la Luna del Henares: 24 horas de información

Son las 12. Las 12 en Canarias / Por Víctor Alonso

‘De lo seguro e improbable’

«Cuando la estafa es enorme, ya toma un nombre decente».

(López de Ayala)

Sí, sí, ha leído bien. Imagine que ocurre así. Pone usted la radio y al sonar las señales horarias, la hora de Canarias resulta ser la misma que la de la península. O al revés. Es la península la que adopta el huso horario de las islas y por fin no hace falta decir nunca más esa cantinela que todos conocemos. Son las doce en punto. Punto. En este segundo caso España al completo tendría la misma hora que países de su entorno como el Reino Unido y Portugal. ¿No ha oído hablar de la posibilidad real de que se produzca este cambio? Pues puede llegar a ocurrir. Y es de ese cambio en sí, de sus consecuencias y no de qué lo motiva, de lo que le voy a hablar. Si me pregunta, ya le anticipo que me declaro firme defensor de adoptar esta medida.

Si me ha leído en entregas anteriores de este “de lo seguro y lo improbable”, quizá esté pensando en cómo voy a hilvanar este comienzo con las pensiones, la jubilación y el ahorro, que es de lo que aquí acostumbro a hablar. Pues cruzaría una apuesta con usted, y no sería la primera, porque lo voy a terminar haciendo.

¿Qué consecuencias traería este cambio? Ahí van algunas. Por lo pronto tendríamos una hora menos que Francia, Italia o Alemania, y desde ya anochecería una hora antes.

Lógicamente amanecería también antes. Empezaríamos a trabajar a la misma hora que siempre, pero con más luz solar y menos sensación de estar robando horas al sueño por tener que salir a la calle casi o totalmente de noche y con las farolas aún encendidas. En verano, se dejaría de dar ese disparate de mandar a los niños a la cama de día, aun siendo más de las diez de la noche, teniendo que bajarles las persianas para conseguir oscuridad. Y eso que en la calle puede haber a esa hora más de 25 grados.

24Seguiríamos, pero dejémoslo ahí y planteémonos ese escenario como una realidad. Se ha retrasado la hora, y eso nos da pie a producir cambios en nuestros hábitos que modifican lenta pero progresivamente nuestra vida tal y como la conocemos hasta ahora. La vida de un español medio, en edad de trabajar y con la suerte de hacerlo, se encuentra mediatizada por unos horarios laborales que apenas le hacen posible el desarrollo de otras actividades de forma natural y lógica durante un día de trabajo. La franja horaria de siete de la mañana a siete de la tarde está prácticamente copada por el trabajo, el transporte de ida y venida al mismo y la hora del almuerzo. Trabajamos muchas horas, tardamos mucho en comer, hacemos la compra a la hora de la cena y dormimos poco porque el programa que nos gusta acaba a la una de la mañana… ¿Realmente esto no se puede cambiar? ¿O son hábitos tan interiorizados y arraigados como lo fue la siesta? Y eso de comer un sándwich a las doce y salir a las cinco de la oficina ¿Es del todo imposible en España? Y el telediario ¿No podría comenzar a las ocho? ¿Y el prime time a las nueve? ¿Impensable? Recuerde dos hechos recientes de nuestra historia como son la entrada del euro y, sobre todo, la prohibición de fumar en los bares. Cuantas reticencias y temores y ahora nadie recuerda apenas cómo eran las cosas antes de esas dos pequeñas revoluciones. Pues bien, un arranque, un comienzo, una espoleta, sería ese cambio de huso horario para iniciar el tránsito hacia una manera de vivir que consensuara de forma lógica y armoniosa el trabajo, el ocio y el descanso. ¿Y porque este afán en cambiar las cosas? Poca gente discute ya la mejora que ha supuesto prohibir fumar en lugares públicos. Las ventajas son obvias. Teníamos un objetivo y lo hemos visto cumplirse. Pero ¿Qué se propone ahora? El objetivo es obvio también: conciliar las vidas familiar y laboral.

Propongámonos la racionalización de los horarios, el facilitar que el desarrollo y crecimiento de una familia media sea sencillo y natural, sin renuncias ni esfuerzos inverosímiles. Niños que desayunen y cenen con sus padres, que sean acompañados por uno de sus progenitores a la salida y la vuelta del colegio, y que perciban como sus mayores tienen tiempo para ellos sin estar estresados ni renunciando radicalmente a tener un espacio para ellos mismos, que solo encuentran ahora robándole horas al sueño y al descanso. Y acuérdese de los abuelos. Ellos también van a agradecer un relevo real que no termina de llegar.

De siempre, crear una familia, tener descendencia, criar unos hijos, ha sido y es un gran sacrificio. Implica la renuncia en muchos casos a aspectos de la vida personal, a actividades de ocio que desembocarían en la autoconstrucción de cada individuo, o en muchos casos supone desistir de la promoción profesional. Las personas que adoptan la determinación de tener un hijo, lejos de recibir ayuda de la sociedad, son por el contrario tratadas por su entorno como seres originales, caprichosos, aventureros, inconscientes o locos. O todo a la vez. Y si ya se trata de más de uno, esa consideración pasa a ser exponencial. Y todo ello en un entorno social que nos trasmite permanentemente que el crecimiento personal se basa en la acumulación sistemática de experiencias de todo tipo, muchas de las cuales implican el desembolso de dinero, a veces mucho, y requieren de tiempo y medios. No quiero convertir este artículo en una proclama a favor de la paternidad y del hecho en sí, ni tampoco en un panfleto y menos en una moralina. Quien tome libremente la determinación de no ser padre debe ser absolutamente respetado, faltaría más. Pero de igual modo, quien así lo quiera, debe poder dar el paso y sentir la gratitud y apoyo incondicional de la sociedad en forma de facilidades y ayudas, dado que es a la sociedad a quien se le aporta un bien de enorme valor. De ningún modo deben sentir estas personas el sentimiento dual de estar emprendiendo un proyecto pleno de satisfacciones, pero que por contra le supondrá un sinfín de renuncias y dificultades.

Estas semanas atrás se oye insistentemente en los medios de comunicación afirmaciones como que las pensiones no han subido nada, o casi, en el último año; que la edad de jubilación tendrá que seguir alejándose más y más, rumbo a los setenta años; que hace falta generar más empleo; que se necesitan al menos tres o cuatro cotizantes por jubilado para poder mantener el sistema… ¿Lo ha oído verdad? Y por el contrario, nos encontramos con que crece el número de familias donde una persona de más de sesenta años no se puede jubilar porque su salario es el único que entra en una casa con dos hijos en edad de trabajar y en paro.

No hago más que plantearme el cómo y el cuándo de una escena que doy ya por segura; y no falta mucho para ello. El sistema de pensiones se colapsará y no se hablará de otra cosa en las noticias –bueno sí, del medioambiente también se hablará, mucho— y nuestros hijos nos preguntarán como se ha llegado a eso. Por qué, sabiendo como sabíamos que iba a ocurrir, nadie hizo nada por evitarlo. 23Nada. Dejamos que un modelo solidario, como es el sistema de pensiones español (los que ahora trabajan pagan las pensiones de los que ya trabajaron) caminara con paso firme y sin obstáculo ninguno hacia el envejecimiento de la población. Permanecimos impasibles ante hechos tan poco sujetos a la interpretación como el que cada vez eran más las parejas que decidían no tener ningún hijo, o uno a lo sumo. O no lo decidían, cuando por fin podían planteárselo simplemente se les había hecho tarde. O que se convirtió en realidad la amenaza de que cada año eran más las personas que morían que las que nacían. Y no se hizo nada. No se procuró invertir la tendencia de una manera contundente y eficaz. No se protegió sobremanera a las familias para potenciar e incrementar la natalidad. No se protegió a la infancia. No se pensó en hacer atractivo y estimulante el hecho de aportar a la sociedad nuevos individuos que, una vez cumplida su formación y educación, trabajarán y pagarán las pensiones de los jubilados. De todos los jubilados. Los que tuvieron hijos y los que no. Pues no. No se hizo nada.

Aceptémoslo. Necesitamos ser más y además rejuvenecer a la población. No hay otra forma de hacer que el sistema que conocemos no quede obsoleto. Es solo cuestión de tiempo que quiebre y deje de funcionar, por mucho derecho adquirido que creamos tener a cobrar una pensión. No será la panacea ni la solución a todos los problemas lo que aquí se expone dado que son muchas otras las amenazas que planean en el horizonte, pero sí constituirá un comienzo, un primer paso lógico, consecuente y eficaz para contribuir a revertir la situación.

Víctor Alonso Ramos, asesor independiente especialista en ahorro, inversión y seguros personales.

victoralora@gmail.com   @victoralora73