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David Vicente: «La felicidad es publicar un libro con tu hijo»

La hormiga que quiso ser persona es una pequeña pieza teatral escrita por David Vicente, a raíz de un cuento que su hijo Bruno ideó para dibujar. Padre e hijo se juntan para dar luz a esta obra de la mano de la editorial Inventa Editores.

Una hormiga, cansada de ser lo que es, desea con todas sus fuerzas convertirse en algo diferente: persona. Tras exponer su problema a todos los animales que se cruzan en su camino, se topa con una bruja buena y… ¿Lo conseguirá? ¿Le ayudará la bruja? ¿Finalmente podrá dejar de portar granos de trigo con sus pinzas? Se trata de una obra divertida, para niños y no tan niños, en la que subyace una pregunta: ¿cuál es el verdadero camino para conseguir la felicidad? En La Luna de Alcalá hablamos con David Vicente sobre este pequeña gran obra.

– ¿Somos todos esa hormiga que quiere ser persona?

(Risas). Bueno de eso trata un poco el cuento, de hormigas que quieren ser personas y personas que quieren dejar de ser hormigas. Sí, creo que en más ocasiones de las que creemos, todos nos dejamos arrastrar por la rutina y distinguimos con dificultad lo verdaderamente importante de lo urgente.

– ¿Qué tal le va a la hormiga?, ¿logra ser feliz?

Digamos que, al menos, se lo plantea, que ya es un buen comienzo.

– ¿Pasan los niños demasiado tiempo delante de la tele y la tablet?

No sé si pasan o no demasiado tiempo frente a las nuevas tecnologías. Supongo que dependerá de cada niño y cada casa. Lo que sí creo es que, a veces, nos ponemos demasiado estupendos con esto (como le diría Don Latino a Max Estrella) y pretendemos negar un mundo que está en constante cambio.

La generación de nuestros hijos es una generación que ha nacido con internet y, por extensión, con las redes sociales; al igual que nosotros hemos nacido con una lavadora en casa. Son nativos digitales. Eso es indiscutible y tampoco creo que haya que luchar contra ello. Lo que no quita que debamos intentar realizar el mejor aprovechamiento posible de la tecnología y hacer que juegue a nuestro favor. Pero como sucede con cualquier otro aspecto de la vida.

No, no soy de los que creen que cualquier tiempo pasado fue mejor.

– ¿Cómo es eso de colaborar con tu hijo?

Pues, figúrate. Teatralizar un cuento que él imaginó y que luego ha ilustrado con tan solo seis años es… la hostia, sin más.  No sé si es mi libro más importante, pero, sin duda, es el más emotivo.

Afortunadamente ahora él no es muy consciente de ello. Lo ve, lo hojea y dice: “Pues, vale. ¡Qué bonito! ¡Mola!”. Y después se larga a jugar y a seguir peleándose con sus hermanas, que es lo que tiene que hacer. Pero es algo que está ahí. Supongo que cuando sea mayor y lo mire dirá: “¡Joder, escribí un cuento con mi padre y además lo ilustré!”.

Y si no lo dice, pues tampoco pasa nada, ya lo digo yo. (Risas).

– ¿En qué momento dejamos de tener la mirada infantil que hace que todo nos sorprenda?

En el momento que nos tomamos todo demasiado en serio. Sobre todo a nosotros mismos. En el momento en que dejamos de ser conscientes, como nos advertía el título de Foster Wallace, de que esto es una broma infinita.

Pero estoy convencido de que esa mirada se puede recuperar si ponemos un poco de empeño cada día. No creo que esté todo perdido.

– ¿Qué es la ingenuidad?, ¿es hermana de la felicidad?

Eso decía Unamuno y su teoría del tonto/ingenuo feliz, ¿no? Cuanto menos se plantea uno, más feliz es, incluso sobre la propia felicidad, ¿verdad? “¿De qué te sirve meterte a definir la felicidad si no logra uno con ello ser feliz?”, decía también.

Supongo que la felicidad está compuesta de esos pequeños instantes que no apreciamos en el día a día y a veces dejamos escapar y que no deberíamos. No sé si eso es o no ingenuidad.

Mi buen amigo (hermano) Óscar Santos lo explica mejor en su poema La vida es una buena idea. […]  Siempre queda un viaje por hacer,/ besarte en un espejo,/ pasear bajo la lluvia sin paraguas,/ esconderme con un libro en ningún sitio, / tomar una caña y un verano,/ dormir despierto y no soñarme,/ cazar un instante con los dedos,/ leer un cuento a Paola,/ fingir que soy quien soy,/ dejar la sombra con resaca,/ tragar un lunes descosido,/ esperar un gol en el último segundo,/ asaltar el banco del olvido./ Siempre queda algo por hacer:/Prender fuego a la miseria/ y fumar sus cenizas.

Algo parecido a esto debe ser la felicidad.

Y, por supuesto, publicar un libro con tu hijo.

– ¿Qué recomienda a los padres para que sus hijos fomenten la imaginación?

Parafraseando a Ray Loriga, no soy de los que predican, soy de los que rezan. Así que partiendo de la base de que no soy quién para dar consejos a nadie, pienso que debemos permitir sin ningún complejo la posibilidad de que el niño falle, de que el niño hierre. Permitirle que experimente y exprese su visión del mundo a todos los niveles. La humanidad ha avanzado gracias al error y gracias a pensar que había otras posibilidades.

Imaginar, crear, en definitiva, ser libres, está muy relacionado con tener la posibilidad de cometer errores. Creo que estamos demasiado obsesionados con la perfección y, por extensión, con que nuestros hijos sean perfectos. Si cabe, más perfectos que el hijo del vecino. Enseguida les catalogamos, incluso les diagnosticamos a las primeras de cambio…

No sé, supongo que ser padre o madre, tampoco es fácil en los tiempos que corren. Tampoco hijo. Demasiada información, demasiada presión, demasiadas teorías, demasiados ojos observando… Uno ya no sabe muy bien qué carta jugar o si debe ir de farol.