noticia las sendas dulces y pecuniarias por donde se granjean los votos en los grandes aprietos.”

Estos y otros avisos y documentos, dignos sólo de tan estragado Séneca, fueron los que me acompañaron en el viaje de Alcalá. Pareciome para los amagados peligros y grescas a propósito cualquiera cautelosa prevención. Así, de los dinerillos de mi madre compré un lindo coleto en las gradas de San Felipe, cuyos faldones casi tocaban las rodillas. (Suárez de Figueroa 1945, 213-214)

Y por último, como ya comenté al inicio, señalar que en El Pasajero, Suárez Figueroa crítica a muchos ingenios coetáneos suyos, entre ellos a Miguel de Cervantes, muerto apenas un año antes de salir publicado, y que recibe varias de ellas, quizás  fundamentadas en el odio provocado por haber disfrutado Cervantes de la protección del Conde de Lemos, la misma que él no había podido conseguir. A modo de ejemplo, veamos este diálogo en el que le crítica por haber contado en sus novelas algunas de las aventuras de su vida:

DOCTOR. Decís bien; mas, con todo eso, no falta quien ha historiado sucesos suyos, dando a su corta calidad maravillosos realces y a su imaginada discreción inauditas alabanzas; que como estaba el paño en su poder, con facilidad podía aplicar la tisera por donde le guiaba el gusto.

MAESTRO. Y ¿qué fruto sacó de tan notable locura, de tan desatinada osadía?

DOCTOR. El que suele producir lo que no se forja en el crisol de la cordura: mofa, risa, mengua, escarnio. (Suárez de Figueroa 1945, 73)

Para terminar, solo me queda animarles a leer El Pasajero, y a conocer con la prosa clara y ácida de Cristóbal Suárez Figueroa, algo más de la vida y las costumbres de la España del Siglo de Oro, en general y de Alcalá en particular.

BIBLIOGRAFÍA:

Suárez Figueroa, Cristóbal. 1945. El Pasajero. Madrid: M. Aguilar, Editor

Por Bartolomé González Jiménez

1] Persona que tiene por oficio o afición trabajar el oro.