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El inmediato 1-O / Por Antonio Campuzano

Ya no queda nada. El 1-O está en la línea visible del horizonte. Todo lo que suceda antes de las 11 pm tendrá un significado extraordinario, pero todo lo que ocurra tras esa hora cuasi bruja lo tendrá aún más. Hace casi tres años, el 9 de noviembre de 2104, hubo otro ensayo de consulta de referéndum, con una doble pregunta que producía ya un cierto cansancio en el avance de los grupos de secesión de Catalunya.

La pregunta era «Quiere que Catalunya sea un Estado?» En caso afirmativo, la siguiente formulación era «Quiere que ese estado sea independiente ?». Los periodistas que envió la Cope en un furgón plenamente civil a la consulta se preguntaban si podrían volver a Madrid después de celebrada la consulta.

Ahora la propuesta de sintagmas es más directa, con su oración principal y su subordinada. «Quiere que Catalunya sea un estado independiente en forma de república?». La propuesta gramatical es más amplia en entendimiento y propende a la desnudez en su planteamiento, fuera aquella perezosa labor de escrutinio de 2014, donde votaron a favor de la doble pregunta 1.861.753. Participaron 2.305.290 personas, de un censo de 5.413.000 votantes potenciales.

Eso sí, con la concesión de algún capricho, como permitir el voto de los extranjeros con residencia en territorio catalán, y adolescentes de 16 y 17 años. Los organizadores de aquella jornada fueron condenados por los tribunales. Ahora parece que los nervios faciales de las instituciones catalanas y españolas están más tensos. Sobre todo, el 1-O se va a poder presenciar qué organismos obedecen a qué administración.

Si los Mossos de Escuadra, la policía más netamente catalana, de creación y crecimiento genuinos, aceptan instrucciones que catapultan obstáculos a la construcción catalana de independencia a través de un referéndum. Si los ayuntamientos, clave de bóveda de la participación en unas elecciones, colaboran o lo contrario en la celebración de la ceremonia civil de unas elecciones. Sin la participación efectiva de estos dos vectores, por pequeñas irregularidades que se cometan en el proceso electoral, los resultados pueden adolecer de dificultades congénitas de reconocimiento como procesos normales desarrollados en normalidad en un rincón de la Europa convivencial.

Todos estos flecos, de existir materia para considerarlos, crecen de tal manera en pocas horas que traslucen como suficientes para dar por no celebrada la jornada electoral. La falta de acuerdo entre los distintos actores que han de interpretar los acontecimientos, tanto del lado promotor de la consulta como del opuesto a la misma, animará la aparición de un escenario plenamente urbano, cabe suponer. Que respondería a manifestaciones en un sentido y en otro. Y ahí es donde aparece con toda nitidez el riesgo de convivencia que es más temible.

La contundencia en sofocar los desórdenes públicos puede acarrear desgracias difíciles de evitar que tienden al desbordamiento de las emociones. Es entonces cuando deberían aparecer los liderazgos en la sana idea de encontrar al menos una ubicación ideológica, política, incluso geográfica, desde la cual empezar a construir sin que nada ni nadie interrumpa esa acción.

Por supuesto que es mucho más que complejo. Martín Caparrós, en su monumental «La Historia», (Anagrama, 2016), teje históricamente el pueblo calchaqui, germen de la Argentina, antes y después de la llegada colonizadora. En toda la abundante escritura, se dice que en la guerra calchaqui «el uso de la fuerza envilece el arte de la guerra. Pelear con el cuerpo es perder la pelea». Hay muchos partidarios de pelear con el cuerpo, es decir, de perder la la pelea.