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Carmen Martín Gaite: una reelectura / por Vicente Alberto Serrano

Desde la Oveja Negra

Hace setenta años al actor Fernando Fernán Gómez se le ocurrió patrocinar un premio de novela corta con el nombre de Café Gijón, templo mítico de aquella supuesta intelectualidad madrileña de posguerra que logró zafarse del exilio.

En su primera convocatoria fue galardonado Eusebio García Luengo, autor extremeño con pasado republicano que, al parecer, supo mantenerse discretamente a flote tras la victoria franquista. Aunque como dramaturgo no logró estrenar ninguna de sus obras. En 1934 se había casado con la actriz Amparo Reyes. Resulta sintomático que el título del relato premiado se titulase La primera actriz. Al año siguiente, tal vez como simbólico acto de desagravio, se le concede el premio al controvertido César González Ruano, por una novela titulada Ni César ni nada. Me imagino que tras la rabieta que le provocó no quedarse siquiera finalista de la primera convocatoria del Premio Nadal porque según él, se lo “arrebató” una desconocida –hasta se atrevió a pedir un adelanto del importe del premio– trasladó su recado de escribir al Café Teide, en la esquina de la otra manzana de la misma acera del Paseo de Calvo Sotelo. Se comenta que los asiduos del Gijón –a pesar de Ni César ni nada– no consiguieron recuperarlo. En 1952, es muy posible que las tertulias del café se volvieran a remover de indignación porque fue premiada una mujer: Ana María Matute con Fiesta al noroeste (Ed. Cátedra), una historia, entre el lirismo y la crudeza que narra el accidentado regreso de Dingo el titiritero a Artámila Baja, su pueblo natal. Dos años más tarde, Carmen Martín Gaite, joven salmantina, consigue el premio del Café con El balneario (Alianza Ed.), inquietante narración en la que su autora confesaba haber estado influida por la lectura de los relatos de Kafka.

La joven Carmen Martín Gaite y cubierta de la primera edición de “El balneario” (Biblioteca V.A.S.)

La joven Carmen Martín Gaite y cubierta de la primera edición de “El balneario” (Biblioteca V.A.S.)

Regreso a Calila

En las largas tardes de verano, la nostalgia y el calor nos sumerge, a veces, en la vana pretensión de recuperar el tiempo pasado (que no perdido) a través de un único remedio que al menos tranquiliza: regresar a algunas lecturas de ciertos escritores/as que marcaron nuestra adolescencia. Una de ellas fue sin duda Calila. Al manosear de nuevo las páginas de sus libros he llegado a descubrir unos subrayados que, desde la distancia, hoy me cuesta bastante descifrar. Sin embargo la reelectura de una buena parte de la obra de Carmen Martín Gaite, me ha llevado este verano a percibir perfiles nuevos, más allá de aquellos vehementes subrayados de la adolescencia. Cuando leí por entonces Entre visillos (Ed. Destino) aún recuerdo que me remitió de inmediato a un cuento de su admirado Ignacio Aldecoa, El silbo de la lechuza. En ambos textos la vida de provincias era observada y analizada desde un discreto observatorio –ventana o balcón– protegido por unos visillos que, sin embargo, no lograban tamizar la realidad de aquel tiempo de silencio.

Desde la ventana

Cuenta Carmen Martín Gaite que en el otoño de 1980, durante su primera estancia en Nueva York, a leer el ensayo de Virginia Woolf, A room of ones own (Una habitación propia, Ed. Seix Barral), se despertó en ella la curiosidad de profundizar en la cuestión sobre si las mujeres tenían un modo particular de escribir. Sus conclusiones le aportaron materia para desarrollar cuatro conferencias dictadas, a lo largo del mes de noviembre de 1986, en la Fundación Juan March. Al año siguiente fueron publicadas por Espasa-Calpe con el título Desde la ventana. Todo un regreso –desde la reivindicación– a los textos de Teresa de Jesús, María de Zayas, Sor Juana Inés de la Cruz o Rosalía de Castro… para acabar, en su última intervención, con un cuarto apartado titulado: “Una chica rara”, dedicado por supuesto a Andrea, la protagonista de Nada (Ed. Destino), la novela con la que Carmen Laforet no solo provocó la indignación del escritor de largas uñas, sino de otros muchos machotes de las letras. Carmen Martín Gaite nunca dejó de mirar a través de la ventana. Uno de los primeros libros de ensayo que leí de ella fue La búsqueda del interlocutor y otras búsquedas (Ed. Nostromo). En estos días he regresado a esas páginas que contienen artículos aparecidos en diversas publicaciones como Triunfo, Cuadernos para el diálogo o Revista de Occidente. Puedo reafirmar que al interlocutor, entonces y ahora, lo encontró en todos nosotros, fervientes lectores no solo de sus ensayos (El proceso de Macanaz, Ed. Espasa Calpe; Usos amorosos de la posguerra española, Ed. Anagrama…), sino también de sus novelas (Retahilas, Ed. Destino; Irse de casa, Nubosidad variable, Ed. Anagrama…) El entrañable homenaje a Aldecoa y a toda una generación en Esperando el porvenir (Ed. Siruela). La correspondencia con Juan Benet (Ed. Galaxia Gutenberg), los Cuadernos de todo (Ed. Areté) e incluso los poemas de A rachas (Ed. Hiperión), porque aparte de su sonrisa contagiosa siempre la evocaremos en el recuerdo de aquellos versos: «No te mueras todavía. / Tu tristeza a mí me salva / lo mismo que tu alegría…».

En Alcalá, parada y fonda

El breve relato titulado “Un alto en el camino” contenido en su libro Ataduras (Barral Ed.), sirvió como punto de arranque para que, a partir de ahí, Carmen Martín Gaite desarrollase –en colaboración con Juan Tebar– el guión que en 1976, conformó la película Emilia, parada y fonda, dirigida por Angelino Fons, fotografiada por Luis Cuadrado e interpretada por Ana Belén, Paco Rabal, María Luisa San José, Juan Diego y Lina Canalejas. Se rodó casi íntegramente en Alcalá. Revisada estos días, tras el regreso hacia algunos textos de Martín Gaite, se percibe en ella muchos de los temas esenciales que han definido la extensa obra de la autora, sobre todo el intento de liberación o emancipación de la mujer, en el cerrado ambiente de una ciudad de provincias. Sin embargo el paso del tiempo es implacable y la fecha de producción del filme delata que aún la sombra siniestra del franquismo seguía siendo alargada y los prejuicios morales todavía prevalecían en una sociedad que no terminaba de creerse haber salido de una dictadura. Tal vez por eso hoy nos cuesta digerir o simplemente entender algunas escenas de una película que por otro lado es un auténtico reportaje de nuestra ciudad y su pasado reciente. El objetivo magistral de Luis Cuadrado nos supo retratar con fidelidad un Alcalá del 76, del que sus personajes intentaban huir: coger simplemente el ferrobús con destino a Madrid o vivir una aventura erótica en Perpignan, para más tarde regresar al cobijo de la estatua de Cervantes. El tema musical de Luis Eduardo Aute define perfectamente a Emilia en la película: «La jaula en la que yo misma me encierro / protege las raíces de mi cobardía en un tiesto / me gasto en las cenizas de este infierno / cenizas tan sagradas / que maldicen todo mi cuerpo / y así sea, y así sea…». Por otro lado habrá nostálgicos a los que les emocionará descubrir en las escenas de amor roto el “Juan Sebastian Bar” o “Las cuadras de Rocinante” porque ellos también vivieron allí momentos parecidos por aquellos años. Todo ello, mezclado con las secuencias de los protagonistas deambulando, entre paracas, por la estación, el parque, la calle de los coches, la plaza o la universidad…  en el recuerdo lejano a los visillos salmantinos de 1957. El resto, la obra íntegra de Carmen Martín Gaite, permanece viva. No sé si con su lectura se consigue recuperar parte del tiempo pasado, (que no perdido) pero os aseguro que supone reencontrarse con la simple belleza de una sugerente narrativa que ayuda a cuestionarnos pasado, pero sobre todo presente.

El marinero

Catorce años después, en 1990, Carmen Martín Gaite regresó a Alcalá de la mano de Fernando Pessoa. En el Teatro Salón Cervantes, el director Joan Llaneras estrenaba, el 30 de abril de aquel año, el montaje de la obra El Marinero, de Fernando Pessoa, en versión de Carmen Martín Gaite que incluso intercaló algunos fragmentos de la conocida “Oda marítima”. Interpretada por Maite Brik, Blanca Marsillach y Luisa Martín, resultó un éxito rotundo. En el prólogo a la edición del texto, publicado por la Fundación Colegio del Rey, la autora finalizaba con estas palabras: «Los estudiosos de Pessoa no sé qué dirán de las licencias de mi versión –pocas por otra parte–. Yo sé que a él le ha gustado que sus “ansias de ser él mismo y otro” hayan encontrado eco y se hayan venido a fundir con las mías».

Cubierta de V.A.S. para la edición de “El marinero” (Ed. Fundación Colegio del Rey) y la autora de la versión.

Cubierta de V.A.S. para la edición de “El marinero” (Ed. Fundación Colegio del Rey) y la autora de la versión.