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Barbara Probst Solomon, de Nueva York a Cuelgamuros / por Vicente Alberto Serrano

Desde la Oveja Negra

La película Los años bárbaros, dirigida por Fernando Colomo, trataba de narrar en imágenes un episodio real de aquella larga y descorazonadora posguerra: la insólita fuga de dos jóvenes militantes de la FUE, encarcelados por el régimen franquista en el valle de Cuelgamuros.

Sin embargo, a lo largo del filme, el relato acababa convertido poco más que en un road movie derivando hacia una colorista comedia. Los títulos de crédito certificaban que el guión estaba basado en la novela de Manuel Lamana, Otros hombres (Ed. Losada), incluso los productores habían contado con Nicolás Sánchez-Albornoz como colaborador del guión. Ellos fueron los dos fugados protagonistas. Para conocer el testimonio de primera mano, conseguí la novela de Manuel Lamana, y descubrí a un escritor madrileño exiliado inevitablemente en Argentina, bastante desconocido en su país de origen, a pesar de que Eugenio G. de Nora llegara a comparar su valor testimonial con André Malraux y el temple de sus personajes con los de Albert Camus. En 1991 Nicolás Sánchez-Albornoz fue nombrado primer director del Instituto Cervantes e inauguró la sede en el Colegio del Rey de la alcalaína calle Libreros, edificio que con los años quedaría vaciado de contenido.

En la primavera de 1947, tras su detención, en espera del consejo de guerra, fue enviado a la cárcel de la alcalaína calle Santo Tomás, edificio hoy convertido en Parador de Turismo. En algunos de los capítulos de su libro de memorias, rceles y exilios (Ed. Anagrama), comenta la espera en la prisión de Alcalá, junto a compañeros de la FUE, conversaciones con Ricardo Muñoz Suay y lecturas de Faulkner y Dos Passos. En el sexto capítulo describe lo que supuso para los presos políticos la labor de construcción de aquel nefasto mausoleo de Cuelgamuros. Posteriormente, tras el significativo título del capítulo: “Un exilio por piernas” detalla la aparatosa fuga hasta su llegada a París y posterior marcha a Buenos Aires.

Apabullante amenaza en escala de grises

Siempre se me antojó la primera posguerra –no vivida y bastante silenciada– como una apabullante amenaza en escala de grises. Sobre todo a partir del bachillerato, cuando el profesor de religión del Instituto (Abad de La Magistral), se empeñó en llevarnos de excursión a Cuelgamuros. Confieso que no es un tópico, pero al descubrir tan siniestros apóstoles pétreos, a modo de excesiva base escultórica que elevaba hacia el cielo una desmesurada cruz cicatrizando el paisaje, no pude comprender tanta obsesiva grandeza monumental en tiempos de miseria. Pasados los años, llegado a la madurez, entendí perfectamente aquel símbolo hipócrita a mayor gloria personal de un dictador sin escrúpulos que no satisfecho con sembrar las cunetas y las tapias de los cementerios con los cadáveres de su victoria, recurrió a la mano de obra de sus enemigos encarcelados, para construirse una pesadilla berroqueña soñando en su supuesto eterno más allá.

Cubiertas de los testimonios escritos de los dos escapados de Cuelgamuros.

Cubiertas de los testimonios escritos de los dos escapados de Cuelgamuros.

 

Barbara Probst Solomon

En estos días pensaba que ya era un tema olvidado, pero cuando de nuevo se ha alargado la sombra de la cruz amenazante, que todavía envuelve los restos de su artífice del rencor, he querido regresar –para conocer más detalles– hacia el recuerdo de aquella legendaria y gratificante fuga. Por eso he rebuscado hasta encontrar un libro, hace tiempo descatalogado, del que siempre me atrajo su optimista título, fundamental para años tan crueles: Los felices cuarenta (Ed. Seix Barral), de Barbara Probst Solomon. Lo localicé en un servicio de ofertas por correo. Por una de esas siniestras casualidades, el mensajero me lo entregó el mismo día que aparecía en la prensa la noticia de la muerte de Barbara, con noventa años, en su Nueva York natal. En 1948 fue la coprotagonista de una operación programada por Paco Benet, tan descabellada que resultó exitosa. Unas jóvenes norteamericanas (Barbara Probst y Barbara Mailer), lograron rescatar a dos militantes de la FUE, a bordo de un Peugeot prestado por el escritor Norman Mailer, hermano de una de ellas, atravesar buena parte de aquel país amordazado y rigurosamente vigilado y ponerlos casi en libertad, al pie de la frontera francesa. Los dos fugitivos, no sin pocas dificultades, lograron cruzar al país vecino por sus propios medios.

Barbara Probst Solomon (Nueva York: 1929-2019).

Barbara Probst Solomon (Nueva York: 1929-2019).

 

De Nueva York a Cuelgamuros

Barbara Probst subtitula su libro como “Una educación sentimental” y efectivamente arranca la primera parte con una extensa evocación al Nueva York de su juventud, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, cuando frecuentaba los cines y teatros de la calle 42 y el Broadway: «En aquellos tiempos era la chabacanería, el swing, las estridencias del jazz hot, el saxofón, el heroísmo bélico, la moral simplista. Estábamos al lado del bien, los salvadores del mundo habían ganado, los rusos y Eisenhower se abrazaban, yo lloraba y confiaba que, al hacerme mayor, sería una especie de Scarlett O’Hara (entereza, belleza deslumbrante y perversidad mezcladas en proporción justa). Éramos buenos, victoriosos, sentimentales y chillones». A principios de 1948 embarca con su madre con destino a París. Allí, a través de Norman Mailer, entrará en contacto con jóvenes antifranquistas en el exilio. Conoce a Paco Benet, a Pedro Vélez y a Enrique, hijo del socialista Francisco Cruz Salido que fue detenido en 1940 y entregado a las autoridades franquistas, junto con Lluís Companys, siendo posteriormente ejecutado. Enrique, una vez enterado de la misión de Bárbara en España, le pedirá que guarde en su memoria los colores de los árboles y las calles de Madrid: «Oye, no me acuerdo de nada. No puedo decirte ¿Dónde cae Alcalá? ¿Como huele mi ciudad?… Ya sé, no es culpa mía. Me sacaron de España, ¿entiendes? Me sacaron». De algún modo Barbara cumplió la promesa que le hizo a Enrique, porque su memoria ha dejado reflejada en las páginas de este libro, no solo los colores y los olores de Madrid, sino la visión de aquel país sumido en la miseria y el miedo bajo una cruel dictadura. Al tiempo que nos va narrando la arriesgada aventura en la que Paco Benet las involucró. Primero cuando trataron de convencer a Manuel Amit, líder anarquista fugado de Cuelgamuros, sacarlo hasta Francia, pero él desconfió del proyecto y prefirió permanecer escondido en los arrabales de Madrid, antes que emprender tan cuestionable fuga. Después consideraron imposible ayudar a escapar del Penal de Ocaña al pintor Juan Manuel Díaz Caneja. Al final optaron por rescatar a Manuel Lamana y Nicolás Sánchez-Albornoz de los trabajos forzados en aquel siniestro lugar y ayudarles a emprender su camino hacia la libertad. Los felices cuarenta complementa, evoca e invita a revisitar los testimonios escritos por los otros dos protagonistas. Para este tiempo tan incierto de dudas, silencios consentidos y declaraciones estrafalarias (¡Que atrevida es la ignorancia!) se hace indispensable además la lectura del documento que el autor de La pena de muerte (Alianza Ed.) y Los verdugos españoles (Ed. Alfaguara) el novelista Daniel Sueiro escribió en 1976 y fue publicado por Sedmay Ediciones, La verdadera historia del Valle de los Caídos.

Dos títulos fundamentales de Barbara Probst para comprender mejor nuestra historia reciente.

Dos títulos fundamentales de Barbara Probst para comprender mejor nuestra historia reciente.