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Una Semana Santa muy tardona / Por Manuel Peinado

Señores profesores, señores alumnos: están ustedes protagonizando el segundo trimestre escolar más largo de la historia. En 2011 el domingo de Resurrección cayó el 24 de abril y este año será el 16 del mismo mes. Como consecuencia de aplicar el calendario litúrgico católico al escolar, la Semana Santa de 2011 fue la más tardía de las posibles y, como consecuencia, el segundo trimestre escolar fue el más largo de la historia.

En las culturas desarrolladas en las zonas de clima tropical en las que la duración del día y de la noche es prácticamente la misma a lo largo de todo el año, no existían celebraciones a fecha fija semejantes a las que salpican los calendarios de las religiones basadas en la Biblia. Por el contrario, fuera de los trópicos, cuando los días se van acortando progresivamente desde el día más largo del año, el solsticio de verano, hasta el más corto, el solsticio de invierno, alrededor del 21 de diciembre, cuando se produce la noche más larga del año, tras la cual el Sol comienza a “vencer” a las tinieblas en progresiva retirada, las diferentes civilizaciones celebraban la mayor fiesta del año: la del nacimiento de su respectivo dios, fuera este Zeus, Amón, Mitra, Saturno o Jesús.

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Para los romanos, el equivalente a las actuales fiestas navideñas eran las Saturnalia, que empezaban el 17 de diciembre y duraban siete días, celebradas con abundante comida y bebida en honor al dios de la semilla y del vino, Saturno. Los días centrales de la semana festiva, entre el 21 y el 25 de diciembre, eran los fastos mayores, las fiestas del Dies Natalis Solis Invicti (Días de Nacimiento del Invencible Dios Sol).

Aunque en ninguna parte de la Biblia se cita la fecha exacta del nacimiento de Jesús, la fiesta de Navidad fue decretada por el papa Liberio 354 años después del nacimiento de Cristo, cuando el emperador Constantino permitió el cristianismo en el Imperio romano, porque fijándola en las viejas Saturnalias no se distorsionaba el calendario a que estaba acostumbrada la administración imperial ni se cambiaban las fechas de los grandes fastos romanos. ¿Se imaginan ustedes qué pasaría si alguien decidiera cambiar los Sanfermines a septiembre? Pues eso.

La natividad del dios cristiano debía coincidir necesariamente con las fiestas del Sol Invicto, alrededor del solsticio de invierno. Dicho y hecho: aferrándose a una tradición judía que establecía que todos los profetas nacían y morían el mismo día, los primeros cristianos que creían a pies juntillas que Jesús murió exactamente un 25 de marzo, fijaron el 25 de diciembre, el último de los fastos paganos, como el de su nacimiento. Cristo pasó a ser el verdadero Sol Invicto. Tan prendidos estaban de la equivalencia solar, que abandonando el tradicional sabbath judío, el nuevo día de descanso para los cristianos sería el siguiente al sabath; le llamaron Dies Solis, el Día del Sol, denominación que se ha conservado en el Sunday anglosajón.

En el concilio de Nicea se estableció la fecha de la Pascua, que en las primeras comunidades cristianas se hacía coincidir con la Pascua hebrea. Fijar bien esta fecha en el calendario romano oficial, el juliano, era una cuestión capital porque en ese punto el Nuevo Testamento era muy explícito: Jesús acudió a Jerusalén para celebrar la Pésaj o Pascua judía, y es en esas fechas cuando transcurre su pasión, muerte y resurrección. Esta última tuvo lugar el «día siguiente al sabbath de la Pésaj». Aunque la Pésaj conmemora supuestamente los siete días de la huida de Egipto, en realidad corresponde a una fiesta varias veces milenaria en la que todas las culturas mediterráneas celebraban el equinoccio de primavera (20-21 de marzo), haciéndola coincidir alrededor de la primera luna llena posterior a dicho equinoccio. Eso fue precisamente lo que se decidió en Nicea: el domingo de Resurrección sería el primer domingo posterior a la primera luna llena que siguiera al equinoccio primaveral. Para marcar diferencias con los judíos, se estableció también que los años en que el domingo de Resurrección coincidiera con la Pésaj, aquel se debía trasladar al siguiente domingo del calendario.

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Usando el algoritmo Computus, desarrollado en el siglo XIX por el matemático alemán Gauss, se delimitan con relativa facilidad las fechas posibles para fijar el domingo de Resurrección, que puede caer entre dos extremos: el 22 de marzo y el 25 de abril. El más temprano de los posibles sería el 22 de marzo (en 2016 nos aproximamos mucho: fue el 27 de ese mes), y ocurriría cuando el 21 fuera sábado con plenilunio. Inversamente, si el plenilunio fuera el 20 de marzo, como el equinoccio está litúrgicamente fijado el día siguiente, habría que esperar un ciclo lunar completo y la primera luna llena de primavera sería 29 días después, el 18 de abril. Si este día fuera domingo, la fecha tendría que desplazarse una semana entera para que no coincidiera con la Pascua judía, de modo que el domingo de Resurrección sería el más tardío de los posibles: el 25 de abril. En 2011 cayó en 24, pero a efectos de las vacaciones escolares dio exactamente lo mismo: ese trimestre fue el más largo de la historia y, de seguir aferrados al calendario litúrgico, lo será también en el futuro.

Como el domingo de Resurrección es la piedra angular del calendario litúrgico, las demás celebraciones lo toman como referencia: Cuarenta días antes es el miércoles de Ceniza, fecha de comienzo de la Cuaresma. Días después del domingo de Resurrección vienen la Ascensión (40 días después), Pentecostés (50 días), y Corpus Christi (jueves siguiente a Pentecostés).

Para los amigos de programar sus vacaciones, con el Computus y calendario lunar en mano, les dejo las fechas de domingos de Resurrección para el próximo quinquenio: 2018 (abril, 1), 2019 (abril, 21), 2020 (abril, 12), 2021 (abril, 4), 2022 (abril, 17). Como pueden comprobar, en 2019 se producirá el segundo trimestre más largo de la historia, y el de este año pasará al tercer cajón del podio. Que ustedes lo vean.

(*) Manuel Peinado Lorca, biólogo, es catedrático de la Universidad de Alcalá