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Cuaresma / Por Víctor Alonso

Garrapiñados somos…

“Hubiera preferido hacer este concierto en carnavales, que molan más que la cuaresma”, decía Sabina en su directo “… y viceversa”. Salvando las distancias, a servidor le pasa algo parecido ­­­(por no hablar de cuál de las dos majas de Goya preferimos ambos) Parecido decía, porque molaría escribir una columna sobre los carnavales en Alcalá y no sobre la cuaresma, o sobre cualquier otra cosa. Ocurre que opinar sobre algo que te deja indiferente es complicado, y precisamente de esa sensación le hablaré.

Antes del cambio climático (ese que algunos todavía dicen “que no, que no”, pero que resulta “que sí, que sí”), el frío febrero alcalaíno era la excusa, tan objetiva como ramplona, donde sustentar un “Así está el tiempo, así los ánimos”. Proporcionalidad se llama eso. Y es que el frío nos desanima, héroes aparte, a vestirnos de lo que sea y a pasearnos luciendo una sonrisa irrebatible y una moral de titanio. Ya no viene haciendo tanto frío en los últimos años, (vale que éste un poco sí) pero los ánimos siguen igual y el ambiente, gélido. Díganme que no. Vamos, que igualita está la calle Mayor el sábado de carnaval que en la hora menos concurrida del día más flojo —del total de seis que dura…—   de mercado medieval. Gélido es poco.

Y es que “no… es no”. No tenemos tradición. Ni afición. Ni costumbre. Ni ánimo entre la mayoría de nosotros, sea cual sea nuestra edad, origen, filiación o condición social. Al final, el carnaval alcalaíno es en esencia una fiesta infantil (nada que objetar a esto último), que en algunos colegios se denomina —por no sé qué indicación ni de quién— festival de invierno o del trimestre. Imagino que como el viento suele volver por donde se fue, y además no hace distinciones, así se les da cumplida respuesta, dos meses después, a los que llaman a la navidad festividad del solsticio. Donde las dan, las toman.

A lo mejor si centráramos nuestros esfuerzos en hacer un carnaval, sólo uno, pero apañadito…, pero es que ahora tenemos dos carnavales. El de febrero, el fetén, el detodalavida, descolorido y algo deprimente si se me permite, y el de noviembre, también llamado “Halloween” (léase a su gusto). Más disperso el primero, mas monotemático (y pelín desagradable, la verdad) el segundo. Ya se sabe usted eso del caldo y las tazas ¿No? Pero lo mejor, lo mejor de todo, eso de darle a los niños no uno, dos días sin colegio. Que arte más grande y que viva la familia española que esquía unida desde la noche de los tiempos. Que no se pierdan las tradiciones.

No. En Alcalá no somos de carnaval y no lo hemos sido al menos desde que éste que le escribe tiene uso de razón. Ignoro si gozó de épocas mejores, más participativas y más imaginativas, pero lo que es ahora, lo dicho.

Y el carnaval pasa, y llega la cuaresma, que si bien muchos no sabrán que es, y mucho menos por qué se llama así, (No tema, no lo voy a explicar. Seguro que alguno me corregía) da paso a los primeros acordes de la primavera, y con ella al buen tiempo y la vida en la calle. Un resurgir en toda regla que se oficializa y pone de largo con la llegada de la Semana Santa, allá por finales de marzo.

Así que estamos en cuaresma señores, por unas cuantas semanas. Sólo por lo que ya le he mencionado antes, vale la pena tenerla en cuenta. En cuanto a Alcalá, que decirle, su Semana Santa no ha hecho otra cosa que crecer en los últimos lustros gracias al mucho esfuerzo de poca gente, muy poca, que se empeña en traer aire fresco y toneladas de ilusión a una celebración que parecía herida de muerte en esta ciudad.

Mi felicitación a todos ellos, que encaran la época que más les gusta de todo el año. Y como dicen los cabales, feliz camino cuaresmal a todos ellos. Esto ya está aquí. La primavera acecha.

Víctor Alonso