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A Francisco Nieva / Por Francisco Peña

A Francisco Nieva / Por Francisco Peña

Ha fallecido Francisco Nieva, ha muerto el cuarto pilar del teatro español contemporáneo. Junto con Valle Inclán, Lorca y Buero Vallejo, Nieva ha establecido las bases de una renovación del teatro español que ha permitido la internacionalización de nuestra forma de hacer teatro. Con Nieva ha muerto el último gran creador del teatro total, del espectáculo, de la magia, de lo que el mismo Nieva define como alquimia del espíritu, jubiloso furor sin tregua.

Cuando comencé mi relación con Nieva para la preparación de un amplio estudio, lo primero que me sorprendió fue su naturalidad, su simpatía y, sobre todo, la magia que emanaba de sus palabras. Vivía cada escena como si de un teatro se tratase. Contaba su infancia con la fantasía de los cuentos, dotaba de vida propia a sus aventuras en Francia, de la mano de hombres como Ionesco, Bertold Brecht, Cousteau, y un largo etc., de figuras de la cultura del siglo XX europeo que permitieron a Nieva hacerle ver que la creación literaria, que el teatro era algo más que ese mundo ramplón al que estaba acostumbrado en la España de los 40 y 50.

nieva

Nieva era, especialmente, un “vividor” del teatro. Ha sabido fundir con ensalmo el matiz creador del teatro con el impulso de la vida. Todo lo quiso probar, todo lo quiso vivir… y lo ha hecho. Pocas vidas tan apasionantes como la de Nieva. En sus memorias, publicadas en 2002 con el título de Las cosas como fueron, Nieva desgrana esos momentos que le han hecho ver la vida con el anhelo de la inmersión en la libertad más profunda; no hay límites para la experiencia si quiere probar de todo… y de ahí, de esa vida rica, disfrutada como una explosión de los sentidos surge un teatro maravilloso donde se confunden los límites de la realidad con la fantasía, un don Quijote lanzado a la conquista de los gigantes, pero no con la lanza, sino con la seducción.

En su casa, una de las primeras veces que fui a visitarle, me enseñó con auténtico placer un pequeño teatro de cartón y madera donde “montaba” sus obras antes de estrenarlas. Era una delicia verle vivir con los muñequitos de los personajes las acciones de la obra que tuviera en la mente. No era solo teatro, era la vivencia, la alquimia, la magia de la vida y el teatro.

El estudio que edité en la Universidad de Alcalá -con la colaboración de Castilla la Mancha y la RESAD-  y la edición de la Obra Completa, que tuve el honor de preparar para la edición de Espasa Calpe, me permitió conocer a fondo la obra de Nieva. En las charlas que teníamos me iba descubriendo los matices de su creación. Hablábamos, por ejemplo, de Malditas sean Coronada y sus hijas… y de pronto surgía todo un mundo de experiencias en las que se dibujaban los personajes como seres reales, ¿o era el revés?

Se han estrenado muchas de sus obras. La última, el año pasado, Salvator Rosa o el artista. Es una suerte que Nieva pudiera ver el estreno de esta obra porque es la que simboliza toda su poética. En ella se resume en el principio de la estética teatral que Nieva resume en un poema que será eternamente repetido:

El teatro es vida alucinada e intensa.

No es el mundo, ni manifestación a la luz del sol,

ni comunicación a voces de la realidad práctica.

Es una ceremonia ilegal,

un crimen gustoso e impune.

Es alteración y disfraz:

Actores y público llevan antifaces,

maquillajes,

llevan distintos trajes…

o van desnudos.

Nadie se conoce, todos son distintos,

todos son «los otros»,

todos son intérpretes del aquelarre.

El teatro es tentación siempre renovada,

cántico, lloro, arrepentimiento, complacencia y martirio.

Es el gran cercado orgiástico y sin evasión;

es el otro mundo, la otra vida,

el más allá de nuestra conciencia.

Es medicina secreta,

hechicería,

alquimia del espíritu,

jubiloso furor sin tregua.

 

Once de noviembre de 2016