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Cumple-boda / Por Anabel Poveda

Han pasado ya quince días desde que el número 4 llegó a mi vida y aún sigo intentando procesar la celebración de mis 40 castañas. No sé si se me piró la pinza fruto de la edad o que tengo mucho peligro organizando una fiesta, pero la cosa se me fue de las manos.

El caso es que la cifra me parecía que era digna de celebración a lo grande y con la inestimable ayuda de mi familia (a la que reventé una fiesta sorpresa gracias a mi autosuficiencia), decidimos organizar juntos lo que yo he pasado a denominar «el cumple-boda».

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Collage «Cumple-Boda» 2017

Creo que la inspiración me vino por un capítulo de Sexo en Nueva York en el que mi colega Carrie Bradshaw, hartita de ir a bodas, bautizos y comuniones con el desembolso que ello conlleva, decide casarse consigo misma con el único fin de recuperar parte de la inversión realizada.

Mi motivación no fueron los regalos, pero sí emular un bodorrio en cuanto a número de invitados se refiere (he visto bodas más pequeñas que mi cumple-boda). Si puedo presumir de algo en esta vida es de tener muchos y muy buenos amigos y el pasado 25 de marzo la comprobación fue tan abrumadora que me costaba gestionar la emoción y el rímel.

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Regalos originales de cuarentona soltera

Juntando un poquito de familia, amigos de toda la vida, compis periodistas, bailarines profesionales, salseros, zumberos y alguna oveja descarriada, me vi rodeada de más de 70 personas dispuestas a pasárselo en grande en mi cambio de prefijo.

Reconozco que fue uno de los días más especiales de mi vida y aunque faltó mi padre, que seguía ingresado, las nuevas tecnologías nos permitieron conectar con él en directo para que viera el ambientillo tan festivalero que había en el bar.

Lo de hacer un cumple-boda es una gran idea para aquellos que estamos poco o nada interesados en asuntos matrimoniales, sobre todo porque te da la oportunidad de juntar a gran parte de la gente que quieres y porque así puedes entender mejor a tus amigos cuando, después de casarse, comentan estresados que las horas se les han pasado volando y que se han quedado con la sensación de no haber disfrutado de los invitados.

No merezco la cantidad indecente de regalos que recibí, las infinitas muestras de cariño y ese vídeo para hacerme berrear con fotos de toda mi vida y los testimonios de los que no pudieron estar esa noche, pero quisieron acompañarme virtualmente.

No probé el catering, pedí unas cinco copas de vino que abandoné sin tocar y soplé las velas de dos tartas espectaculares que apenas saboreé porque tenía el estómago completamente cerrado (ya me podía pasar eso más a menudo).

Me reventé a bailar y a cantar, grité, lloré, los abracé, perdí mis zapatos de vestir en alguna de las bolsas de regalos y volví a casa con las sandalias de bailar salsa mojándome los pies con la lluvia y andando como Chiquito de la Calzada, dolorida pero feliz como una perdiz.

Momento «no soy una homeless, subo mis regalos a casa»

Subir a tu casa con un carro del Mercadona a punto de reventar hasta arriba de bolsas de regalos, es un síntoma inequívoco de la generosidad de tu gente y del amor que te profesan.

He tardado una semana en superar el cansancio, el dolor de pies y el nudo en el estómago… pero sigo sonriendo al ver las fotos y los vídeos al darme cuenta de que fue real.

En estos quince días anclada en la cuarentena no he notado grandes cambios… igual un puntito más de flacidez y algún comportamiento enajenado como bailar bachata con mi gata en brazos y grabarlo en vídeo (esto creo que es porque estoy como una maraca, no porque haya cumplido 40, pero tengo dudas).

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Soplando las velas

Ante el éxito de convocatoria y los mensajes instándome a repetir formato multitudinario el año que viene, estoy pensando abonarme al cumple-boda, eso sí, haciendo un crowdfunding para sufragar la mega party.

A día de hoy puedo afirmar con rotundidad que ser cuarentona ¡mola!