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La relación PSOE – Podemos / Por Antonio Campuzano

Si la historia es una materia sobre la que hay que aceptar su veredicto, mucho más tajante que una sentencia judicial, hay que estar a sus preceptos. «El único juez verdadero y auténtico es la Historia», así se manifestó María Antonieta en su juicio final, según lo atestigua literariamente Stefan Zweig. Así es que como materia histórica irrebatible que los partidos de izquierda, en España, siempre han dado lugar a disquisiciones y desencuentros sobre los que hay mucho que hablar salvo que la distancia y la diferencia es una categoría al margen de toda discusión.

De ello siempre se ha producido un beneficiario, no otro que la representación conservadora, siempre agitando las grietas de la izquierda, aunque su participación resulta prescindible porque las peleas entre sus iguales ya es suficiente. Dos estandartes se valen de los dos partidos que representan a la izquierda en este momento en nuestro país: el Partido Socialista y la formación Podemos.

Estos últimos devienen en depositarios de la legitimidad de la oposición al PP porque así lo definen muchos electores y alguna parte de la opinión pública. Pero sobre todos, quienes manejan esa invicta afirmación está el propio Pablo Iglesias y afines. Con una no despreciable añadidura: las dos últimas elecciones en las que ha participado Podemos se han saldado con resultados inferiores a su par de la izquierda, Psoe. Es decir, que la realidad se obstina en llevar la contraria al partido emergente.

Siempre hizo ostentación Podemos de su leit motiv principal, el desalojo del PP del poder, oprobio de las clases desfavorecidas y solemnemente alejadas de la sociedad del bienestar. Si bien es cierto que la única posibilidad de hacer efectivo aquel deseado desalojo se produjo en marzo de 2016, cuando Podemos rechazó un gobierno entre Psoe y Ciudadanos, sobre el que no quiso ejercer ninguna bendición ni por activa ni por pasiva.

Desde entonces a estos días, el Psoe ha vivido particulares jornadas de tránsito vital más que importantes hasta dar con la fórmula de la que se hablaba hace dos años, la que pasa por Pedro Sánchez como valedor insustituible de las siglas del partido. Pero Sánchez ha remontado todas las corrientes imaginables y la legitimidad es un valor que no le es ajeno.

Entre tanto, Pablo Iglesias ha hecho lo propio con las elecciones dentro de su partido, si bien es cierto que la figura de su oponente, Íñigo Errejón, conserva mucha más lozanía que la lozana imagen de Susana Díaz. Otra cosa distinta es la alegría electoral que se suponía de la alianza con Izquierda Unida, cuyo exponente, Alberto Garzón, se encuentra, tras zaherir a Pedro Sánchez hace un año con piruetas injustificables, en una situación insoportable que, de no ser por la munificencia de Iglesias, podría condenar a Izquierda Unida muy fuera de las coordenadas de atención política mundial, nacional, regional y medio regional.

Tanto en Psoe como en Podemos empiezan a manejar esa posibilidad como benefactora para el conjunto de la población. Pero se espera algo de Sánchez que mejore la imagen de la tarima de los ponentes públicos, algo que ponga en mejor situación a los socialistas que el papel ornamental comprado por Javier Fernández y la Gestora de segura diversión para las gentes de la derecha en España.

De ser ello posible, pasaría por un acuerdo con Podemos rebajado de tal modo que pudiera ser digerido por Ciudadanos y con la mirada de soslayo de nacionalistas. Naturalmente que esa posibilidad sería tildada por el PP como un ejercicio de funambulismo que debería presidir la Asociación de Amigos del Circo, sección Acróbatas Anónimos. Sin que por ello la idea de futuro vea mermada su acepción. Sobre todo, cuando el presidente de Gobierno ha de prestar declaración en el segundo tribunal más importante de España, en breve.