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Chaves Nogales, Semana Santa y República / Por Vicente Alberto Serrano

Chaves Nogales, Semana Santa y República / Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Al parecer, tengo entendido que la fastuosa y algo folklórica reconversión de la Semana Santa alcalaína fue obra de un concejal socialista, algún tiempo después del 20 de noviembre del 75. Por lo visto, muerto el perro, no se acabó del todo la rabia. La sobriedad castellana de aquellos escasos desfiles procesionales que durante los sesenta, al inicio de la primavera, recorrían algunas calles de la ciudad entre el silencio y el fervor de los creyentes; con el tiempo y los iniciales oficios de aquel concejal, han terminado convertidos en una fiesta. Fiesta de Interés Turístico Regional, con igual título que el Don Juan o la Semana Cervantina. (Alguna vez alguien tendrá qué explicarme en qué consiste eso del Interés Turístico). A ellos es seguro que se lo aclaró Paco Martínez Soria: «El turismo es un gran invento». Por eso muchos mandamases se han obsesionado por convertir la ciudad en un parque temático, para que los forasteros naifs puedan retratarse los fines de semana en los photocolls quijotescos y cisnerianos. Es que la autoridad incompetente no se han planteado en ningún momento –con seriedad y rigor– los problemas cotidianos de una ciudadanía que casi alcanza los doscientos mil habitantes y que de continuo exigen mejoras en esas infraestructuras que tienen que utilizar y sufrir a diario (ante oídos sordos por los tambores y cornetas, el crujido de las chistorras medievales y los ripios zorrillescos). En este punto es inevitable que me venga a la memoria la figura de León III, aquel iconoclasta emperador bizantino que tuve que estudiar en los años lejanos de la Facultad; el hecho más destacable de su reinado consistió en la total destrucción de imágenes y símbolos religiosos. Iconódulo se denomina el término contrapuesto: persona que venera las imágenes. ¿Se retrataría hoy León III al pie de la Magistral, junto a Cisneros y los Santos Niños?

No la bailan: la mesen

En Granada, un Viernes Santo de hace ya muchos años. Al filo de la medianoche la cofradía del Santísimo Cristo de los Favores y María Santísima de la Misericordia Coronada, más conocida como ‘La greñúa’, de regreso a su templo, enfilaban el Campo del Príncipe. Cuando los costaleros se disponían por fin a coronar la última y empinada cuesta para alcanzar la iglesia de San Cecilio, un buen número de devotos del barrio y algunos cofrades, exaltados, se enlazaron de pronto frente al trono de la virgen y, en una extraña mezcla de euforia y fervor, comenzaron a piropearla entre los acordes enfebrecidos de un «¡Guapa, guapa, guapa…!» El dislocado ritmo contagió de inmediato a los agotados costaleros. Éstos iniciaron entonces un compás vertiginoso y el trono comenzó a bambolearse hacia arriba y hacia abajo en plena cuesta. Ejercicio insólito de equilibrio y maestría que parecía hacer peligrar manto, cirios, varales, candelabros e incluso a la propia virgen: ‘La greñúa’, como popularmente se la conoce, aunque no se sabe muy bien el origen. Tal vez sea porque en un incendio que se produjo en el templo, en 1969, a la imagen se le quedó chamuscado todo el cabello o simplemente porque los habitantes de este barrio de El Realejo, antiguo arrabal judío de la ciudad musulmana, siempre gustaron autodenominarse ‘los greñúos’. Una pareja de inevitables turistas contemplaban extasiados la escena. Ella exclama: «¡Qué maravilla! ¡Como la bailan!». Una vecina se vuelve para aclararle: «No señora, no la bailan… ¡La mesen!».

Manuel Chaves Nogales y cubierta de la reedición de sus artículos sobre la Semana Santa (Ed. Almuzara).

Sevillanitos y comunistas, pero semanasanteros

Manuel Chaves Nogales, en plena República, llegó a publicar en el diario Ahora, una serie de reportajes sobre la Semana Santa sevillana. Fueron recogidos en el tomo segundo de su Obra periodística (Ed. Diputación de Sevilla), en una excelente edición a cargo de María Isabel Cintas, tantas veces ninguneada, pero que hace años recuperó del olvido la figura de ese periodista sevillano, del que hoy a otros muchos se les llena la boca al reivindicarlo y afirmar que han sido ellos quiénes lo han descubierto. Más tarde los artículos aparecieron en volumen separado con el título de Semana Santa en Sevilla (Ed. Almuzara). Cuenta Chaves Nogales que una de las primeras dificultades con la que se encontraron los ‘capillitas’ sevillanos ante el advenimiento de la República fue precisamente la de no poder ‘meser’ sus pasos procesionales. Los costaleros se habían afiliado al Sindicato del Transporte, uno de los baluartes más firmes del Partido Comunista, por tanto resultaría muy difícil reclutarlos para cargar sobre sus hombros vírgenes y cristos. Los cofrades se preguntaban cómo iban a decirles a aquellos tíos bolcheviques que les sacaran los pasos por las calles de Sevilla. Un conocido señorito sevillano tuvo la valentía del exponerle el caso al Presidente del Sindicato, un estalinista hasta las cachas, marxista puro y ateo integral, pero sevillanito al fin y al cabo, como bien debía intuir el señorito. «En realidad –terminó cediendo el comunista– Jesús del Gran Poder viene a pesar, más o menos, como un saco de café. Los trabajadores son, ante todo sevillanos y semanasanteros, sacarán las procesiones si se les abonan los jornales establecidos por las tarifas del Sindicato». Al parecer la mayoría de los cofrades no aceptaron aquella fórmula blasfema, prefirieron quedarse ese año sin Semana Santa, intuyendo que las aguas regresarían a su cauce. Al año siguiente, en 1933, los republicanos conservadores estaban empeñados en que las procesiones regresasen a la calle Sierpes, pero los monárquicos no querían. «¿Habéis traído la República? –decían– Pues se acabaron las cofradías. ¿No sois laicos? Pues quedaros sin procesiones».

Página del diario “Ahora” (26 de abril de 1932) donde se da cuenta de los incidentes producidos en Sevilla con motivo de la Semana Santa.

Cuestionarse la Semana Santa

Creemos que nuestro admirado periodista sevillano pretendía descifrarle a la España republicana un fenómeno que, al parecer, ya se venía cuestionando él mismo desde diez años antes. El 10 de abril de 1925 había publicado un descarnado artículo en El Heraldo de Madrid con el título de “Las conmemoraciones religiosas y la liturgia de los apetitos populares”. Allí llegaba a afirmar que: «Desde lo grotesco a lo sublime, todo sirve a esta caótica liturgia que los pueblos ibéricos utilizan para conmemorar la Crucifixión». Muchos de nosotros, desde la infancia, hemos tratado de encontrar sentido y significación a este extraño rito. Nos preguntábamos el porqué teníamos que irrumpir a la alegría de la primavera con aquel triste y penoso sentido de culpa, al tiempo que nuestras calles se inundaban de penitentes con inquietantes hábitos coronados por siniestros capirotes; mientras costaleros agazapados en la sombra bailaban o ‘mesían’ lujosos tronos, escoltados por la milicia. Hoy –paradójicamente– ya vemos que son fiestas declaradas de interés turístico. Chaves Nogales escribía hace más de noventa años: «La raigambre de la Semana Santa como la de todas las fiestas religiosas está sólo en esa adhesión a los apetitos del pueblo. En tanto sirva para satisfacerlos, subsistirá con el máximo esplendor, porque, en definitiva, al ciudadano le importa un bledo que se dé a su gula una significación litúrgica o un sentido pagano». Nosotros no alcanzamos a llegar tan lejos, ya que otro sevillano, don Antonio Machado, creo que nos dejó bien definida –en pura síntesis– esta Semana Santa; a través del personaje de don Guido: «Gran pagano, / se hizo hermano / de una santa cofradía; / el Jueves Santo salía, / llevando un cirio en la mano / –¡aquel trueno!–, / vestido de nazareno».