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El príncipe Carlos y el milagro de San Diego / Por Bartolomé González

El príncipe Carlos y el milagro de San Diego / Por Bartolomé González

Cada 13 de noviembre celebramos la festividad de San Diego y, como marca la tradición, su cuerpo será expuesto en la Catedral-Magistral de Alcalá de Henares para ser venerado por los fieles. Ese día muchas personas, sobre todo alcalaínos, se acercan hasta el arca que contiene sus restos para pedir al santo toda suerte de favores. Y seguramente, en estos ya largos tiempos de crisis, entre las peticiones, en el primer lugar, estará un puesto de trabajo, pero seguidos a poca distancia, los temas relacionados con la salud ocuparán el segundo lugar. Precisamente por su fama de “milagrero sanador” fue canonizado fray Diego tras la sanación del primogénito de Felipe II, el príncipe don Carlos. Así nos cuenta la historia que sucedieron los acontecimientos:

La precaria salud del príncipe, que sufría de “cuartanas” periódicamente, recomendaba un cambio de aires. La intención de Felipe II era enviar a su hijo a algún lugar cercano al mar, Gibraltar, Málaga y Murcia estaban entre los destinos preferentes, pero la falta de dinero, enfermedad crónica de los soberanos españoles, hizo que la ciudad escogida fuera Alcalá de Henares. Gachard, estudioso de la figura del príncipe nos lo cuenta:

sandiego

“La ciudad de Alcalá, que dista seis o siete leguas de Madrid, se halla enclavada en el centro de una alegre llanura, regada por el Henares, cuyas orillas recrean los ojos con floridos jardines y alamedas sombreadas por copudos árboles. El cielo está casi siempre sereno, el aire es puro y la temperatura agradable, aunque algo fría en invierno.”[1]

Así, entre finales de octubre y primeros de noviembre de 1561 llega don Carlos a Alcalá, acompañado por su primo Alejandro Farnesio y su tío Juan de Austria, casi de la misma edad los tres. Las malas lenguas, que siempre las hubo, decían que el motivo de alejar a los tres adolescentes de la corte fue otro, la joven reina Isabel de Valois, que cumplía 15 años, se hacía mujer y el rey Felipe, celoso, puso tierra de por medio. El príncipe y Juan de Austria se alojaron en el Palacio Arzobispal.

El rey Felipe pensó que los tres jóvenes en Alcalá, además de disfrutar de un clima saludable, podrían adquirir una educación universitaria, aunque no compartirían las clases con el resto de alumnos de la universidad de Alcalá. Se le encomendó la tarea de preceptor a Honorato Juan. Al principio, todo fue bien, y el príncipe se tomó en serio sus estudios, pero pronto encontró otras formas de ocupar su tiempo. Una de sus distracciones favoritas, como nos cuenta Gachard, consistía en jugar con un pequeño elefante que le había regalado el rey de Portugal, al que había tomado tanto cariño que hacía se lo llevaran a su cuarto[2]. Tenía otras diversiones, alguna de ellas bastante singular. Cuentan que un día se presentó ante él un mercader indio para enseñarle una perla, ya desde joven mostraba gusto por las joyas, que valía tres mil escudos. Don Carlos la cogió y, quitándole con los dientes el oro en el que estaba engarzada, se la tragó, con la consiguiente desesperación del indio que tardó unos cuantos días en recuperarla.

El 19 de abril de 1562, puede ser debido a la diferente longitud de sus piernas, don Carlos, persiguiendo a una de las hijas del portero del palacio, posiblemente Mariana Garcetas, de la que se había encaprichado, tropezó cuando bajaba las escaleras, le falló un pie y cayó de cabeza golpeándose fuertemente contra una puerta e hiriéndose gravemente.

Le atendieron, primeramente, los doctores Vega y Olivares, médicos de cámara y el licenciado Dionisio Daza Chacón, cirujano del rey, que se encontraba en Alcalá. Además, cuando Felipe II se enteró de la noticia, envió rápidamente hacia Alcalá al doctor Juan Gutiérrez, su médico de cámara y protomédico general, acompañado de los doctores Portugués y Pedro de Torres. Le vendaron la cabeza, le administraron purgas y le extrajeron sangre, todo parecía ir bien, pero pasados diez días, como apunta Parker en su biografía de Felipe II, tal vez debido a la falta de esterilización del vendaje, la herida empezó a supurar y don Carlos desarrolló fiebre[3].

Arzobispal

El día 30, en el Palacio Arzobispal, se reunieron los médicos y cirujanos para valorar la situación y estudiar lo que convenía hacer. Todos estuvieron de acuerdo en que los síntomas parecían indicar una lesión de cráneo y posiblemente también otra en el cerebro. Informado Felipe II, se puso de camino hacía Alcalá, en compañía del cirujano Andreas Vesalius, el doctor Mena, otro de sus médicos de cámara, así como de sus dos principales ministros, el duque de Alba y el príncipe de Éboli. Vesalius propuso hacerle una trepanación para reducir la presión, pero Daza Chacón y los otros médicos no estuvieron de acuerdo y apostaron por recurrir a un curandero morisco, Pinterete, que por medio de ungüentos, uno blanco de efecto repercusivo y otro negro de efecto cáustico, realizaba curas maravillosas.

Las iglesias se llenaron de fieles que pedían a Dios, con fervor, la curación del príncipe

La fiebre y el dolor de cabeza aumentaban, acompañados de vómitos, insomnios, flujos de vientre, inflamación del rostro, oftalmía, parálisis de la pierna derecha y una postración extrema[4]. En vista de que el príncipe no mejoraba y de que su vida corría peligro, Felipe II ordenó que se hiciesen diariamente rogativas públicas en toda España y que saliesen procesiones con el Santísimo Sacramento y las reliquias más veneradas por los fieles.

Toda España se sumó al pesar del rey. Las iglesias se llenaron de fieles que pedían a Dios, con fervor, la curación del príncipe. En Madrid se celebraron procesiones día y noche, a las que asistieron numerosos disciplinantes, como en Jueves Santo. Pero, el príncipe no mejoraba y los nueve médicos y cirujanos que se reunían alrededor de la cabecera del lecho de don Carlos, agotados también todos los recursos de la ciencia, concluyeron que al joven le quedaban apenas tres o cuatro horas de vida.

Felipe II, que no quería asistir al fatídico momento de la muerte de su hijo, partió hacia Madrid, quedando en Alcalá el duque de Alba y el conde de Feria. Ante el inminente fin, los médicos decidieron hacer la trepanación que había recomendado Vesaluis. Encontraron el cráneo blanco y sólido, y únicamente salieron de su interior unas cuantas gotas de sangre, eso sí muy roja[5].

Metieron el cuerpo del fraile difunto en su cama y cuando éste tocó sus huesos, casi de inmediato empezó a recuperarse

El duque de Alba, acordándose que en el convento franciscano de Jesús y María, de Alcalá, se encontraba el cuerpo de un religioso llamado fray Diego, que cien años antes había muerto en él, en olor de santidad y que tenía fama de milagrero, el día 9 de mayo, a primera hora de la tarde, ordenó que lo sacasen del sepulcro y lo llevasen en procesión hasta la alcoba de don Carlos. Metieron el cuerpo del fraile difunto en su cama y cuando éste tocó sus huesos, casi de inmediato empezó a recuperarse. A la semana, los médicos pudieron limpiar los abscesos que habían tenido cerrados los ojos del príncipe y sacaron un fragmento de hueso necrosado de la herida de la cabeza, remitiendo la fiebre[6].

Felipe II no podía ocultar su alegría y celebró la sanación repartiendo limosnas, perdonando a los condenados a prisión por delitos de deudas y participando en una procesión especial que se celebró antes de asistir a un sermón en el que se pidió por la canonización de fray Diego a la vista del evidente milagro[7].

Felipe II no podía ocultar su alegría y celebró la sanación repartiendo limosnas, perdonando a los condenados a prisión por delitos de deudas

Don Carlos hizo también voto de solicitar la canonización de fray Diego, a cuya intercesión atribuía su curación, instando entusiastamente a su padre para que se la pidiese al Papa. Cuando estuvo plenamente restablecido convocó al Nuncio en Alcalá para que le informase de las formalidades que debían cumplirse para la canonización. Felipe II escribió a Roma y el Papa acogió favorablemente los deseos expresados[8]. Pero, el proceso es lento y, a causa de las muchas informaciones que es necesario tomar durante el mismo, sufrió cierta dilación y don Carlos no tuvo la satisfacción de verlo culminado durante su vida. El príncipe Carlos moría el 24 de julio de 1568 y fray Diego subía a los altares, canonizado por Sixto V, el 10 de julio de 1588, como San Diego de Alcalá, y desde entonces los alcalaínos, cada 13 de noviembre, le honramos y le veneramos.

(*) Bartolomé González Jiménez es ex alcalde de Alcalá de Henares

[1] Gachard, Prospére, Don Carlos y Felipe II, Madrid, ediciones Atlas, 2007, pp. 89-90

[2] Ídem. p. 90

[3] Parker, Geoffrey, Felipe II. La biografía definitiva, Barcelona, Planeta, 2010, p. 411

[4] Gachard, Prospére, Don Carlos y Felipe II, Madrid, ediciones Atlas, 2007, p. 94

[5] Ídem. p. 96

[6] Parker, Geoffrey, Felipe II. La biografía definitiva, Barcelona, Planeta, 2010, p. 412

[7] Ídem.

[8] Gachard, Prospére, Don Carlos y Felipe II, Madrid, ediciones Atlas, 2007, p. 102