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Unamuno y José Luis Gómez en La isla del viento / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

No deja de ser paradójico que en aquella ya tan lejana y desinformada adolescencia, a Unamuno siempre nos lo mantuvieran omnipresente. Para nosotros terminó convertido en algo así como el autor de la angustia. No sé por qué extraña razón, en tiempos de tanta prohibición, su lectura no solo nos estaba permitida, sino a veces hasta recomendada. Sin embargo muchas de sus novelas ahora las recuerdo un tanto ásperas: Niebla, La tía Tula, Abel Sánchez… Sus obras teatrales, totalmente desarticuladas: El otro, El hermano Juan, La venda… Sus ensayos, inquietantes y contradictorios: Del sentimiento trágico de la vida, Mi religión..., pero sobre todo su Vida de don Quijote y Sancho cuya lectura en tiempos tan tempranos estuvo a punto de eclipsarme para siempre a don Miguel de Cervantes. Sin embargo, por una inexplicable razón, a veces necesito evocar la controvertida personalidad de don Miguel de Unamuno. Tal vez sea porque su rebeldía moral y vital me suponen todo un reto para estos tiempos raros de tanta debilidad mental. Algunos de sus poemas, arropados por dos gestos concretos de valentía y rebelión, me acompañan y me suelen reconfortar, reivindicando de este modo a ese autor que dos dictaduras se empeñaron en denigrar.

De Fuerteventura a París

A primera hora de la noche del 20 de febrero de 1924, una orden del gobernador civil ordena al interesado salir inmediatamente de Salamanca con destino al destierro en Fuerteventura. La Real Orden se publicaría al día siguiente en la Gaceta de Madrid. Estaba acordada por el Dictador y firmada por el Borbón perjuro. Disponía que el referido señor cesara en los cargos que ostentaba en la Universidad de Salamanca, quedando suspendido de empleo y sueldo. Al destierro en la isla canaria le acompañaría el ex diputado Rodrigo Soriano, condenado tras una intervención en el Ateneo madrileño donde se atrevió a señalar el asunto de “La Caoba”, mujer de vida alegre, procesada por la posesión de cocaína y puesta en libertad por orden de Primo de Rivera, supuestamente su amante, que inmediatamente dio la orden de clausurar el Ateneo. En cuanto a la venganza del Dictador hacia Unamuno venía motivada por la difusión en España de unas cartas que don Miguel había enviado a un amigo de Argentina y Américo Castro había publicado en la revista Nosotros de Buenos Aires. En ellas se refería a Primo de Rivera en estos términos: «Yo creía que ese ganso real que firmó el afrentoso manifiesto del 12 de setiembre, padrón de ignominia para España, no era más que un botarate sin más seso que un grillo, un peliculero tragicómico, pero he visto que es un saco de ruines y rastreras pasiones…». Unamuno permanecería en Fuerteventura hasta la madrugada del 9 de julio en que huyó de la isla a bordo de un bergantín francés, a pesar de estar ya enterado de su “amnistía” concedida cuatro días antes. De aquellos intensos meses de confinamiento y destierro reconocerá más tarde que quedarán en su recuerdo: «los días más entrañados y más fecundos en su vida de luchador por la verdad», pero sobre todo 103 sonetos desgarrados, escritos desde la emoción, la ternura y sobre todo la descarnada denuncia hacia el general que desgobernaba España. Fechados y publicados en París el 8 de enero de 1925. De Fuerteventura a París (Ed. El Sitio) al igual que el posterior Romancero del destierro (Ed. El Sitio) se convertirán en dos poemarios malditos, censurados y prohibidos. Apenas si aparece alguno de sus sonetos en las posteriores ediciones de sus Obras Completas, por supuesto siempre desprovistos de los duros comentarios en prosa que acompañaban a cada uno de los poemas.

Unamuno y José Luis Gómez en la Universidad de Salamanca

Unamuno y José Luis Gómez en la Universidad de Salamanca

El 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca

El lamentable incidente en el Paraninfo de la Universidad salmantina, se convertirá en el trágico epílogo de aquel hombre que se empeñó toda su vida en erigirse como un agitador de espíritus, pero que –lamentablemente– apenas dos meses más tarde recibirá sepultura envuelto en la bandera de Falange Española, rodeado de falangistas con el brazo en alto, respondiendo al grito de: «¡Miguel de Unamuno y Jugo!». «¡Presente!», «¡Arriba España!». Tal vez los mismos que habían jaleado el Día de la Raza, al legionario tuerto y manco que con alaridos de rabia reclamaba que muriese la inteligencia, cuando el ya anciano Unamuno desencantado ante el inicio de otra nueva dictadura afirmaba que: “Vencer no es convencer y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión…»

José Luis Gómez en La isla del viento

El joven director malagueño Manuel Menchón realizó en 2015 una película titulada La isla del viento, un filme de gran interés para conocer esos dos hitos tan importantes en la vida de Unamuno, aunque al parecer pasó bastante desapercibido por crítica y público. En él se relata su estancia en la desolada población de Puerto Cabras, en la isla canaria de Fuerteventura y su inmediata e íntima relación con el paisaje y con algunos de los isleños, como es el caso de don Ramón Castañeyra, comerciante y autodidacta al que dedicara su poemario De Fuerteventura a París y con el que se involucrará en la aventura de conseguir agua para la isla. El otro punto de interés de la película es que está protagonizada magistralmente por José Luis Gómez. Hace varias décadas, el actor y director teatral tuvo la osadía de encarnar sobre los escenarios a Manuel Azaña en un monólogo sobrecogedor. Ahora, con una edad más cercana al personaje que interpreta, nos vuelve a conmover en su papel de Unamuno, no solo durante toda su estancia en La isla del viento, sino también, y sobre todo, en las escenas finales del incidente en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Resulta significativo que cuando José Luis Gómez dirigió La velada en Benicarló, en 1980, escogiera para el programa de mano un fragmento de la carta que Unamuno –en sus últimos días– remitió a su amigo Quintín de la Torre: «En este estado y con lo que sufro al ver este suicidio moral de España, esta locura colectiva, esta epidemia frenopática […] figúrese cómo estaré. Entre los uno y los otros –o mejor lo hunos y los hotros– están ensangrentando, desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo España”.

Unamuno y José Luis Gómez tras el incidente en el Paraninfo de la Universidad

Unamuno y José Luis Gómez tras el incidente en el Paraninfo de la Universidad