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Alcalá y yo / Por Betiana Baglietto

Alcalá y yo / Por Betiana Baglietto

Betiana Baglietto (*)

 

Cuando llegué a Alcalá hace 13 años, un mes y algunos días, nunca había oído hablar de la ciudad. En Historia nos enseñan muchas cosas de la madre patria, en Lengua nos hacen leer el Quijote, pero nadie nos cuenta que su autor nació en este rincón tan especial de Madrid, ni que en un edificio tan emblemático de su Casco Histórico se entrega cada año el Premio Cervantes.

Para quienes aterrizamos desde el llamado Nuevo Mundo y venimos de localidades que como mucho apenas exceden los 200 años, no es difícil que un lugar que cuenta con tantos siglos de vida te atrape al instante. Pero no son sólo las piedras y los pergaminos los que te cautivan. Su dimensión perfectamente abarcable desde lo alto del Parque de los Cerros (en Buenos Aires, uno nunca sabe dónde empieza y acaba una localidad), el poder ir andando al trabajo si tienes la suerte de tenerlo acá, ese equilibrio justo entre gran ciudad y pueblo, su cercanía con Madrid, su aire universitario, sus teatros, su Mercado Medieval y, por supuesto, su gente.

Tengamos donde tengamos nuestra casa, nos volvamos o nos quedemos, ya seremos para siempre de Alcalá

Durante casi una década tuve la enorme fortuna de cubrir la vida cultural, social y universitaria de Alcalá, y eso me permitió conocer una gran cantidad de personas vinculadas a estas actividades, descubrir historias o presenciar momentos imborrables. Sin quererlo, me convertí en embajadora turística: todo argentino que viene de viaje a Madrid y me tiene en su agenda, tiene que pisar Alcalá.

Banfield, mi barrio del Gran Buenos Aires es bastante diferente a esto. Manzanas cuadriculadas, calles rectas que discurren hasta el infinito, aceras anchas con césped y frondosos árboles que dan sombra a casas bajas y totalmente diferentes entre sí… Paisajes que se extrañan, sí. Como se extrañan también costumbres, olores, sabores, sonidos, acentos, complicidades y hasta sensaciones -un poco de humedad de vez en cuando no viene mal-. Nada que no mitigue un paseo por la Calle Mayor, un atardecer en la Plaza de Palacio o San Diego. Para las añoranzas del estómago están las pizzas de Francesco’s o los helados de Mauri, en la Plaza de Cervantes. Y como somos muy de adaptarnos y adoptar las costumbres locales, enseguida nos sumamos al culto al bar y no pasan muchos días sin que nos tomemos el desayuno en el Macondo o las tapas en alguno de los innumerables bares que copan el Centro.

En busca de una parrilla donde hacer nuestros propios asados y con dos alcalaínos que agrandaron la familia, hace un tiempo nos mudamos a un pueblo vecino. Da igual, Tengamos donde tengamos nuestra casa, nos volvamos o nos quedemos, ya seremos para siempre de Alcalá.

(*) Betiana Baglietto es periodista de Plot Comunicación