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Curar heridas / Por Marina Piedrahita

El pasado 3 de julio, Ascensión Mendieta enterraba a su padre, Timoteo Mendieta, 78 años después de ser fusilado a manos de la dictadura franquista. Tras años de reivindicación y gracias a la orden de la jueza argentina María Servini de abrir  fosas comunes del cementerio de Guadalajara y del trabajo de identificación de restos óseos de los voluntarios que forman parte de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.

Hace unos meses, volviendo a casa en autobús, un compañero colombiano me contaba que el trabajo de su país empezaba una vez culminase el proceso de paz. Decía que el estrechamiento de manos sería el prólogo para ponerse manos a la obra a cavar en la tierra. Cavar en la tierra en busca de ese tesoro preciado que son los huesos de quiénes un día desaparecieron , para devolverles el nombre que se les asignó al nacer, para que todos, vivos y muertos descansasen y empezar así a construir un futuro sólido. Remover la tierra y mancharse las manos es necesario para entregar la memoria a las personas.

La memoria es un derecho inviolable, ineludible, el pilar ético sobre el que se sustenta cualquier democracia. Esta reflexión me llevó a pensar que tras 40 años de las primeras elecciones, este país, segundo en el mundo en desaparecidos por la guerra y la dictadura tras Camboya, tiene una deuda pendiente. Una necesidad de acabar con el complejo, con las tensiones que nos entumecen los músculos cada vez que retornamos al año 36. Hay quién dice que mirar de cara a la historia es reabrir heridas, «que el recuerdo de tus seres queridos sólo aparece cuando hay compensación económica», «que es de carcas apoyar al partido del abuelo, al partido de la guerra». Hay quién se jacta de no invertir ni un solo euro en la Ley de Memoria Histórica.

En mi opinión, esa herida en canal sutura un poco más cuando una mujer como Ascensión Mendieta recupera a su padre y le da una sepultura digna. En mi opinión no podemos dar lecciones de democracia cuando somos incapaces de abordar esa losa que es nuestro pasado, porque como dice nuestro brillante Aleixandre «todo es presente». En mi opinión, entre uno de los muchos desafíos pendientes está este: saldar la deuda de nuestros abuelos. Pertenezco a una generación que disfruta de la plenitud democrática gracias a ellos y a nuestros padres. Ellos nos regalaron la democracia, ojalá algún día, nosotros podamos devolverles la memoria.