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Melchor Rodríguez, “El ángel rojo” en el recuerdo / por Vicente Alberto Serrano

Melchor Rodríguez, “El ángel rojo” en el recuerdo / por Vicente Alberto Serrano

En 2009, la editorial cordobesa Almuzara publicó El ángel rojo. Se trataba de una exhaustiva y documentada biografía escrita por el periodista segoviano Alfonso Domingo Álvaro. Enriquecida, –como suele ser norma de aquel sello editor– con un extenso subtítulo en cubierta: “La historia de Melchor Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano”. Una década antes –1998– ya habíamos tenido conocimiento de la existencia de Melchor Rodríguez García a través de las páginas de Madrid en Guerra. La ciudad clandestina 1936-1939 (Alianza Ed.), riguroso estudio donde Javier Cervera describe como el 10 de noviembre de 1936, éste militante de la CNT, sabiendo con certeza que se están asesinando masivamente a los presos en Paracuellos y Torrejón de Ardoz, se pone al frente de la Dirección de Prisiones en Madrid. Sin ser oficialmente el titular ya que aquel, Juan A. Carnicero Giménez, había huido a Valencia, aunque seguía ostentando el cargo. Una orden ministerial le nombra inspector general de Prisiones, publicada en el Diario Oficial, pero ese mismo día Melchor presenta la dimisión, porque había sido informado que se continuaban produciendo masivas sacas de presos. Hasta el 4 de diciembre no vuelve a responsabilizarse de las cárceles de Madrid. Cuando se le nombra oficialmente Delegado de Prisiones, acaban definitivamente las expediciones hacia la muerte.

En la alcalaína calle de Santo Tomás

El primer capítulo del libro de Alfonso Domingo, titulado “La vida empieza en Alcalá” posee un ritmo vertiginoso, cinematográfico y visual en el que el autor no puede negar su condición de director de documentales. El ocho de diciembre de 1936, alrededor de las tres de la tarde, Melchor Rodríguez, delegado especial de Prisiones, se ve obligado junto a sus acompañantes a abandonar el Ford negro en el que viajaban y a refugiarse bajo los arcos del puente de San Fernando ante una batida de la aviación rebelde que se dirige hacia Alcalá de Henares. El estruendo del bombardeo sobre la ciudad le hace temer los peores augurios. Su viaje a la cárcel de Alcalá tenía como finalidad controlar  la llegada de los detenidos por el asalto a la embajada de Finlandia. El paso de la aviación fascista ha dejado en las calles de la ciudad un balance de al menos siete muertos y más de cincuenta heridos. En la prisión permanecen hacinados 1532 reclusos en su mayoría procedentes de la evacuación de la cárcel Modelo de Madrid. Una turba incontrolada pretende tomarse la revancha. A las cuatro de la tarde el motín, procedente del callejón de la Hostería alcanza la prisión y algunos jóvenes consiguen penetrar en el recinto penitenciario forzando el primer rastrillo. El director de la cárcel, junto al jefe de servicio y algunos funcionarios, hacen frente a esa masa incontrolada para evitar  que asalten el segundo rastrillo. Tan sólo una débil reja los separa del patio de las galerías. Melchor Rodríguez llega hasta la calle Santo Tomás y a cuerpo limpio se abre paso entre la turba para alcanzar el despacho donde resiste el director Fernández Moreno. Es tajante en sus órdenes: «¡Que nadie abandone sus puestos! ¡Los presos, encerrados en la galería, y los funcionarios en sus sitios, prestos a defenderse!». Entre la multitud se escapan voces acusatorias: «¡Los que protegen a los fascistas son tan fascistas como ellos!» La cárcel acoge entre sus muros a los supervivientes de las matanzas de Paracuellos y Torrejón, destacados miembros de falange como Raimundo Fernández Cuesta, militares como Agustín Muñoz Grandes, periodistas como Cayetano Luca de Tena, el futbolista Ricardo Zamora, el torero Nicanor Villalta, el doctor Gómez Ulla o el locutor de origen chileno, Bobby Deglané. «¡Antes de asesinarlos a ellos me tendréis que matar a mí! ¿No queréis todos matar fascistas? ¡Pues entonces id al frente, que está muy cerca! ¡Yo voy con vosotros! ¿Ah, eso no os agrada? ¡Pues aquí no entráis mientras me quede un soplo de vida!». Éste sería, más o menos, el torpe resumen del primer capítulo del libro.

Un conjunto penitenciario

En 1936 el conjunto penitenciario de Alcalá estaba compuesto por dos bloques de edificios separados por el tramo final de la calle Carmen Descalzo, que posteriormente –seguro que por motivos de seguridad– fue taponaba con la edificación de un cuartelillo de la Guardia Civil donde pernoctaban los números que tenían servicio de garitas ese día; ocultando la fachada de la iglesia donde más tarde –derruido el cuartel– se ha establecido el teatro de La Galera.  En aquellos años, al conjunto se le conocía popularmente como “la cárcel”. La denominaba Escuela de Reforma, más tarde pasaría a llamarse Talleres Penitenciarios y hoy se ha convertido en Parador de Turismo. El otro edificio,  “La Galera” se había destinado a Casa de Trabajo, con un rótulo que afortunadamente desapareció cuando se reconvirtió en Prisión de Mujeres. Digo afortunadamente porque en él se podía leer: “Un mundo aparte. Vagos y maleantes”, y es que tras sus muros viví mi adolescencia en la década de los sesenta.

Lugar para un homenaje

En estos días Alcalá quiere rendir un merecido homenaje al “Ángel rojo”, pero el Cronista Oficial de la Ciudad difiere –con buen criterio– sobre la ubicación de la placa conmemorativa. Al tiempo un historiador local se reafirma en la idoneidad del lugar escogido, basándose en testimonios de acusados en Consejos de guerra que hablan de una Ciudad-Casa de Trabajo (sic) donde estaban detenidos cerca de tres mil presos de derechas (sic) y también basándose en la imagen que aparece en el documental de Alfonso Domingo: la fachada actual de la Prisión de Mujeres en dramática ruina. Por supuesto mucho más fotogénica que la hoy cegada ventana del despacho del director en el esquinazo del comienzo de la calle Santo Tomás donde transcurrieron los hechos de aquel 8 de diciembre de 1936. La puerta de entrada a la antigua prisión ha desaparecido. He consultado en estos días con alguien que ejerció de Jefe de Servicio en Talleres durante la década de los setenta y posteriormente ocupó un alto cargo en Instituciones Penitenciarias. Él me ha explicado detenidamente la disposición de los rastrillos tras la entrada principal de la cárcel en el número 1 de la calle Santo Tomás. Se ajustan exactamente a como los describe el autor del libro y yo los guardaba en mi memoria.

No desaprovechar el lugar

Como ya está preparada la estructura para la colocación de la placa en el esquinazo de lo que es hoy el Teatro La Galera. Al tratar de trasladar el recuerdo a Melchor Rodríguez en el lugar adecuado y así homenajear al hombre que logró salvar la vida de 1532 reclusos de una ideología contraria a la suya, soy partidario de aprovechar este espacio equivocado para erigir otra lápida frente al lugar exacto donde el 1 de agosto de 1974 perdieron la vida trece presos comunes, calcinados en el taller de carpintería de la Prisión, sin posibilidad de lograr fugarse de la muerte.