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Idiotas digitales / Por Karim Shaker

Idiotas digitales / Por Karim Shaker

Karim Shaker(*)

La gente se asombra al comprobar que no uso whatsapp. Esto no es un malévolo plan para que mis amigos gasten su dinero cuando quieren comunicarse conmigo, sino parte de un experimento.

El experimento en cuestión se me ocurrió cuando por un fallo mi iPhone se apagó misteriosamente dejándome sin teléfono unos días. Durante esos días empecé a experimentar sentimientos encontrados: primero pasé por una fase de pequeña ansiedad por la desconexión, pero muy pronto esa sensación fue remplazada por un sentimiento de libertad muy placentero, lo que me hizo plantearme ¿se puede usar la tecnología de otra manera? o, en una forma más extrema ¿podemos resistirnos a participar en modelos tecnológicos a los que nos vemos empujados continuamente, sin convertirnos en unos marginados?

El impacto de las redes digitales es enorme porque adultera la forma en la que nos relacionamos. Este es uno de los rasgos que nos hacen humanos y una de las cosas que más felicidad y placer nos provoca. Nos encantan las personas. Por ello esta tecnología no deja de buscar el alto contacto humano, aunque como en toda búsqueda, muchas veces nos equivocamos. La tecnología es lo que nosotros hacemos de ella, sí, pero sin educación y bajo la exposición ininterrumpida a modelos creados por las corporaciones, es fácil perderse.

Las nuevas tecnologías y los más pequeños

Los niños de hoy, nativos digitales, son ajenos a la repercusión de la información que suben diariamente a las redes.

El uso que hagamos de estas tecnologías hoy será decisivo para crear un modelo alternativo sostenible de integración entre el mundo más íntimo y humano y el mundo rápido y complejo de lo digital. Para que un elemento transformador de la sociedad, como lo son las redes, cree un cambio positivo y sostenible, su uso debe atender a satisfacer nuestras necesidades más inmediatas sin descuidar las necesidades últimas. Estas necesidades últimas no cambian caprichosamente con la tendencia, como las inmediatas, de hecho no las pensamos ni deseamos conscientemente, sino que forman parte de nosotros en un sentido antropológico; la necesidad de sentirnos queridos, de seguridad, de pertenencia a un grupo o la necesidad de contacto con otros semejantes.

¿Podemos resistirnos a participar en modelos tecnológicos a los que nos vemos empujados continuamente, sin convertirnos en unos marginados?

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Gurús y macrotendencias conviven en el actual modelo de redes digitales.

Uno de los peligros que entraña esta nueva era de placebos digitales es el intercambio salvaje de cantidad por calidad. Pertenecer a cuarenta grupos de Whatsapp, estar en Facebook perennes y compartir en Istagram veinte fotos nos crea la ilusión de estar en el epicentro de las relaciones sociales de nuestro entorno. Creemos estar más conectados que nunca, cuando lo que realmente está ocurriendo es que estamos intercambiando mucha cantidad de comunicaciones de baja calidad (muchas veces unidireccional, existen las interferencias y el exceso de información no relevante, no hay satisfacción en el flujo de la comunicación) en lugar de algunas comunicaciones de calidad (casi siempre bidireccionales, alto contacto humano, reducción del ruido, existe el  placer en el flujo de la comunicación). Es una cuestión de calidad en la experiencia.

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Algo parecido ha pasado con la forma en la que consumimos música. Decimos que el formato no importa, que sólo importa la música, pero eso no es exacto. El cambio de formato en la industria, la facilidad para almacenar la música gracias a tecnologías de compresión como el mp3 sumadas a la alta accesibilidad, han dado como resultado una disminución del valor que le atribuimos a la música con una consecuente disminución en la calidad de la experiencia de usuario; al no darle valor, el usuario no tiene ningún reparo en acceder a la música en soportes que disminuyen la calidad de la experiencia (escuchar la música en el móvil, altavoces de pc…). De nuevo tenemos en nuestras manos la responsabilidad de elegir como usuarios, enfrentarnos a modelos impuestos que favorecen el consumo rápido y la cantidad de las transacciones sin importar su calidad. Modelos excluyentes, que no permiten la convivencia con otros (como los de alta calidad de experiencia), ya que estos consumen más tiempo y esto es decididamente descalificado por los nuevos usuarios acostumbrados a una inmediatez cada vez más caníbal.

En esta entrevista, Jaron Lanier habla de las ideas de su nuevo libro «¿Quién controla el futuro?»

Esta corriente de pensamiento crítico hacia las nuevas tecnologías y en especial al mundo de las redes digitales ha encontrado su faro en las conclusiones de Jaron Lanier. Lanier es considerado por muchos el padre de la Realidad Virtual y una de las mentes más influyentes de la década. Desde su obra “Contra el rebaño digital: Un Manifiesto (Editorial Debate, 2010)” atacaba la mentalidad gregaria típica de la web 2.0 y sus modelos pseudo-colectivos. En Septiembre de este año se ha publicado en España su último libro “¿Quién Controla el Futuro? (Debate, 2014)”, en él nos advierte sobre la acumulación de grandes riquezas y poder en torno a los grandes servidores sirena como Facebook o Google que, con la promesa de lo gratuito, como cantos de sirena, nos atrapan en sus redes para alimentarse de información con la que luego trafican en un mercado al margen del usuario. Según Lanier, esto acentúa las desigualdades, reduciendo la clase media y destruyendo empleos de forma masiva. Basándose en los orígenes de las redes digitales propone un cambio que integre este avance con un modelo de repartición de beneficio que desmonte las acumulaciones masivas de dinero y poder que irremediablemente cambian el carácter colectivo y democrático de la propia red.

Como ha sucedido a lo largo de la historia con las revoluciones, pasará un tiempo hasta que nos adaptemos al nuevo medio, pero la responsabilidad de esa adaptación es de cada uno. Si esperamos que el sentido común nos sea transmitido por el nuevo corporativismo filantrópico de Google o Apple vamos listos. Digitales sí, pero no idiotas.

(*) Karim Shaker  vía walskium magazine