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Baldomero Perdigón: una reflexión en blanco y negro / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

En noviembre del pasado año, el periodista Pedro P. Hinojos publicaba un artículo con el título “Un atlante viene a verte”. El texto está recogido en las páginas de ‘lacomplutopia.blogspot.com.es’, donde al parecer –dadas la circunstancias adversas de la prensa actual– se ha atrincherado por ahora el autor para, desde allí, poder mantener esa claridad de estilo a la que nos tenía acostumbrados cada vez que nos narraba una historia local, casi siempre perdida o ignorada en el espacio y en el tiempo. En los meses en que se llevó a cabo una minuciosa restauración de todo el conjunto ornamental de la magnífica fachada renacentista de la Universidad Complutense, se permitió a grupos reducidos la posibilidad de trepar por los andamios. Pedro no quiso perder la oportunidad de poder contemplar de cerca ese retablo en piedra que narra a la perfección una de las páginas más brillantes del humanismo hispano. Después, como no podía ser de otra manera, supo plasmar con esa precisión y sensibilidad que le caracteriza, todo el impacto emocional que le supuso compartir aquellos momentos con atlantes, guerreros, guardianes, perseos y andrómedas…

baldo y universidad

Baldo fotografiado por su hijo y cubierta del libro de González Navarro.

Baldomero, Claudio y Ramón

Los más veteranos del lugar –comenzaba la década de los setenta– aún mantenemos en la retina del recuerdo la figura de Baldomero Perdigón, cámara en ristre, como un torpe y atemorizado equilibrista, encaramado a una grúa frente a la fachada de la Universidad para, por primera vez, poder retratar cara a cara no solo las majestuosas figuras de los atlantes, sino también llegar hasta el Pantocrátor y las guirnaldas que culminan la parte superior de la obra de Gil de Hontañón y Pedro de la Cotera. Aquellas fotos sirvieron de base para documentar gráficamente el libro de Ramón González Navarro, Universidad de Alcalá. Esculturas de la fachada publicado en 1971 en los Talleres Gráficos de Ediciones Castilla, volumen modelo en su género en cuanto a diseño y maquetación en una época en que las ediciones de arte solían ser míseras y raquíticas. La labor escultórica de los maestros canteros que intervinieron en el majestuoso retablo pétreo: Diego Gómez Sevilla, Cristóbal de Billanueba, Sánchez, Juan de Miera, Nicolás de Ribero, Juan Guerra y sobre todo: Claudio, vecino de Alcalá, autor de los atlantes y otras tantas figuras, quedaron rigurosamente documentadas por González Navarro en aquel libro al que hoy –leyendo a Pedro P. Hinojos– he querido regresar para recuperar, en escala de grises, la fuerza expresiva que contienen las fotos de Baldomero y poder reflexionar en blanco y negro sobre el fotógrafo y su obra, porque cuando bajó de las alturas del siglo de oro y puso el pie en tierra, de nuevo siguió retratando las esquinas de unas vivencias comunes que llevábamos compartiendo desde los inicios de los sesenta.

Evocadora escala de grises

Poco más de un cuarto de siglo después, Baldomero Perdigón Puebla publicó en 2000, Alcalá en blanco y negro (1960-1970), un contundente volumen de cerca de doscientas páginas, diseñadas con serena elegancia por su hijo Baldomero Javier Perdigón Melón y por M. Vicente Sánchez Moltó. Sumergirse de vez en cuando en aquellas imágenes supone, para los que vivimos nuestra adolescencia y juventud durante esa década y en ese desolador paisaje escenográfico, una experiencia turbadora cuando no –parafraseando a Machado– «…una triste expresión que no es tristeza, sino algo más o menos: el vacío…». Aquella fue nuestra íntima topografía; podríamos asegurar –por ejemplo– con la certeza que nos da una privilegiada memoria, que asistimos a la proyección en el Cine Grande de Dos cabalgan juntos, la película que se anuncia en el cartelón de una de las fotos en la calle Cervantes. Las instantáneas de Baldo contienen mucho más que una evocadora, cuando no desoladora escala de grises de un importante retazo de nuestras vidas. Su cámara consiguió detener el tiempo y por eso este libro nos restriega todos aquellos instantes perdidos. El balón de los críos jugando en la Plaza de la Siete Esquinas, se quedó paralizado en el aire, allá por 1966. Es posible que tonteáramos con alguna de esas chicas que se acercan por la calle Diego de Torres. Seguro que nos imponía la severa autoridad del ‘civilón’ que cruzaba la calle Santiago. Baldomero trazó en imágenes la novela que nosotros fuimos incapaces de escribir. Él generosamente nos regaló el decorado, la escenografía, pero nosotros no tuvimos el valor de escribir sus capítulos y ahora, con su libro entre las manos, de nuevo –inevitablemente– tenemos que parafrasear a otro poeta favorito: «Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, / es el único argumento de la obra».

Un documento esencial

El libro supone mucho más que un fetiche para todos aquellos defensores de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Se trata de un documento esencial para los nuevos pobladores de una ciudad de acogida y aluvión. Una ciudad que, sin embargo, creció con desmesura entre nefastos años de especulación inmobiliaria. A través de sus páginas se puede apreciar lo que hemos ganado, sobre todo cuando contemplamos la sobrecogedora soledad de algunas míseras calles empedradas. Bien es verdad que Baldomero, a través de sus fotos, trató de crear el testimonio social de una época y tal vez en un exceso de celo, intentó retratar las calles con el mínimo número de personas. A pesar de las apariencias Alcalá, en sus escasos límites de entonces, era una ciudad poblada y alegre. Tal vez con exceso de tropa y escasez de industria. Pero estas fotos también nos muestran lo que desgraciadamente perdimos en aquellos años de salvaje especulación. Se tiraron abajo edificios emblemáticos y se construyeron nefastos edificios de dudoso gusto y alturas desproporcionadas en el centro histórico, para que trampearan los bancos y alardeasen las clases pudientes. Al tiempo que todo su entorno se fue poblando de colmenas urbanas destinadas a los obreros que llegaban a la llamada de una industria incipiente. En suma éste es un manual indispensable que hoy requiere una segunda entrega de los Perdigón –padre e hijo– en el que se nos muestren en technicolor y color de luxe las espantosas aberraciones icónicas, escultóricas y urbanas que aún se siguen perpetrando en nuestra ciudad.

Baldomero Foto

La prosa de Aldecoa hecha imagen. Fielato de la Puerta del Vado con la Posada al fondo, 1962. (Foto: Baldomero Perdigón).

Aldecoa y Perdigón

Antes me lamentaba porque Baldomero trazó en imágenes la novela que nosotros fuimos incapaces de escribir. Sin embargo hace tiempo descubrí que la novela ya estaba escrita, aunque su autor, Ignacio Aldecoa, no llegara a saber nunca que Baldo la había retratado. Con el viento solano se desarrolla a lo largo de capítulo y medio en la Alcalá de los años cincuenta, con el tiempo detenido mirando hacia la nada. Sebastián cruza una Alcalá de tapias altas y casas bajas hasta llegar a la posada de Marciano Solís. A la mañana siguiente, festividad de Santiago, saldrá en busca de sus primos, muleteros que negocian en la feria de ganado. Ignacio Aldecoa describe la cruda imagen de un poblachón quemado por el sol, paisaje urbano por donde deambula un gitano huyendo de la justicia. Su mirada no percibe las piedras del pasado glorioso, capta tan solo la vida y consigue ir describiendo todos y cada uno de los personajes que conforman una ciudad detenida en el tiempo, pero viva: «El limpiabotas medita sentado en su caja, con las espaldas pegadas a uno de los pilares de los soportales […] cloquea el tacón la joven lagarta de los tenientes. Hoy el preso canta el rancho extraordinario y duerme la gran siesta, tras fumarse un petardo en el retrete». Es sorprendente la sincronía del texto con la concisa mirada de Baldo que a lo largo de los sesenta fue levantando acta notarial con su cámara del pulso vivo de una ciudad. La España inmóvil que trataba de reunir Aldecoa en los cincuenta para su trilogía, la consiguió captar Baldo con su objetivo a principios de los sesenta, justo antes de que esta ciudad se pusiese en movimiento. Nos cuesta trabajo creer que Baldo desconocía el texto de Aldecoa cuando llevó a cabo su particular narración en imágenes de una ciudad vivida y sentida por él en lo más profundo. El Alcalá de su infancia y juventud, de la nuestra, ese territorio hoy perdido y que a veces creemos que hemos soñado. Cualquier tiempo pasado siempre fue peor, afortunadamente a la España inmóvil creemos que también se la llevó el viento solano.