la Luna del Henares: 24 horas de información

Díaz Ayuso vs. Almeida / Por Antonio Campuzano

Díaz Ayuso vs. Almeida  /  Por Antonio Campuzano

La crisis sanitaria ha aflorado y sacado al exterior las mejores y peores cualidades de los agentes políticos. Sus reacciones al día a día de una situación tan extraordinaria contribuyen al mejor entendimiento, o al menos se ofrece una oportunidad para una reflexión a partir de un acontecimiento inédito como lo es el actual.

La Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de su capital, coincidente con la de España, marcan territorio de gobernanza ajena a los usos y costumbres del titular del ejecutivo de la nación. Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida sostienen idéntica extracción de náufragos devueltos por la marea a las costas del estrellato. Eran, como decía el bueno de Marcelino Sant Macia, “gente de aparato”, donde él se sentía cómodo. Los apellidos tampoco contribuían al relumbrón.

Dice Andrés Trapiello, en El fanal hialino, que “si uno quiere ser Nadie tiene ya medio camino andado llamándose García”. Los próceres de Madrid parecían “querer ser Nadie”. Pero sus inicios en la representación pública y ahora sus modos de operar parecen encargarse de cosa contraria. Nacieron de embarazo irregulares y prematuros en sus procesos de elección en el Partido Popular, aquellos procesos inesperados y llenos de improvisación. Llegó un momento en que la inagotable cantera del partido conservador parecía incapacitada para la reproducción tras el apagón de los episodios de corrupción.  Se concibieron listas y carteles con caras desconocidas. Las elecciones alumbraron sus resultados y de la concatenación de sumas y restas emergieron gobiernos entre PP y Ciudadanos. Y hasta el momento presente, la presidenta Ayuso y el regidor Almeida tenían el aplauso del electorado de derechas y el repudio del progresista. Máxime con el retorcimiento de la legislación electoral, si bien con el añadido que el mismo recetario parece malo para la aparición de Pablo Iglesias como vicepresidente y estupendo para la performance de Ayuso.

Al margen estas consideraciones, a dos meses del inicio del estado de alarma, las figuras públicas de Ayuso y Almeida tiran una y otra en direcciones de estima claramente distintas, pese a su mismo origen. Que ha sucedido algo para esa diferenciación en el común de la opinión pública resulta una realidad.

El perfil bajo y menudo de Almeida ha transmutado en configuración ampliable al entendimiento de un verdadero servidor público, lo que significa aparecer cuando es preciso hacerlo, con las declaraciones justas y necesarias, con el atuendo de hombre de la calle, sin elegir el color de la corbata porque no forma parte de su indumentaria de campaña. Amén de su tono conciliador en los plenos y comisiones, donde ha enternecido con la compañía ineludible de la oposición de izquierdas, que ha comprometido su colaboración y ha hurtado la verbalidad  hosca para mejores momentos, en comprensión de la ocasión que necesita de unidad de propósito en los grandes designios. Almeida ha recurrido a la confianza y a la experiencia de sus antecesores, de una u otra percepción política.

Frente a ello, su compañera de “sorpresa electoral”, Isabel Diaz Ayuso, ha liderado en falso la oposición más vulgar contra el gobierno de Pedro Sánchez y su Comité de Seguimiento de la epidemia. La impúdica confrontación del material sanitario, los aviones fletados en competición obscena con el gobierno central para llegar antes a la meta por salvar vidas con la idea de ganar medallas cuando no hay liga que ganar. El enredo de cada vez más difícil encaje de la elección de un hotel para su entrenamiento contra el funcionamiento del Estado central. Las desapariciones extemporáneas de escenarios donde no podía faltar y televisadas en directo para hacerse notar.

Lo dicho por ese gran narrador de la América de los sesenta, Norman Mailer, calificado por sí mismo como conservador de izquierdas, cuando abominaba de quien “se creía importante hasta el punto de imaginar que sus iniciales están grabándose en una nalga de la historia”. IDA, esas iniciales obtenidas a partir de Isabel Díaz Ayuso, ha logrado cimas imposibles de imaginar con la pose-postureo de las manos entrelazadas en busca del consuelo del Señor, hijo de Dios, en imploración y súplica de la detención de las muertes por un virus que, muta que te muta, si sigue matando, quizá aumente las posibilidades de derrota de sus congéneres de un gobierno tachado de comunista y bolivariano por aquellos a los que debe su cargo como presidenta.

El mismo Mailer también tenía calificación, en Los ejércitos de la noche, para esa devoción de finalidad política. La denominaba “flatulencia espiritual”.