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Aute y los cantautores de entonces / Por Vicente Alberto Serrano

Aute y los cantautores de entonces / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

«Qué me dices, / cantautor de las narices / qué me cantas con ese aire funeral / si estás triste, / que te cuenten algún chiste / si estás solo, / púdrete en tu soledad…». Con estos versos, a modo de epílogo, cerraba Luis Eduardo Aute uno de sus mejores álbumes, si no el mejor. Rito aparecía en 1974 bajo el sello Ariola. Con producción del recientemente Premio Cervantes, José Manuel Caballero Bonald y arreglos y dirección musical del argentino Carlos Montero, quien, al parecer, huyendo del horror de su país en los años de plomo y mortífera represión, se refugió en Santorcaz, donde llegó a dirigir el coro local. También acertó a poner melodía a los mejores versos de aquel cantautor, poeta, director de cine y pintor, nacido en Manila en 1943, durante la ocupación japonesa.

Don Ramón

En 1967, la discográfica RCA le edita su primer single con dos temas: Don Ramón y Made in Spain. Ilustrado con un autorretrato en la cubierta y una escueta biografía en la contra, donde Aute nos mostraba sus virtudes y sus preferencias, algo peculiares para un país bastante casposo por entonces, no solo en gustos culturales. «En París trabajé de meritorio de dirección para Godard y Malle. Hablo castellano, inglés, francés, tagalog (filipino) y catalán. Me gusta la libertad y la defenderé ante todo. Me gustan: Camus, Bradbury, Picasso, Tàpies, el Pop Art, Godard, Vadim y mi perro Jim». Por entonces solía aparecer fotografiado en las páginas de la revista Mundo Joven. La pulcritud de su aspecto representaba para nosotros aquella modernidad a la que aspirábamos pero no lográbamos alcanzar. Parecía un joven intelectual francés escapado de la nouvelle vague. No en vano Pedro Olea lo convirtió en trovador, cantando Les bourgeoises, a la manera de Jacques Brel, en una plaza de Torremolinos, en aquella película generacional, Días de viejo color. Eran tiempos en los que permanecíamos pegados a la radio, no precisamente para formarnos políticamente, sino para huir a través de la música de una represión sofocante. Radio Peninsular se anunciaba en las ondas como ‘…la más musical’. Por las noches Ángel Álvarez, piloto de Iberia, a través de su Vuelo 605, nos traía las voces de Bob Dylan, Joan Baez y Johnny Cash. Por las mañanas el chileno Raúl Matas en su programa Discomanía, mezclados entre Lone Star, Pekenikes, Brincos y Bravos, nos descubría también las voces de Raimon, Paco Ibáñez, Serrat y Aute. Allí precisamente oí por primera vez Don Ramón, con un comentario del presentador advirtiendo que la cara b de aquel single: Made in Spain, difícilmente podría ser emitida por ninguna cadena radiofónica. Oír hoy las dos caras de aquel vinilo, causa cierto rubor. Se nos hace impensable que el régimen pudiera censurar, versos como los contenidos en Made in Spain: «…Porque somos unos moros, nos gustan mucho los toros. […] Ya se puede ir al cine, ya no cortan Tom y Jerry […] Y me gusta el vino tinto, como al rey don Carlos Quinto…». En cuanto a Don Ramón, supone todo un ejemplo del ripio intentando elevarlo a categoría poética para mostrarnos un realismo ejemplarizante a través de personajes desclasados en una época de rigor autoritario. Ripios solo comparables a los contenidos en El titiritero, tema con el que Serrat se estrenaba en castellano. Uno: «Era un viejo vagabundo / que cantaba por el mundo / don Ramón y su acordeón…» y el otro: «…de feria en feria / siempre risueño / canta sus sueños / y sus miserias…». Pocos meses después, tal vez a modo de descargo de conciencia, Aute volvió a grabar para RCA otro single conteniendo el tema Mi tierra, mi gente, un repaso cantarín por el mosaico de regiones españolas, cuyos tópicos seguramente saborearía gustoso Fraga Iribarne, por entonces Ministro del ramo.

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Cubiertas de los dos primeros singles de Luis Eduardo Aute (Colección VAS).

Rito

Tras los inquietantes, pero sugerentes temas Aleluya nº 1 y Rojo sobre negro. Superado ya el lamentable recuerdo de las audiciones de ciertos experimentos fallidos como fueron los álbumes Diálogos de Rodrigo y Jimena y 24 Canciones breves. En 1974, a través de los catorce temas que componían su álbum Rito, descubrimos en Luis Eduardo Aute a un magnífico poeta que llegaría a perturbarnos seriamente. Pasados más de cuarenta años, muchas de aquellas canciones siguen formando parte de la banda sonora de nuestra trayectoria vital. Temas como Las cuatro y diez o De alguna manera, no es que los sigamos tarareando, es que creemos que los hemos vivido personalmente, como si aún leyéramos: «…el libro de poemas que robamos en un arrebato de infección sentimental…». Si en Rito, parece adivinarse la inevitable huella de Jaime Gil de Biedma. En el álbum Espuma –su obligada continuación– es a Vicente Aleixandre al que se vislumbra mucho más allá de versos como los que se contienen en Anda, una de sus canciones más emblemáticas: «…dime lo que sientes / no temas si me mata / que yo solo entiendo tus labios como espadas…».

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Portada del primer libro de poemas de Aute (1976) y del publicado por Hiperión (1980).

Cantautor de las narices

Tal vez el Autotango del cantautor, tema con el que se cierra el álbum Rito, sea algo más que un guiño en forma de autocrítica. Una especie de sátira, formulada por Aute, en un intento por tratar de rebajar la tensión anímica que contienen los catorce temas anteriores. A pesar de todo, para muchos de nosotros esta canción todavía supone una mirada hacia atrás para preguntarnos: ¿Cuándo abandonamos al Dúo Dinámico por Raimon? ¿Cuándo dejamos a Los Brincos en los guateques para ir a encender mecheros en los conciertos en los que se empeñaban en que «…tenía que llover a cántaros…»? Paco Ibáñez, con la complicidad de Gabriel Celaya nos hizo creer que la poesía era un arma cargada de futuro. Eso sí, logró que amasemos la poesía: a Góngora y a Quevedo, pero el futuro seguía sin parecernos prometedor. Serrat nos descubrió a Machado, Miguel Hernández y Salvat-Papasseit. Amancio Prada nos quería libres como pedía Agustín García Calvo. Raimon nos encaminó hacia Ausiàs March y Salvador Espriu. Carlos Cano supo sentir como nadie a su paisano Federico García Lorca. Benito Moreno nos ofreció a Bécquer por sevillanas. Y hasta, a fuerza de estacazos, Lluís Llach logró conducirnos hacia Ítaca en compañía de Cavafis. Sin embargo pasado el tiempo, apagados los mecheros y acumulados los años, reconocemos que aquella lejana rebeldía se nos debió extraviar entre acordes de guitarra.

Canciones y poemas

En 1976, ediciones Demófilo publicó Canciones y poemas de Luis Eduardo Aute. En sus páginas se recogían los temas que durante nueve años había ido grabando en singles y álbumes. En el prólogo, José Manuel Caballero Bonald, que había sido su productor musical en el sello Ariola, comentaba sobre la poesía de Aute que contenía «…un engranaje verbal que no oculta algún débito al surrealismo y que se inclina a veces, como en un deliberado contraste dialéctico, hacia formas coloquiales…». En 1980 apareció en la editorial Hiperión Canciones y hace pocas semanas, con el título de Toda la poesía, Espasa Calpe editaba un contundente, tal vez  algo excesivo, volumen con una cubierta ilustrada por el propio Aute. Es verdad que por aquellos años, algunos cantautores nos torturaron más de una vez soportando su «…voz de cura, moralista y un pelito paternal…». Sin embargo todavía hoy regresamos de vez en cuando a los discos de los incondicionales y aunque hace ya mucho tiempo que, impotente y aburrida, se nos difuminó la rebeldía, sus versos y hasta sus ripios, pero sobre todo los versos de aquellos poetas que nos descubrieron, nos siguen motivando.