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Buero Vallejo y Vicente Soto: un epistolario desolador / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

Hasta hoy, Antonio Buero Vallejo ha sido el único dramaturgo galardonado con el Premio Cervantes. Durante mucho tiempo, algunos de los que hemos tenido una relación más o menos directa con el teatro, estuvimos confiados en que Francisco Nieva también lo alcanzaría. Lamentablemente se quedó a las puertas. Tal vez algún día nos demos cuenta –por fin– que el premio máximo de las letras en castellano, suele fluctuar entre errores y aciertos. Sospechosamente parecido al resto de esa cultura oficial u oficialista, en la que siempre suelen abundar más los errores que los aciertos, cuando no los olvidos. En muchas ocasiones los centenarios o simples conmemoraciones les suelen pillar con el paso cambiado. El año que se acaba de cerrar supone capítulo aparte. Los políticos –normalmente bastante iletrados– estaban a otras cosas, enredados entre urnas y coaliciones. Hasta el punto de que se les olvidó aprobar la partida presupuestaria del Premio Cervantes. No se encontraban en condiciones como para recordar que se cumplían números redondos de la muerte de aquel que daba nombre al premio, tampoco de la de otro dramaturgo inglés de cierta importancia, ni la del inca Garcilaso de la Vega, ni siquiera la del “indio” que revolucionó el concepto de la poesía en nuestra lengua. En cuanto a centenarios de nacimientos: los de Blas de Otero, Juan Eduardo Cirlot, Mercedes Salisachs, Francisco Antón, el fatuo Cela y el propio Buero, también pasaron bastantes desapercibidos. Tal vez sea mejor así, porque cuando ‘ellos’ se ponen a conmemorar, te montan un fotomatón delante de un falso chalet natal, organizan un tren como el de la bruja de nuestra infancia, pero con personajes disfrazados a la antigua usanza o durante una semana envuelven una ciudad renacentista con la grasienta zorrera de espesos aromas supuestamente medievales.

Vicente Soto y Buero Vallejo, un epistolario desolador a lo largo de más de cuarenta años

Sin representación alguna

Por unas razones o por otras, ninguna obra del autor de Historia de una escalera ha regresado a los escenarios en esos días del pasado año. Subieron a los tablados de la farsa, obras de Arniches, la Pardo Bazán, García Lorca, Max Aub, Arrabal, Alfonso Sastre, Jardiel… Alegaban algunos que era un teatro que había envejecido mal y pronto. Paradójicamente Buero Vallejo solo estuvo presente en la decimotercera edición de los Premios de Teatro Joven que llevan su nombre y que avalan el Inaem, el Centro Dramático Nacional y la Fundación Coca-Cola. Por supuesto que desconocemos las dificultades o trabas últimas para valorar si ese olvido fue premeditado o no, pero cien años nos contemplan y hemos lamentado que no nos hayan dado la oportunidad de poder evocar, con alguna de sus obras, aquel teatro del desgarro y la tristeza que nos inquietó durante nuestra adolescencia; cuando el mítico “Estudio 1” televisivo nos ofreció El concierto de San Ovidio, interpretado por José María Rodero, José Bódalo y Victoria Rodríguez o años más tarde, cuando asistimos en el Teatro Bellas Artes a una representación de El tragaluz con Rodero, Jesús Puente y Francisco Pierrá.

El pesimismo de un epistolario desolador

Con el autor ausente de las carteleras, la colección “Obra fundamental” ha tratado de suplir el olvido con Cartas boca arriba (Ed. Fundación Banco Santander). A través de más de quinientas páginas, contiene la correspondencia que entre Londres y Madrid, mantuvieron de 1954 a 2000, el novelista Vicente Soto con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo. El epistolario, comentado por Domingo Ródenas, a lo largo de cinco capítulos cronológicos, nos provoca –parafraseando a Machado– una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío.

Pie de foto 2: Cubiertas de primeras ediciones de Buero y Soto.

Vicente Soto

Un desconsolado vacío en la búsqueda del reconocimiento, por parte de Vicente Soto, que tras el éxito de su novela La  zancada (Ed. Destino) Premio Nadal en 1966; desde su exilio voluntario en Londres, se enfrentaba a las dificultades de poder seguir publicando en su país, rechazado por prestigiosos editores que al parecer fueron incapaces de captar la sensibilidad y belleza de sus cuentos y novelas posteriores.

Las cartas boca abajo

En 1957 Buero estrenó en el Teatro Reina Victoria de Madrid, Las cartas boca abajo, una función que por lo visto no fue muy bien tratada ni por el público, ni por la crítica. Tal vez porque eran años en que la mediocridad y las frustraciones chirriaban demasiado en los escenarios ante una realidad que la calle superaba. Puestas ahora estas cartas boca arriba, su lectura resulta desoladora. Buero se esfuerza por describir a Soto un país al que le recomienda no volver. Vicente Soto reconforta a Buero ante sus éxitos teatrales y le alienta constantemente para continuar escribiendo. La historia de una amistad bajo el telón de fondo de una lastimosa escenografía. Entre tantos sueños rotos, los dos se nos presentan excesivamente severos y nada generosos a la hora de enjuiciar comportamientos de escritores, poetas, actores, críticos, editores y hasta directores de escena. Ante estas cartas sinceras e íntimas, pero de un profundo pesimismo, tal vez hubiese preferido poder haber asistido a cualquier función del teatro de Buero, para valorarlo desde esta vuelta del camino. Afortunadamente una relectura de La zancada me ha reafirmado en el recuerdo de un texto que me conmovió y con el que me identifiqué, cuando lo leí en mi adolescencia.