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El descrédito de la política / Por José Luis Cuesta

El descrédito de la política / Por José Luis Cuesta

José Luis Cuesta (*)

En primer lugar quiero, como pequeño empresario que soy, quiero desear suerte a estos emprendedores que van a lanzar este nuevo espacio de información La luna de Alcalá, desde el que amablemente me han solicitado un artículo.

Antes de darles una contestación estuve pensando sobre qué podía escribir una persona anónima como soy yo y que tuviese algún tipo de interés para quienes pudiesen leerlo. Después de reflexionar conmigo mismo, opté por escribir algo sobre política, a la que desde muy joven he estado unido, pero de la que nunca he obtenido percepción económica alguna; lo cual sin duda me ha permitido opinar en libertad, pero también crearme enemigos.

Desde esa libertad, pero con la lealtad debida al partido en el que milito, el PSOE, me permito escribir lo que sigue a continuación. No desearía que esto fuese mal interpretado por alguien que se encuentre en alguna de las situaciones que describo (en cualquier caso, allá él o ella), pero sí que sirviese de reflexión.

Como bien es sabido, una de las cosas que más preocupan a la ciudadanía (por supuesto aparte del paro) es la denominada clase política. Este descrédito no puede ser de forma alguna generalizable, pero creo oportuno decir, que ya, ni los militantes nos fiamos los unos de los otros. Por tanto debemos reflexionar abiertamente sobre ello, si queremos invertir la tendencia.

Elegir a incompetentes compañeros de colegio o partido para dirigir bancos, ser ministros, secretarios de estado, directores generales, alcaldes, concejales, jefes de gabinete, asesores o cualquier otro puesto que el poder permita; simplemente pone de manifiesto la incompetencia del político de turno. Y para tener éxito en un puesto político o asociado a la política (igual da), máxime si es remunerado, lo primero que hay que exigir a la persona que lo vaya desempeñar es que sea competente.

Otra cualidad que se les debe exigir a estas personas, es que no hagan de la política su profesión. Para ello es necesario que quienes acceden a estos puestos, remunerados con los impuestos de todos, deben haber demostrado con anterioridad que se es alguien, que se ha demostrado valía y que se posee un cierto conocimiento práctico (no solamente teórico) de la sociedad en general. En otras palabras, ser una persona con cierta madurez profesional.

La ciudadanía está harta de ver cómo políticos sin bagaje alguno y con escasa competencia dirigen, a través de los presupuestos, las vidas de sus conciudadanos.

La ciudadanía está harta de ver cómo políticos sin bagaje alguno y con escasa competencia dirigen, a través de los presupuestos, las vidas de sus conciudadanos. Personas que no solamente no hacen las cosas bien, sino que tampoco saben tomar decisiones en situaciones difíciles. Que suene la flauta por casualidad no es lo que se espera de alguien que tiene que defender nuestros derechos y libertades.
El político profesional (no confundir con la persona política) suele ser poco competente (se suele rodear de incompetentes para que no le hagan sombra y le idolatren), con escaso o nulo pasado profesional (dónde irá el día que su líder le repudie) y con poca capacidad para tomar decisiones (esperan que otros resuelvan los problemas). Su objetivo es simplemente el poder, y sus rivales (incluso los de su propio partido) serán siempre sus enemigos, a los que nunca se les otorgará el beneficio de la razón.

La consecuencia de todo lo anterior es que para que la clase política vuelva a tener credibilidad, hay que buscar personas (no será fácil) que escuchen, que atiendan el razonamiento de los demás, que sean capaces de argumentar y no de imponer, en definitiva que busquen lo que une y desechen lo que separa y sobre todo alejen a quienes solamente les aplauden por ser quienes ostentan el poder. Personas que sean capaces de gestionar en positivo. Conozco a algunas de ellas, y desde aquí las felicito.

Esperamos por tanto a personas que entiendan que un partido político es parte de la sociedad, pero que no confundan las necesidades de la ciudadanía con las de su partido, ni con las suyas propias. Este cambio, simple pero muy importante, implica que las personas políticas (repito, no confundirlas con los políticos profesionales) entiendan de una vez por todas, que los partidos políticos tienen que cumplir con su finalidad, que no es otra que la de servir a la sociedad en su conjunto, sin connotaciones partidistas.

(*) José Luis Cuesta, empresario y militante socialista