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Albert Camus y Franz Kafka, una relectura para el verano / por Vicente Alberto Serrano

Albert Camus y Franz Kafka, una relectura para el verano / por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Escribía Albert Camus en el capítulo que cerraba su libro de ensayos El mito de Sísifo (Alianza Ed.): «Todo el arte de Kafka consiste en obligar al lector a releer. Sus desenlaces, o su falta de desenlace, sugieren explicaciones, pero que no se revelan con claridad y que exigen, para ser fundadas, releer la historia con un nuevo enfoque». Regresar a Franz Kafka guiados por Albert Camus supone desandar –a través de relecturas– aquel lejano camino de la adolescencia que suponíamos ya bastante trillado, pero que sin embargo siempre nos vuelve a descubrir rincones inexplorados.

Dos conciencias para un siglo

«Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto». «Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer». De este modo se inician dos textos que siempre creímos fundamentales en la configuración de nuestra educación sentimental. El primero pertenece a La metamorfosis, de Franz Kafka, escritor checo de origen judío que murió en un sanatorio, cerca de Viena en 1924; tenía 41 años. El segundo a El extranjero, de Albert Camus, escritor francés nacido en Argelia que murió en accidente automovilístico camino de París en 1960, tenía 47 años. Sugiere Camus ante Kafka revisitar sus páginas, para intentar releer la historia con un nuevo enfoque. Tanto el uno como el otro murieron antes de alcanzar ese período de la vida en que nos alimentamos fundamentalmente de relecturas, en el afán inalcanzable por tratar de conocernos a nosotros mismos a través de los demás. Kafka pidió a su amigo Max Brod que a su muerte quemase todos sus escritos; gracias a una desobediencia, hemos logrado rascar en las perturbadoras cicatrices de la condición humana. Entre los restos del flamante ‘Facel-Vega’ conducido por el editor Michel Gallimard, que estrellado contra un árbol acabó de modo fulminante con la vida de Camus, se recuperó el manuscrito de El primer hombre (Ed. Tusquets), la obra con la que el autor confiaba iniciar un gran y definitivo giro a su ya enriquecida aventura literaria. Gracias a su viuda Francine, la novela póstuma de Albert Camus logró publicarse. Un texto inacabado, pero fundamental, que enlaza con El extranjero y ayuda a entender a una de las conciencias más lúcidas del convulso pasado siglo.

Cubiertas Daniel Gil

Cubiertas para Kafka y Camus diseñadas por Daniel Gil en Alianza Editorial

Ante dos cubiertas de Daniel Gil

La crítica consideró durante mucho tiempo El extranjero como la guía moral e intelectual de la generación que se formó entre las ruinas, la frustración y la desesperanza de la destrozada Europa de postguerra. Sometida a la relectura que Camus pedía para Kafka, nos encontramos frente a esta novela como ante un enriquecedor caleidoscopio cuyas facetas se muestran siempre distintas, sugerentes o tal vez inquietantes. Aparte de los textos, mi generación se formó visualmente con la importante aportación del diseñador gráfico Daniel Gil a las cubiertas de la colección de bolsillo de Alianza Editorial, que después tantas veces han intentado copiar diseñadores de postín, pero nunca las han llegado a alcanzar. Un maestro del diseño gráfico con sus luces y alguna que otra sombra. Si la cubierta para La metamorfosis de Kafka rayaba con un tópico que hubiese indignado a su autor, la de El extranjero fue todo un acierto. En ella se sugiere a Meursault, su protagonista, el extranjero, el extraño, el antihéroe; desconfigurado en piezas paralelas listas para armar por todos y cada uno de los lectores. Un personaje desarraigado, a veces con ciertas pinceladas kafkianas cuando al inicio del capítulo segundo se asemeja tanto al Gregorio Samsa de La metamorfosis.

Kafka y Camus

Franz Kafka y Albert Camus

De la bruma a la luz

Pero frente al brumoso surrealismo del praguense, en la novela del argelino se impone la luminosa realidad mediterránea de un personaje que no encuentra sentido a la vida, pero desborda sensualidad cuando disfruta al nadar mar adentro o se tiende en la arena de la playa para sentir como el sol adormece su cuerpo. Un contradictorio personaje, símbolo de la condición humana, que en tiempos de carencia de valores, de búsqueda de una coherencia moral, termina abocado a un final fatal sin haber encontrado sentido a la vida. Frente a la total desesperanza de su primera novela, el manuscrito inacabado de El primer hombre, que se inicia sobre la misma escenografía argelina, nos muestra el relato de Cormery, alter ego del autor, un niño arraigado a uno de los barrios más deprimidos de Árgel, hijo de un emigrante que muere en el frente durante la primera guerra mundial y una madre menorquina, analfabeta que difícilmente puede entender que su hijo quiera, y sobre todo pueda aspirar, a destinos más ambiciosos. En suma, el relato del largo proceso de un hombre que acabaría convirtiéndose en lúcida, aunque para muchos incómoda, conciencia de un tiempo desolador, confuso y de abundantes posicionamientos equivocados.

Cartas a un amigo alemán

A pesar de su prematura muerte, la obra que nos legó Camus fue abundante y en su mayor parte no ha perdido vigencia. Inició su carrera literaria en 1936, publicando Revuelta en Asturias una exaltada obra de teatro coral, acorde con los tiempos y la temática. Una década más tarde de nuevo situó en España otra de sus obras dramáticas; El estado de sitio transcurre en un pintoresco Cádiz. La peste fue considerada por muchos críticos como la novela más significativa escrita en Francia, tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo para estos tiempos en que tanto se debate el sentido de una Europa unida o sobre los nacionalismos y los fundamentalismos, recomiendo Cartas a un amigo alemán (Ed. Tusquets), denuncia arriesgada y valiente a lo que supuso la locura colectiva del totalitarismo, escritas entre 1943 y 1944, en un París ocupado por los nazis, y con la siniestra sombra de Stalin comenzando a oscurecer una importante parte de esa Europa que ya Camus deseaba unida.