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Libertad condicional sin fianza / Por Antonio Campuzano

“Libertad condicional sin fianza”, “visto para sentencia”, “in dubio pro reo”, “señoría, no hay más preguntas”, todos estos latiguillos pertenecen al coloquialismo más socorrido y habitual entre españoles cuya familiaridad con el lenguaje jurídico empieza a sustituir a otras expresiones más nutridas de costumbrismo y de andanzas por casa. Pero ahora la de libertad condicional sin fianza cobra fuerza como revulsivo social para fortalecer el nervio ciudadano que cobra especial relevancia cuando se siente herido en su profundidad humana.

Los programas de contenido y escaparate real que acuden a los ojos que se prestan a la televisión despiertan las comparativas ante situaciones judiciales. Y lanzan situaciones inverosímiles que, al calor de las similitudes del ciudadano de justicia simple y justeza económica, no puede aceptar escenario de compañía lo que le sucede a un ladrón de 200 euros tras su sentencia condenatoria si se pone en paridad con lo acontecido y dictado por la Audiencia Provincial de Palma a propósito de Urdangarín, también sentenciado tras una peripecia invasiva de varios años con horizontes envueltos en papel de regalo con motivos monárquicos y descendientes rubios que crecen en medio de yates y colegios de mucho pago.

Lloran y penan las familias Urdangarín y Borbón con los mismos procesos físicos y neuronales que los que vienen de la necesidad y la negrura. Pero como dice el noruego Karl Ove Knausgârd, en “Un hombre enamorado”, tirando de Cioran. Dice éste: “Comparado con Beckett, yo soy una puta”.

Ninguna otra expresión asimilable a ésta puede ser elegida como mejor. Un señor que ha utilizado con inigualable habilidad su pertenencia a tan excelente club para facturar, ingresar y vivir estupendamente, siempre deja un rastro, una huella, por minúscula que sea, para que alguien tire del hilo hasta desenredar una enorme madeja. Pero cuando las expectativas están dispuestas a digerir la bola en forma de sentencia con todos los jugos gástricos en funcionamiento ha llegado el auto de la libertad condicional y, según las últimas estadísticas, se han dado de alta en una mañana, la del 23 de febrero, encima con coincidencia histórica, más un millón de republicanos de nuevo cuño. Con todas sus esperanzas puestas en algo que no se llame Monarquía.

Quizá con oficio, quizá con beneficio, aunque no sea el penal, el cuñado del Rey de España, perfectamente uniformado para vida de despacho se desliza por el empedrado de las calles de Ginebra en una bicicleta a la que es difícil alcanzar. Serio, casi maquillado por la cosmética de lo inaudito. Camino de dónde. Camino del juzgado más próximo a su residencia porque es día uno de cada mes. Alguna otra vez acude a las mismas dependencias para pedir un permiso para esquiar, que no se puede abandonar el cuerpo.