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Saliendo del armario / Por Anabel Poveda

Hoy, jueves 4 de mayo de 2017, con 40 años recién cumplidos, y en pleno uso de mis facultades, abandono el glamour, el halo de magia y dejo de ser una diosa para hacerme humana, como Chenoa, y os confieso con una mano tapándome la cara que he sufrido mi primera proctalgia severa… Dicho así suena hasta exótico pero no lo es tanto cuando abandonas el lenguaje médico y lo cambias por la temida palabra hemorroide, o la espantosa y prohibida de ahora en adelante almorrana.

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Yo, ilusa de mí, creía que este problema que, como bien dicen los anuncios, se sufre en silencio, era cosa de abuelos y madres recientes, pero la putada máxima, porque no tiene otro nombre, ha decidido visitarme para reventarme el puente, y el… humor.

Si decido confesar lo inconfesable es porque me he dado cuenta de que es un problema tan íntimo y en una zona tan delicada, que nadie lo comparte, pero muchos lo padecen. Según Paloma, mi alumna médico, a la que tengo frita a consultas, es muy probable que el 50% de la población se sienta identificada con mi penitencia. Ella lo sabe bien que está más que acostumbrada a ver el problemita de marras.

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Ni los médicos ni yo sabemos muy bien a cuento de qué ha venido esta jodienda pero lo que está claro es que me ha tenido tumbada, a lo Maja de Goya, seis días con sus seis noches. Adiós cena sorpresa del viernes, chao curso de cocina tailandesa el sábado, hasta nunca quedada con amigo de fuera el domingo y suma y sigue… Puente al carajo culipocha.

El temita es peliagudo porque cuando empiezas a notar que las cosas por la retaguardia no marchan bien, te lees los 100.000 remedios caseros de Google intentando evitar el momento médico. Pero como no te termina de cuadrar meterte un supositorio de patata por Detroit, y la crema oficial que sale en la tele no te hace na de na, al final sucumbes a la evidencia y a ese dolor punzante, intenso y persistente que te crispa los nervios y decides ir a urgencias. A mí me atendió un cirujano que no aparentaba más de veinte años (imposible del todo por años de estudio), que muy amablemente me dijo: «se baja los pantalones, se sube a la camilla, se pone de rodillas y apoya los codos». Excusa decir que en esa postura pierdes un poco la dignidad y lo que viene después es incómodo, doloroso y te la hace perder del todo… Ejem… muy bonito todo.

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El pipiolo se quedó solo recetándome 400 consejos, 350 pastillas, cremas, baños y un folio de pautas que, espero, se lleven esta pesadilla forever and ever.

Me consuela saber que amigos y familiares que no pensaba compartían dolor han empezado a salir del armario hemorroidal al conocer mi sufrimiento.
Qué bonita la solidaridad en la salud y en la enfermedad… No espero que confeséis públicamente porque no todo el mundo es tan boca buzón como yo, pero me podéis mandar apoyo, mimos y palmaditas en la espalda por privado con vuestras experiencias traumáticas. Lo agradeceré en el alma y me sentiré un poco menos sola en esta travesía por el desierto.

Hay que darle visibilidad (¡no literal, ojo!) a este problema y compartirlo que ya se sabe, «mal de muchos, consuelo de tontos».