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Curiosidades de Alcalá: la cárcel de la que todos huían una y otra vez

¿Cómo podían fugarse los presos tan fácilmente de la Cárcel Arzobispal de Alcalá? La respuesta nos la desglosa María Jesús Vázquez Madruga, historiadora y escritora alcalaína. Estos días de confinamiento en casa nos ofrece varias historias fascinantes y desconocidas de Alcalá de Henares.

Es bien sabido que la Historia se hace de grandes personajes y de pequeños hechos. El protagonismo mayor suele ser de los primeros, en tanto que los segundos, o bien son olvidados, o no se les otorga importancia alguna, salvo acaso la curiosidad que puede suscitar la anécdota. En muchas ocasiones, acciones de grandes consecuencias históricas se han forjado en los lugares más insospechados. El devenir de las ciudades se sucede siglo tras siglo sin interrupción y sabemos que está formado en su totalidad tanto por las grandes e importantes decisiones como por los sucesos aparentemente nimios inmersos en el devenir cotidiano.

Y en ese sentido, como es natural, Alcalá de Henares no es una excepción. Por ello desde hace algún tiempo vengo pensando en el posible interés que pueden tener, quizá no todos aunque sí algunos de los hechos curiosos, verídicos y perfectamente documentados acaecidos en diversas épocas en nuestra querida urbe. Hechos, de cuya importancia no debemos dudar, pues sin duda la tuvo en su momento, pero que hoy pueden provocar en nosotros una sonrisa o algo más.

Los presos se fugan de la cárcel (1).

Hoy Callejón del Vicario esquina Calle Santa Catalina, cerca de la Catedral Magistral.

La noticia llega al Ayuntamiento de boca del alcaide de la cárcel. Con premura inusitada se reúnen en concejo y deliberan lo extraordinario del hecho. En dicha deliberación se hacen las siguientes preguntas: ¿Cómo pueden haberse fugado los presos?  ¿Dónde está la cadena?  Y en la respuesta a estas cuestiones encontramos lo jocoso del asunto: “[…] La tapia se ha caído y por ello han podido saltar sin gran dificultad a la calle […]”. En cuanto a la cadena “[…] ¿Recuerdan que la última avenida del río se llevó la barca, que hubo que hacer una nueva y que puesto que en aquel momento no había presos en la cárcel, se utilizó la cadena para sujetar la barca del río? […]”


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Alcalde y concejales deben solucionar lo antes posible tal situación y reparar la cárcel. Así, Piden al maestro de obras del ayuntamiento vea el destrozo y presente un presupuesto de la reparación necesaria.  Realizada la gestión y una vez vista la cantidad necesaria,  deliberan de nuevo la gravedad del asunto, dada la penuria económica en la que se encuentran las arcas del ayuntamiento (nada nuevo hay bajo el sol) por lo que la conclusión es rotunda: No hay dinero. 

Es entonces cuando a uno de los concejales se le ocurre una brillante idea: –¿No pone en la puerta “Cárcel arzobispal”?, ciertamente, es del señor arzobispo; bien, pues apelemos a su magnanimidad y que sea él quien pague las reparaciones-.

No pierden el tiempo y escriben al cardenal, quien contesta pidiendo presupuesto, presupuesto que le es remitido según el parecer del maestro de obras consultado y finalmente accede a sufragar los gastos de la urgente reparación.

En 1785, Phelipe de la Peña, alcaide de la cárcel presenta un memorial al Ayuntamiento en el que explica la situación de ésta: Se había hundido el pozo donde se recogían las aguas puercas; la puerta que va al corral estaba tan deteriorada que no ofrecía seguridad para la custodia de los presos y casi en las mismas condiciones estaba la jaula (2). (Imagen superior fotograma Documental Archivo Secreto Vaticano: Expediente Cisneros).

Pero no es éste el único caso en el que se escapan presos, veamos algún ejemplo más:

De 1836 es otro documento que hace referencia a la búsqueda de presos fugados de la cárcel (3).

En 1875 se fugan dos mujeres condenadas por hurto, consiguen detener a una de ellas, Agustina Álvarez, que tenía 4 hijos pequeños y amamantaba a uno de ellos, razón por la que finalmente no la encarcelan (4).

Otro escape, éste de mayor trascendencia por lo que toca al protagonista, sucedió en 1697. Francisco de Cuenca, preso por ladrón, rompió el tejado al conocer que no se le otorgaba el indulto del rey (5)  “[…] además en diferentes ocasiones quiso matar a la mujer del alcaide y quitarle las llaves…dice que ha de quemar las casas del corregidor y matarle y para ello ha de levantar gente y que a don Diego de Aguirre, alguacil mayor y al presente escribano los ha de matar […]”.

Este ladrón, pendenciero y chulesco, fue desterrado a 20 leguas a la redonda de Alcalá, destierro que no sólo no cumplió, sino que continuó robando y haciendo gala de ello públicamente, pues se fue a su casa que no era otra que el molino denominado de la Aceña, camino de Guadalajara, donde acogía a gentes de mal vivir como el Mellado de Saelizes y el capitán Serrano, conocido como capitán de ladrones. A pesar de jactarse de sus “hazañas”, era consciente de que estaba en busca y captura, de modo que solía dormir en diferentes lugares cercanos, como Cabanillas o Alovera. Finalmente, le prenden en la cocina de su molino y aunque se resiste enconadamente, le traen de nuevo a la cárcel de Alcalá. 

Muchos habrán visto en el callejón del Vicario, la inscripción CÁRCEL ARZOBISPAL. Ese edificio fue la cárcel durante siglos para toda la población alcalaína, salvo la cárcel que tenía la Universidad para estudiantes y personal de ella.

Por Mª Jesús Vázquez Madruga . 

Foto inferior de Vázquez Madruga en uno de nuestros vídeos más vistos: EL BÚNKER DE LA GUERRA QUE AÚN QUEDA EN ALCALÁ

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Documentación Artículo. Publicado en Anales Complutenses, IEECC, XXVI, 2014.

 1. AMAH, leg. 105/8

 2. Leg. 11035/3

3.  Leg. 105/8

4.  Leg. 1143/3

5.  Leg. 433/21. El 17 de octubre de 1698 estuvieron los Reyes en Alcalá, motivo por el que concedieron el citado indulto.

 

Foto superior portada artículo: Ricardo Espinosa