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Alcalá se lo cree / Por Vega

Ha costado, pero Alcalá poco a poco se lo cree. Pasan los años y la ciudad por fin se mira coqueta al espejo, consciente de su atractivo, niña presumida de Madrid, con argumentos para lucir pedigrí. Más allá de sus fronteras, bien delimitadas por las insufribles rotondas, el turista comienza a marcarla en su mapa, bien sea por la cuna de Cervantes (para qué discutir si lloró por primera vez en la Calle Mayor o vaya usted a saber dónde), el empedrado del Casco Antiguo o la Universidad del Cardenal. Y así te lo admite el turista al que preguntas cómo le fue por la que es tu casa los últimos 39 años de tu vida, que vienen a ser todos: la vi por la mañana, y la disfruté por la tarde -comenta- incluyendo cañas y tapas en el disfrute. No obstante, todavía queda. Alcalá es una cría frente a señoras como Toledo y Salamanca, parece que al menos esto sí comienza a funcionar. Ojo con no reventar la gallina esa de los huevos de oro.

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Yo, mientras, alcalaíno eterno y emigrante diario por exigencias del guion laboral, sigo viendo Alcalá con mis ojos, hechos ya a la misma luz: preguntándome por qué cubrieron el polideportivo, dónde están los viejos recreativos, cuándo arreglarán y podremos presumir de río y alrededores, cuántos restaurantes gourmet quedan por abrir, quién es el señor Cofely, cuándo tendremos un equipo deportivo conforme a lo que merecemos, por qué los institutos parecen cárceles con puertas y rejas, cuándo se llenará el Municipal del Val, qué día se hará famoso Toro Bravo, cuándo llegará el día en que el precio de la vivienda complutense se acomode a nuestro bolsillo, si cabremos todos en la calle Mayor durante el próximo Mercado Medieval y cuántos años más cumpliremos bajo La Luna.

(*) Mister RV es periodista