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Francisco Antón, el otro centenario / Por Vicente Alberto Serrano

Francisco Antón, el otro centenario / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

Pocos meses antes de cumplir 50 años el escritor Enrique Vila-Matas confesaba el odio inmenso que sentía por los números redondos: «No los puedo soportar. Me irrita de ellos, sobre todo, su injustificado y absurdo prestigio. No veo por qué el número 100 tiene más relevancia que el 101, por ejemplo». Es probable que ésta fuese la causa por la que el domingo 3 de septiembre de 1995 inició una columna semanal en el ‘Diario 16’, en la que celebraba los 99 años que al día siguiente hubiese cumplido Antonin Artaud. Siete días más tarde evocaba en las mismas páginas el 87 aniversario del nacimiento de Cesare Pavese. Y así sucesivamente, semana tras semana, fue recordando a Joseph Roth, Graham Green, Pedro Salinas, Conrad, Flaubert… en sus respectivas fiestas de no centenarios. Pretendía alcanzar las 52 semanas, un año completo; pero la crisis y el cierre definitivo del periódico dejó estancado su proyecto hasta que en 1997 retomó la nómina de autores para completarla con Robert Walser, Gómez de la Serna y Borges, construyendo de este modo un libro que con el título ˝Para acabar con los números redondos” sería publicado por Pre-Textos pocos meses después.

La carga de un santoral laico

Evocar ese delicioso libro se hace imprescindible en este año en que los números redondos nos salen por las orejas. Centenarios de nacimientos y muertes se acumulan en un santoral laico  que políticos iletrados –mal aconsejados por oportunistas tampoco muy leídos– aún no saben cómo atajar del todo. El Día del Libro ha coincidido con un soberbio número redondo: 400 años de la muerte del Inca Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes y William Shakespeare. También, a lo largo de todo el 2016 habrá que añadir los 100 años del nacimiento de Blas de Otero, Camilo José Cela, Antonio Buero Vallejo, Juan Eduardo Cirlot, Mercedes Salisachs, Peter Weiss, el torero Mario Cabré o los actores Glenn Ford y Kirk Douglas, aquel inolvidable Espartaco al que aún le sobrevive el centenario hoyuelo de la barbilla. Sin embargo todavía no alcanzo a apreciar largas colas a las puertas de las librerías ni ante las taquillas de los cines de reestreno, que ya ni siquiera existen. Tan sólo percibo aún el espeso y desagradable tufo de las chistorras del pasado octubre. La letra con grasa no entra, sino que resbala, se expande y se pierde.

Cómo acabar con los números redondos

En aquellas tan lejanas tardes de 1984, cuando nos reuníamos de vez en cuando en el bar Santa Ana de la calle Postigo, me hubiese gustado poder compartir con Francisco Antón el por entonces inexistente libro de Vila-Matas. Desde 1947, en las páginas de ‘Alcalá’, ‘Nuevo Alcalá’, ‘Llanura’, ‘Puerta de Madrid’ y posteriormente recogido y admirado por los jóvenes periodistas del ‘Diario de Alcalá’, Francisco Antón ejerció con sobria pedagogía, pulcritud y maestría el arte de acabar con los números redondos, cuando –sin mirar el calendario– trataba de compartir sus autores favoritos con improbables lectores. Tuvo el valor, en años difíciles de silencios, mordazas y represiones, recomendar la lectura de Alberti, Miguel Hernández, Antonio Machado, José Bergamín, Gil-Albert, Ramón J. Sender… hasta que en 1985 logró ser galardonado en su ciudad adoptiva con el Premio de Periodismo por una breve pero clarificadora biografía: “Manuel Azaña, ese desconocido” (Ed. Puerta de Madrid). A sus pocos, pero incondicionales seguidores, nos descubrió la luminosa prosa de Gabriel Miró, la belleza paisajística de los textos de Félix Urabayen o la maestría en el saber viajar y observar de Ciro Bayo, al que más tarde trataría de imitar, sin éxito, otro campanudo escritor. También supo transmitirnos su admiración por Azorín y cuando regresamos a los concisos textos del maestro de Monóvar, percibimos de inmediato que en la prosa de Francisco Antón, levantino de Novelda se aunaba la síntesis azoriniana con mironianos fogonazos de luz. Puede apreciarse en su única novela publicada, “La casa de los cuatro vientos” editada por él mismo (1957) en los Talleres Penitenciarios. Con el rigor tipográfico que le caracterizaba, admirativo prólogo de la poetisa María Alfaro y entrañable dedicatoria: «A Clemencia Miró en su cielo» hija del escritor alicantino, fallecida pocos meses antes. Una desoladora novela de iniciación cuya maestría narrativa nos dejó a la espera de otras experiencias narrativas que nunca llegaron.

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Francisco Antón (1916-2012). Foto de Luis A. Cabrera y cubiertas de dos de sus libros

Odia el delito y compadece al delincuente

Sobre la puerta del rastrillo de los Talleres Penitenciarios de Alcalá (Hoy Parador de Turismo), una lápida de piedra artificial recogía la frase de Concepción Arenal. Patético alarde de humor negro ejercido por los vencedores, que también consideraban delincuentes a los vencidos. Esos presos: desde el poeta José Hierro al escritor Francisco Antón, combatiente republicano en el frente de Torija. La ‘misericordia’ del Régimen permitió que Antón, una vez en libertad, y afincado definitivamente en Alcalá, quedara a cargo de las linotipias de la imprenta del penal. Trato de imaginarlo, con el rigor que le caracterizaba, corrigiendo las galeradas de ese periódico con título tan significativo: ‘Redención’, destinado a la población  reclusa. O adiestrando a los presos en el arte de maquetar un soneto con destino a una aventura lírica surgida entre rejas; la revista poética ‘Llanura’ el sueño de unos cuantos poetas alcalaínos (Julio Ganzo, José Chacón, Tomás Ramos, Luis de Blas…) que alcanzó 29 números conteniendo además en sus páginas desde poemas de Vicente Aleixandre hasta de José Miguel Ullán. En las páginas centrales del número 8 (Noviembre, 1962) descubrí por primera vez la voz de Antonio Machado gracias a un artículo de Francisco Antón dedicado al poeta, Soria y Leonor. La revista pereció al no lograr una ayuda de 500 pesetas mensuales por parte del Ayuntamiento local que se justificaba alegando que no eran buenos tiempos para la lírica.

Donde habite el olvido

Traicionando a Enrique Vila-Matas, he regresado a los números redondos porque se ha cumplido el centenario de Francisco Antón y una vez más he querido recordarle, enredado entre aquellos otros escritores que me descubrió. Hace algunos años la corporación municipal le dedicó una calle que, por ahora, no conduce a ningún sitio. El rótulo con su nombre marca el inicio de un desolado campo urbanizado, allí –como afirmaría Luis Cernuda–, donde habite el olvido.